Comentario al evangelio del Martes 21 de Mayo del 2013
Queridos amigos y amigas:
El libro del Eclesiástico aborda hoy un asunto sobre el que nuestra sensibilidad choca a menudo con el
mensaje de la Palabra. Nos cuesta conciliar la misericordia de Dios con las “pruebas” de la vida o con
las “pruebas” que Dios nos manda (“¡Ay, ay, qué trabajos nos manda el Señor!”). Más aún, estamos
tentados de pensar que las pruebas son signos de que Dios se ha olvidado de nosotros. A este respecto,
la enseñanza del escriba judío es clara: Hijo mío, cuando te acerques al temor de Dios, prepárate para
las pruebas ... Pégate a él, no lo abandones, y al final serás enaltecido .
Este es más que un consejo extraído de la sabiduría popular, más que una máxima semejante a la que
podemos encontrar en diversas tradiciones religiosas. Es el “guión” de la experiencia de Jesús. Él, el
Hijo, fue sometido a la prueba y “se pegó” a la misericordia del Padre. En él descubrimos que las
pruebas son ocasiones para descubrir la profundidad insondable de la misericordia. Nunca sabemos lo
que Dios nos quiere hasta que no experimentamos su “distancia”.
Me llama la atención la frecuencia con la que Jesús se dirige a sus discípulos o a la gente para
preguntarles ¿De qué discutíais por el camino? Preguntas parecidas a esta aparecen en varios relatos
evangélicos, incluido el que leemos hoy. Detrás de ellas descubro a un Jesús que quiere compartir
nuestras zozobras, las cosas que nos preocupan, las que no entendemos. ¿Cómo responderíamos hoy si
sintiéramos la pregunta dirigida a nosotros? Se me ocurren muchas respuestas apresuradas. Hoy
discutimos sobre la crisis económica, sobre el paro, las dificultades para llegar a fin de mes, los que
tienen que buscar su futuro fuera, sobre las dificultades para anunciar el evangelio... Jesús toma en
serio nuestros asuntos. No nos ofrece un surtido de respuestas, pero sí un criterio que nunca haremos
nuestro del todo: Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos . Y por
si hubiera alguna duda, coloca a un niño en el centro, lo abraza y dice: El que acoge a un niño como
éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha
enviado .
¿Habéis caído en la cuenta de que las personas que se dedican a servir no suelen hacer de las preguntas
un rompecabezas? Tienen inquietudes, dudas, perplejidades, pero todas ellas constituyen un acicate
para seguir entregándose, no una excusa para mantenerse indefinidamente en tierra de nadie. A veces
tengo la impresión de que nuestras múltiples discusiones en el camino no son sino mecanismos de
defensa para no entregarnos, con la vana ilusión de que lo haremos en serio el día que veamos las cosas
con claridad. ¡Estamos apañados!
Vuestro hermano en la fe,
Fernando
Fernando Gonzalez