SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD C
Pr 8, 22-31; Sal 8; Rm 5, 1-5; Jn 16, 12-15
Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él,
el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su
cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os explicará lo que ha de venir. Él me dará
gloria, porque recibirá de lo mío y os lo explicará a vosotros. Todo lo que tiene el
Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo explicará a vosotros.
En este domingo después de Pentecostés, la Iglesia nos invita a celebrar el misterio
de la Santísima Trinidad. Concluido el Tiempo Pascual con la Solemnidad de
Pentecostés, tiempo en el cual la Iglesia nos ha concedido celebrar los misterios de
nuestra fe, indudablemente que la Solemnidad de la Trinidad: Padre-Hijo-Espíritu
Santo, prolonga esta presencia divina en la humanidad a través de la Santa Madre
Iglesia que se funda sobre la revelación hecha a los hombres, como nos lo dice San
Mateo: “...Pedro esto no te lo ha revelado ni la carne, ni la sangre sino mi Padre
que está en el cielo, ... sobre esta fe edificaré mi Iglesia...”.
La celebración de la Solemnidad de la Santísima Trinidad, nos hace presente como
dice el prefacio: «un solo Dios, un solo Señor», las tres Personas, iguales y distintas
son un solo Dios. Su distinción real no menoscaba la unidad de la naturaleza divina.
Podemos decir aquí algunas palabras directamente en torno a esta gran Solemnidad
de la Iglesia que es la celebración de la Santísima Trinidad, porque quizás esta
expresión de Santísima Trinidad, para nuestro mundo moderno, dominado por
corrientes laicistas, puede confundir y dar a entender que se trata de un Dios
inaccesible, lejano a la realidad del hombre.
Gracias a este Dios Trino: Padre-Hijo-Espíritu Santo, tres personas que inhabitan en
una perfecta comunión, es que el hombre secularizado puede abrir su corazón, por
los efectos o la manifestación de este Dios Trino, esto es a través de la experiencia
del perdón, del amor, del sentirse aceptado en toda su realidad, del no sentirse
dejado de lado porque Dios es un Dios que ama sin acepción de personas.
Al respecto nos dice San Hilario de Poitiers: “…Uno solo es el Creador de todo, ya
que uno solo es Dios Padre, de quien procede todo; y uno solo el Hijo único,
nuestro Señor Jesucristo, por quien ha sido hecho todo; y uno solo el Espíritu, que
a todos nos ha sido dado. Todo, pues, se halla ordenado según la propia virtud y
operación: un Poder del cual procede todo, un Hijo por quien existe todo, un Don
que es garantía de nuestra esperanza consumada. Ninguna falta se halla en
semejante perfección; dentro de ella, en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, se
halla lo infinito en lo eterno, la figura en la imagen, la fruici￳n en el don…” (San
Hilario de Poitiers, Tratado sobre la Trinidad Lib 2, 1, 33.35: PL 10, 50-51.73.75.)
A través de las lecturas de esta liturgia, Jesús pone de manifiesto que su enseñanza
no es solamente una doctrina; su enseñanza es su persona ya que a quien hay que
recibir es a Él. Como San Juan recalca, en su evangelio, el mensaje de Jesús es el
mismo Jesús que se entrega como regalo, y hay que entablar diálogo con Él, por
ello dijo Jesús: "…EI que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y
vendremos a él y haremos morada en él…”. Cristo propone a sus discípulos como
modelo esta comunión profundísima: “…Como Tú, Padre, estás en mí y yo en ti,
que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has
enviado…". Entonces la celebraci￳n del misterio de la Santísima Trinidad constituye
cada año para los cristianos una llamada en favor de la unidad. Es una llamada
dirigida a todos, pastores y fieles, llamada que impulsa a tomar mayor conciencia
de la propia pertenencia y participación dentro de la Iglesia, Esposa de Cristo.
San Pablo en la segunda lectura manifiesta que: "... el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo...", esta es una verdad, que
con su pasión y muerte en cruz, Cristo ha realizado plena y finalmente el amor de
Dios hacia nosotros y por nosotros, ha dado cumplimiento a las promesas, Él se
convierte en certeza del amor misericordioso del Padre, esta certeza se la debemos
al Espíritu Santo de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones.
En el evangelio de San Juan, Jesús promete a sus discípulos el Espíritu Santo, que
los guiará hasta la verdad completa. Esta totalidad es el misterio íntimo de Dios, su
esencia, una esencia que sólo Él conoce: porque así como solamente el espíritu
conoce la intimidad del hombre, así también, y mucho más aún, la intimidad de
Dios nadie la conoce, si Él mismo no nos la da a conocer y no nos hace partícipes
de ella.
Nos dice al respecto San Atanasio de Alejandría: “…Existe, pues, una Trinidad,
santa y perfecta, de la cual se afirma que es Dios en el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo, que no tiene mezclado ningún elemento extraño o externo, que no se
compone de uno que crea y de otro que es creado, sino que toda ella es creadora,
es consistente por naturaleza, y su actividad es única. El Padre hace todas las cosas
a través del que es su Palabra, en el Espíritu Santo. De esta manera, queda a salvo
la unidad de la santa Trinidad. Así, en la Iglesia se predica un solo Dios, que lo
trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. Lo trasciende todo, en cuanto
Padre, principio y fuente; lo penetra todo, por su Palabra; lo invade todo, en el
Espíritu Santo…” (San Atanasio de Alejandría, Carta 1 a Serapi￳n, 28-30).
Podemos decir que Dios es comunidad, Dios es amor, y para amar se necesita vivir
dentro de un continuo intercambio de relación con Dios. Son innumerables los
textos bíblicos al respecto, pero entre los más saltantes podemos decir: “...
hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza...”; “...el Padre y Yo vendremos
a ser morada en él...”; “... el Padre enviará en mi nombre el Espíritu de la Verdad,
para que os conduzca a la verdad plena...”; “...Yo me voy al Padre pero no os
dejaré huérfanos os enviaré el Paráclito...”, etc. La Solemnidad de la Santísima
Trinidad nos invita a proclamar nuestra fe cristiana cimentada en el Dios Único y
Verdadero, que se ha revelado por el Misterio Pascual de Cristo muerto y resucitado
por nosotros.
Por ello el hombre que ha sido creado para la comunión se realiza plenamente en la
comuni￳n, en el amor, de aquí el mandato de Israel: “Amarás al Se￱or tu Dios…(Dt
6, 4)”.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar