Solemnidad, Santísima Trinidad -C
DIOS, MISTERIO de VIDA, AMOR y FELICIDAD en FAMILIA
Dijo Jesús a sus discípulos: “Aún tengo muchas cosas que decirles, pero es
demasiado para ustedes por ahora. Y cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los
guiará en todos los caminos de la verdad. Él no viene con un mensaje propio, sino
que les dirá lo que escuchó y les anunciará lo que ha de venir. Él tomará de lo mío
para revelárselo a ustedes, y yo seré glorificado por él. Todo lo que tiene el Padre
es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío para revelárselo a ustedes." (Jn
16,12-15).
Como a los discípulos, también a nosotros nos falta mucho para conocer a Dios y
para vivir el misterio de la Santísima Trinidad, nuestra felicísima Familia de origen y
destino. Todos los teólogos, santos y ángeles juntos no sabrían explicarnos lo que
es y cómo es nuestro Dios Amor Trinitario.
Lo más importante no es saber cómo son tres en uno y uno en tres, pues el sol
también es a la vez uno y tres: fuego, luz y calor; también nuestro planeta es a la
vez tierra, aire y agua. y muchas otras “trinidades” de la creación demuestran que
la Trinidad no constituye un absurdo.
Por otra parte, hay realidades que, aplicadas la Trinidad, nos permiten acercarnos
algo ese glorioso misterio: Dios es vida, amor, belleza, sabiduría, poder, paz,
relación, misericordia, ternura y felicidad, todo al infinito y en Familia, constituida
por el Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres personas distintas tan unidas, que son un
solo Dios.
Para nosotros lo decisivo está en el hecho de que la Santísima Trinidad es nuestra
felicísima Familia de origen y destino. El éxito total de la vida consistirá en alcanzar
ese nuestro hogar eterno.
Poco importa que no podamos comprender el misterio de la Trinidad, pues sí que
podemos, por gracia de Dios, amar, adorar, gozar, relacionarnos ya en la tierra con
cada una de las tres divinas Personas de la Trinidad, para luego gozarlas por toda la
eternidad.
La Trinidad en pleno se abaja y se digna habitar en nosotros como en su templo
preferido, y se merece toda nuestra acogida amorosa e incondicional.
Perder a nuestra Familia eterna, sería el fracaso total e irremediable para siempre.
Que Dios no lo permita y nosotros trabajemos y vivamos de tal manera que lo
alcancemos gracias a la muerte y resurrección de Jesús.
En el paraíso de nuestra Familia Trinitaria se gozan siempre nuevos cielos y
deleites, alegrías, maravillas y bellezas interminables. El ansia de placer se sacia y
se acrecienta sin fin. Todos los placeres de este mundo son nada y como un trsite
instante en comparación con aquéllos.
Jesús nos indicó bien claro cómo nos hacemos miembros de la felicísima Familia
Trinitaria y la alcanzamos: “Éstos son mi madre, mi padre, mis hermanos y
hermanas: los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica” (Mc 3, 33-
35). “Quien quiera salvar su vida, la perderá; y quien pierda la vida por mí, la
salvará” (Mt 16, 25).
Mientras que fuera de “nuestro” paraíso, lejos de Dios, desgarran siempre nuevos e
insoportables sufrimientos, que tampoco tienen comparación con los de esta vida.
Más vale temer el infierno que caer en él por haber creído que no existía, pues no
deja de existir por no creer en él, sino que por no creer en él se termina en él.
¡Inmensa desgracia irremediable para siempre jamás!
Mientras que, a quien ama a Dios y al prójimo, Él le dará –no obstante las cruces-
el ciento por uno aquí en la tierra en bienes, personas y gozos, y se los multiplicará
al infinito para siempre en el hogar festivo de la Familia Trinitaria. (Cfr. Mt 19, 29).
Padre Jesús Álvarez, ssp