X Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C
Domingo
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.-1Re. 17,17-24: Tú hijo está vivo.
La resurrección del hijo de la viuda de Sarepta, al igual que otros de los milagros de
Elías, hay que leerlos en un contexto de polémica contra la religión cananea y el
dios Baal. Hay que considerar que en casi todo Medio Oriente antiguo, se celebraba
la muerte y resurrección de la naturaleza y Baal era considerado el dios de la tierra
y la fertilidad de los campos, animales y familias. Fecundidad y vida eran atributos
exclusivos de este dios pagano. En otra perspectiva, el milagro de la resurrección
del hijo de la viuda, el milagro de la sequía mandada por el profeta Elías y el
retorno de las lluvias, la harina y el aceite que no se acabaron manifiestan que la
única fecundidad y vida provienen de Yahvé. Elías es el profeta de la ortodoxia y del
yahvismo, defender los derechos de Dios en una sociedad idolátrica como esa. La
presencia de Elías, y por lo mismo la de Yahvé, suscita en la viuda la reacción de
sentirse culpable, pecadora, es típica de quien se reconoce débil ante la elección de
Dios para un determinado ministerio o misión (cfr. Is.6,5; 2Sam.6,6-7; Lc.5,8). El
rito llevado a cabo por Elías para sanar al niño, ese contacto físico, habla de una
concepción muy material de la vida. Acompañada de una oración, deja ver la fe de
Elías con un Dios personal, dueño y comunicador de vida. La viuda hace toda una
confesión de fe, en Elías como hombre de Dios, y que su palabra en boca del
profeta es verdad (v.24; 2Re. 5,15; Lc. 4,25-27).
b.- Gál. 1,11-19: Se dignó revelar a su Hijo, para que yo lo anunciara a los
gentiles.
Se ha dado, según constata el apóstol, un paso del evangelio que él les predicó, a
otro evangelio. Es un proceso de cambio que afecta a esas iglesias y la fe sembrada
sufre la influencia de las seudo-doctrinas, que ni siquiera eran de origen judío en
algunos casos, versiones depuradas del evangelio. Era la amenaza del “demonio
vestido de ángel de luz” (2Cor. 11,14). Pablo se alza como todo un profeta y lanza
sus maldiciones a esos perturbadores judaizantes que lo acusaban de ganar
adeptos a costa de no exigirles a los gentiles las prácticas judías (cfr.1Tes.2,4;
2Cor.3,1; 4,2; 5,11-12). Pablo insistirá en la absoluta gratuidad de su conversión,
convirtiendo este principio en el eje de su epístola. Su evangelio lo recibió de Dios
entendido de manera más real y vital: es fuerza creadora que produce lo que
anuncia, porque su origen es Dios (cfr. 1Tes.1, 5). Ese dinamismo profético lo
recibió directamente de Dios, lo que no se contradice, con que también escuche a
los apóstoles subiendo a Jerusalén. Dios se dignó revelarle a su Hijo, el cual parecía
oculto, no era objeto de su fe, sabía mucho de ÉL, por ello perseguía a sus
seguidores. El apóstol se sabe elegido para una misión importante, elegido por Dios
desde el seno de su madre, llamado por su gracia, para revelarle a su Hijo y
destinado a anunciarle a los gentiles (vv.15-16). En Pablo encontramos el sano
equilibrio de quien goza de la gratuidad de la fe y la adhesión a la tradición
apostólica y al magisterio. Los datos objetivos de la fe se las entrega la información
catequética, la adhesión consciente al misterio, sólo Dios lo concede, suya es la
iniciativa. El hombre cree sólo porque Dios ha intervenido directamente en su vida.
Los de Judea no le conocían, pero ahora, luego de su conversión, glorificaban a
Dios por su causa (v.24).
c.- Lc. 7, 11-17: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate.
Este pasaje de la resurrección del hijo de la viuda de Naín es propio de Lucas. Las
otras dos resurrecciones: la de la hija de Jairo (cfr. Mt. 9,18) y la de Lázaro (cfr.
Jn.11), son clarísimo anuncio de la propia resurrección de Jesús, Señor y dador de
vida. La escena es dramática, si consideramos que la muerte de un hijo, era, en
parte, la muerte de la madre, ya que quedaba socialmente abandonada, lo cual
pesa en el corazón de Cristo, que se compadece de su dolor al momento de
enterrar a su hijo (vv. 13-15). Este gesto de Cristo Jesús, recuerda al profeta Elías,
que también devolvió la vida al hijo de la viuda de Sarepta. La diferencia está en
que Cristo Jesús, lo hace con el poder de su palabra, en cambio, el profeta debió
usar ritos simbólicos (cfr. 1 Re.17, 17ss). La exclamación de la gente, es la clave
teol￳gica para comprender esta acci￳n: “El temor se apoder￳ de todos, y
glorificaban a Dios, diciendo: «Un gran profeta se ha levantado entre nosotros», y
«Dios ha visitado a su pueblo». Y lo que se decía de él, se propagó por toda Judea y
por toda la regi￳n circunvecina.” (vv. 16-17). Su acción, es signo de la llegada del
Reino de Dios, inaugurado y presente, en su persona y palabra. Cuando el Bautista
encarcelado pregunta por la identidad mesiánica de Cristo, éste le responde con los
acontecimientos realizados recientemente: “Y les respondi￳: Id y contad a Juan lo
que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan
limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena
Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!» (vv. 22-23). Realmente
Dios ha visitado a su pueblo. La resurrección del hijo de la viuda de Naím, es un
gran signo, que anuncia la resurrección del propio Jesús, vencer la muerte y dar
vida eterna a toda la humanidad. De este evangelio se desprende que Dios es el
primer amante de la vida, del ser humano, en particular, y de todos los seres
vivientes que ÉL creó (cfr. Sab. 11, 24ss). Creer en Cristo, y ser su discípulo
conlleva un compromiso con la vida, todo un servicio a la vida y a la libertad, y no
a la muerte, aborto y eutanasia, ni tampoco la injusticia con el prójimo. El hombre
de hoy en muchos ambientes, prefiere la violencia, la explotación, el odio, la
guerra, etc., en lugar de la convivencia pacífica con sus hermanos, la solidaridad y
en trato justo. El cristiano comprometido defiende la vida desde su concepción
hasta su muerte natural por el amor y la fe que sostienen su vida personal,
familiar, laboral y social, política y eclesial. Sabemos que morimos cada día, pero si
abiertos a la acción del Espíritu Santo, el mismo que resucitó a Jesucristo, nos
resucitará también a nosotros (cfr. 2Cor. 4, 14), en el día final.
Santa Teresa de Jesús ve en la Eucaristía el mejor momento para tener un
encuentro con Jesús resucitado. “Porque si es imagen, es imagen viva; no hombre
muerto, sino Cristo vivo; y da a entender que es hombre y Dios. No como estaba
en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado. Y viene a veces con tan
grande majestad, que no hay quien pueda dudar, sino que es el mismo Señor, en
especial en acabando de comulgar, que ya sabemos que está allí, que nos lo dice la
fe. Represéntase tan señor de aquella posada, que parece toda deshecha el alma;
se ve consumir en Cristo. ¡Oh Jesús mío, quién pudiese dar a entender la majestad
con que os mostráis! Y cuán Señor de todo el mundo y de los cielos, y de otros mil
mundos, y sin cuento mundos y cielos que Vos criaseis, entiende el alma, según
con la majestad que os representáis, que no es nada, para ser Vos Se￱or de ello.”
(V 28,8).