Ciclo C: Solemnidad. Santísima Trinidad
Pedro Guillén Goñi, C.M.
La Santísima Trinidad es una fiesta transversal, que de una manera u otra está
presente en todas nuestras celebraciones. Pero hoy queremos celebrar este
misterio de manera específica, fijando nuestra mente y nuestro corazón no
aisladamente en el Padre, en el Hijo o en el Espíritu sino en la comunión del Padre,
del Hijo y del Espíritu. La mirada no es puramente racional, nuestra mente nunca
llegará a comprender el misterio, sino desde la simbología, el corazón y, sobre
todo, la fe.
Dios es amor. El amor se manifiesta entre personas y por eso creemos firmemente
en la fiesta que celebramos en el día de hoy: la Santísima Trinidad: “tres personas
distintas en un solo Dios verdadero”. Este misterio desborda nuestra capacidad de
comprensión pero la fe supone el encuentro con el ser que queremos y nada hay
más sencillo y sublime, desde la perspectiva del entendimiento y el afecto humano,
que sentir necesidad y creer en un Dios amor que se entrega por nosotros desde la
acogida y el perdón. Gracias al amor infinito que Dios es en el Padre, Creador, Dios
Hijo Salvador y Redentor, y Dios Espíritu Santo, Vivificador, nosotros hemos
adquirido la dignidad de ser hijos del mismo Dios por el bautismo y hemos recibido
la salvación que se va realizando en este mundo y que culmina con el encuentro,
precisamente con Dios trinitario, en el abrazo y regazo de la eternidad.
El evangelio de hoy nos anuncia que el Espíritu santo no solamente es amor
derramado en nuestra vida sino también la Verdad plena. Él nos puede enseñar los
misterios de Dios. El Espíritu Santo está en íntima conexión con el Padre y el Hijo, y
todo ello desde la envoltura del amor.
El amor del Padre, la gracia del Hijo y la comunión del Espíritu Santo, como
decimos en las palabras iniciales de la Eucaristía, configuran nuestra vida de
cristianos y nos hacen sentir la presencia de un Dios cercano y amoroso que
envuelve y transforma nuestra vida.
La fiesta de la Trinidad nos recuerda que todo amor verdadero, por humilde y
pequeño que sea, tiene “sabor de Dios” y, por lo tanto, cualquier forma de vivenciar
nuestras relaciones interpersonales, cuando están basadas en la comprensión,
aceptación y tolerancia, son manifestaciones y prolongaciones del amor trinitario en
el mundo en que vivimos.
En esta fiesta el amor trascendente de Dios con nosotros tiende un puente al amor
inmanente que se hace realidad en la práctica de la caridad y de la apertura del
corazón al servicio de los hombres especialmente de los más necesitados.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)