X Semana del Tiempo Ordinario. (Año Impar)
Sábado
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- 2Cor. 5, 14-21: El amor de Cristo nos apremia.
b.- Mt. 5, 33-37: Sea vuestro lengua sí, sí, no, no.
Sigue enseñando Jesús a sus discípulos, esta vez a no jurar por nada: ni por el
cielo, ni por la tierra, ni por Jerusalén. Jurar por Dios es colocar a Dios por testigo
de algo que puede ser verdad o falso. Para evitar toda duda es mejor no jurar,
enseña el Señor. El principio que introduce es mucho más exigente porque se
quiere la sinceridad, lo auténtico debe estar presente en nuestro trato con el
prójimo, con nosotros mismos y con Dios. El cristiano convencido de su fe no
engaña ni miente porque sabe que su obrar es según Dios. El sí será sí y el no será
no, porque en ambas cosas se juegan la credibilidad, la confianza, que se deposita
en esa persona, todo dependerá de la veracidad de esa persona frente a la realidad.
Nuestra sociedad favorece muy poco la autenticidad, vivir en la verdad, porque se
promociona una visión utilitarista de la vida, más aún, algunos lo asumen como
criterio para salir adelante no importa cómo, incluso pisoteando a los demás. Tras
la publicidad, el éxito, la fama de vida de muchos está la mentira, que se presenta
como verdad, y muchos de ellos ya no distinguen lo uno de lo otro, incluso algunos
han renunciado a la verdad. En cambio, todavía encontramos servidores de la
verdad, de la justicia, la paz y el amor, como son los cristianos convencidos de su
fe y hombres de buena voluntad que creen en esos valores. Los avances
económicos y científicos no pueden obviar la verdad del hombre y su trascendencia,
lo que hace que se le respete y considere como lo más importante del universo,
referido siempre a Dios, su Creador. De ahí que la Iglesia asume todo lo humano
porque Cristo Jesús lo hizo en su Encarnación para redimirlo con su misterio
pascual. El mal, que hoy muestra mucho de sus rostros más aterradores, los
cristianos lo han de vencer a fuerza de bien, como enseña Pablo (cfr. Rm. 12, 21) y
con un testimonio humilde pero de calidad.
Teresa de Jesús enseña que si el amor de Dios ilumina el corazón del cristiano,
está asegurado el amor al prójimo. “Ande la verdad en vuestros corazones como ha
de andar por la meditación, y veréis claro el amor que somos obligadas a tener a
los prójimos.” (CV 20,4).