VII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
SABADO
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Eclo. 17, 1-13: Dios hizo al hombre a su imagen.
b.- Mc. 10, 13-16: Jesús y los niños.
Este evangelio los protagonistas son los niños. Sólo Marco, menciona que los
abrazaba y bendecía imponiéndoles las manos, mientras que en los otros
evangelios le piden que les impusiera las manos y orase por ellos (cfr. Mt. 19, 13-
15), aquí le piden que los tocara (Lc. 18, 15-17). Era costumbre que los rabinos
bendijeran a los niños, que les presentaban los padres. La molestia se la llevaron
los apóstoles, que no dejaban que se acercaran al Maestro por esto reacciona (vv.
15-16). Con estas palabras Jesús, declara que también los niños, como sus madres,
son parte del Reino de Dios, ya que en ese tiempo la religión era cosa de adultos y
de hombres. La condición para entrar en el Reino es acogerlo con humildad y
sencillez, con la gratitud de un niño. Esta actitud de Jesús para con niños, no es
para favorecer el infantilismo, al contrario, quiere destacar el talante, la disposición
del adulto, que como niño ante Dios Padre, se sabe dependiente, pequeño, pobre
de espíritu, necesitado de su gracia y amor, como también de la ayuda que los
hermanos de fe le puedan brindar en el seguimiento de Cristo. Es poner todo el
caudal humano en actitud de apertura ante Dios, para recibir su Reino predicado
por su Hijo en la existencia diaria. Hacerse niños, es en palabras de Jesús, volver a
nacer, del agua y del Espíritu (cfr. Jn. 3, 1-21), para entrar en el Reino de Dios.
Como don del Padre y del Hijo, es su iniciativa y por lo mismo la actitud del
discípulo es aquella de quien recibe un regalo, con madurez y responsabilidad, con
sentido de gratitud. Ser como niños o hacerse tal es asumir la filiación divina,
sabernos hijos en el Hijo, que saben apreciar su dignidad y la viven para hacer
presente los valores del Reino, en particular el amor y la justicia para con Dios y el
prójimo. Queda de manifiesto el amor del Padre, en la experiencia de quien se
siente hijo de verdad y lo llama Abbá, principio de conversión y de vida nueva,
porque se siente seguro en ÉL y amado sin límites. Vivir este amor, es ser ya
ciudadano del Reino de Dios (cfr.1 Jn. 3,-3). Si todos asumimos nuestra condición
de hijos, vamos a ver en nuestro prójimo, verdaderos hermanos (cfr.1 Jn. 4, 11), y
de esta manera ser como niños con la confianza, la libertad y la gratitud de quien
ama a su Padre, solo porque lo que ÉL es. El amor sólo se paga con amor.
Santa Teresa insiste en esto para que aprendamos a conocernos con el pan de la
humildad, es decir, aceptarnos como somos no para quedarnos así, sino para con la
gracia divina comenzar el camino de conversión y reconocer con la gratuidad del
niño que todo es gracia y don de responsabilidad ante tanto amor y benevolencia.
“Y, aunque esto del conocimiento propio jamás se ha de dejar, ni hay alma en este
camino tan gigante que no haya menester muchas veces tornar a ser niño y a
mamar y esto jamás se olvide, quizá lo diré más veces, porque importa mucho,
porque no hay estado de oración tan subido que muchas veces no sea necesario
tornar al principio; y en esto de los pecados y conocimiento propio es el pan con
que todos los manjares se han de comer, por delicados que sean, en este camino
de oración, y sin este pan no se podrían sustentar. Mas hase de comer con tasa,
que después que un alma se ve ya rendida y entiende claro no tiene cosa buena de
sí, y se ve avergonzada delante de tan gran Rey, y ve lo poco que le paga para lo
mucho que le debe, ¿qué necesidad hay de gastar el tiempo aquí?, sino irnos a
otras cosas que el Señor pone delante, y no es razón las dejemos, que Su Majestad
sabe mejor que nosotros de lo que nos conviene comer” (Vida, 13,1 5).