VIII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C
Domingo
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Eclo. 27, 5-8: No alabes a nadie antes de oírle hablar
El texto bíblico nos introduce en el conocimiento de los hombres en clave de
sabiduría y de experiencia. ¿Cómo conocer a los hombres? ¿Su moralidad en
negocios externos? La Escritura señala tres criterios: el de la criba, el del horno y la
del fruto. Así como la criba separa el trigo de la paja, así la bondad o maldad se
refleja en sus palabras y acciones. Las deficiencias de la alfarería dependen de la
cocción en el horno, así las pasiones del hombre se revelan en el calor de las
discusiones; de la misma forma los árboles se conocen por sus frutos, lo mismo los
pensamientos y el corazón de los hombres se conocen en sus palabras y obras. En
definitiva, antes de dar una opinión acerca de un hombre, es necesario conocer su
modo de pensar, hablar y obrar. El pasaje bíblico nos recomienda prudencia a la
hora de juzgar a los demás, porque queda siempre presente el principio que el
interior del hombre, su conciencia, sólo lo conoce Dios, es un santuario donde entra
sólo el hombre donde lo espera Dios. Toda persona merece respeto, pero sus obras
exteriorizan en parte su interior, por lo mismo, sujeto al juicio de su prójimo, pero
la prudencia recomienda que no sea hecho con ligereza, sino con sabiduría.
b.- 1Cor. 15,54-58: Nos da la victoria por nuestro Señor.
El apóstol Pablo, nos enseña que en el momento de la Resurrección, el cuerpo
corruptible se vestirá de incorruptibilidad: el cuerpo será el mismo, pero no lo
mismo, de miserable en glorioso, de débil en robusto. En síntesis, se siembra o
entierra un cuerpo natural y resucita un cuerpo sobrenatural. El primer Adán fue
una vida viviente, el segundo es un espíritu vivificador; el primero, llevó a la
muerte a toda la humanidad con su pecado, el segundo, lleva a la humanidad a la
vida eterna, es decir, al cielo. De la victoria de Cristo sobre la muerte, participamos
efectivamente todos los creyentes, por medio del Bautismo; es la vida del
Resucitado, de la que participa el cristiano, la vida de Aquel que está sentado a la
derecha del Padre en los cielos .
c.- Lc. 6, 39-45: Lo que rebosa del corazón, lo habla la boca.
En evangelio nos presenta una serie de sentencias que Jesús pronuncia en el llano,
luego de bajar de la montaña. Poseen un sabor sapiencial: ciegos en el hoyo
(v.39), maestro y discípulo (v. 40), mota y viga en el ojo (vv.41-42), árbol y frutos
(vv.43-44), corazón y boca (v.45), casa y obras (vv.46-49; cfr. Mt. 7,1ss). La
corrección fraterna es buena, cuando es la caridad la que la motiva, como ejercicio
de conversión personal. El peligro está en convertirse en juez del hermano, lo que
exige la autocrítica de la cual desaparezca todo lo que suene a actitud farisaica que
suponga superioridad. Así se entiende: “¿C￳mo puedes decir a tu hermano:
"Hermano, deja que saque la brizna que hay en tu ojo", no viendo tú mismo la
viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces
podrás ver para sacar la brizna que hay en el ojo de tu hermano.” (v.42). Si Dios
actuara de ese modo con nosotros estaríamos perdidos, condenados, pues nadie es
perfecto excepto ÉL; en su infinita sabiduría se fija no tanto en lo que somos, sino
más bien el intento de ser mejores. Juzgar y condenar al hermano, es intolerancia
que germina de la soberbia, viga en el ojo, que impide ver lo que somos en
realidad y no lo que creemos ser, es decir, mejores que los demás. Precisamente
Jesús nos invita a ser compasivos, a no condenar al prójimo, a perdonar y a amar
incluso a los enemigos (cfr. Lc. 6,27-38). Sólo Dios puede juzgar al prójimo, no
nosotros, pues ÉL conoce el corazón del hombre y sus debilidades que son
perdonadas; debemos imitar la bondad de Dios, como lo expresa en la parábola
del trigo y la cizaña (cfr. Mt. 13, 24ss) y la del fariseo y publicano (cfr. Lc. 18, 9-
14). El fariseísmo parece estar en el ánimo de muchos cristianos, con lo cual se
distorsiona la relación con Dios y el prójimo, lo que nos impide ver lo que somos de
verdad. Todos hemos sido fariseos en alguna oportunidad, incluso cuando nos
reconocemos pecadores. La falsa humildad, es la forma más refinada de soberbia
y orgullo espiritual. Ser discípulos significa imitar a Jesús, quien aceptó a sus
discípulos con todos sus defectos: algunos con afanes del nacionalismo judío,
traición, dudas, faltas de fe, etc. No condenó a nadie, sino que trató de salvarlos,
rescatarles del pecado como a la adúltera, la pecadora del banquete en casa del
fariseo, Zaqueo, etc. Toda nuestra vida de relaciones con los demás debe estar
guiada por el amor al prójimo, como Dios nos ama y perdona, nos comprende y
nos invita a la conversión. De la misma manera debemos tratar a nuestro prójimo,
de ahí que el testimonio cristiano sea más atractivo, que vivir condenando a los
demás. Con más frecuencia deberían resonar en nosotros las palabras de Pablo en
nuestra alma: “La caridad no acaba nunca… Ahora subsisten la fe, la esperanza y
la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad.” (1Cor.13, 1-13).
Es en el amar donde se resume toda la ley de Cristo, lo que nos capacita para
soportar y excusar los defectos ajenos y reconocer sus cualidades. Basta pensar
que cómo el prójimo nos comprende, para darnos cuenta del amor que nos tienen.
Recordemos que “El amor solo con amor se paga”, ense￱a S. Juan de la Cruz.
Santa Teresa de Jesús nos invita a nos juzgar: “Esta manera de amar es la que yo
querría tuviésemos nosotras; aunque a los principios no sea tan perfecta, el Señor
la irá perfeccionando. Comencemos en los medios, que aunque lleve algo de
ternura, no dañará. Como sea en general, es bueno y necesario algunas veces
mostrar ternura en la voluntad, y aun tenerla, y sentir algunos trabajos y
enfermedades de las hermanas, aunque sean pequeños; que algunas veces acaece
dar una cosa muy liviana tan grande pena como a otra daría un gran trabajo, y a
personas que tienen de natural apretarle mucho pocas cosas. Si vos le tenéis al
contrario, no os dejéis de compadecer; y por ventura quiere nuestro Señor
reservarnos de estas penas y las tendremos en otras cosas, y de las que para
nosotras son graves aunque de suyo lo sean para la otra serán leves. Así que en
estas cosas no juzguemos por nosotras, ni nos consideremos en el tiempo que, por
ventura sin trabajo nuestro, el Señor nos ha hecho más fuertes, sino
considerémonos en el tiempo que hemos estado más flacas.” (CV 7,5