SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD/c (Jn 16, 12-15)
Santísima Trinidad
“El Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena”
Después del tiempo pascual, que culmina en la fiesta de Pentecostés, la liturgia
prevé estas tres solemnidades del Señor: hoy, la Santísima Trinidad; el jueves
próximo, el Corpus Christi (en algunos países se celebra el Domingo siguiente); y,
por último, el viernes de la siguiente semana, la fiesta del Sagrado Corazón de
Jesús. Cada una de estas celebraciones litúrgicas subraya una perspectiva desde la
que se abarca todo el misterio de la fe cristiana; es decir, respectivamente, la
realidad de Dios uno y trino, el sacramento de la Eucaristía y el centro divino-
humano de la Persona de Cristo
Hoy contemplamos la Santísima Trinidad tal como nos la dio a conocer Jesús. El
misterio de la Santísima Trinidad es “el misterio central de la fe y de la vida
cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo” (CEC 234). Tres Personas que son un
solo Dios, porque el Padre es amor, el Hijo es amor y el Espíritu es amor. Dios es
todo amor y sólo amor, amor purísimo, infinito y eterno. No vive en una espléndida
soledad, sino que más bien es fuente inagotable de vida que se entrega y comunica
incesantemente.
Creemos, como verdad revelada, que Dios es uno y único, que fuera de Él no hay
otros dioses. Como verdad revelada creemos también que Dios, siendo uno, es
comunión de tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Tres personas
distintas, no tres dioses distintos. Son un solo Dios, porque poseen la misma
naturaleza divina. Dios en sí mismo no es, por tanto, un ser solitario ni inmóvil: es
Comunión divina de Amor.
“Nosotros creemos en Dios que es Padre, que es Hijo, que es Espíritu Santo.
Nosotros creemos en personas, y cuando hablamos con Dios hablamos con
Personas: o hablo con el Padre, o hablo con el Hijo, o hablo con el Espíritu Santo.
Esta es la fe”, dijo el Papa Francisco. (18-4-13)
En la verdad y realidad cristianas, Dios se da a los seres humanos y espera que
nosotros nos demos a Él. Él nos comunica su Amor y desea que le amemos a Él
(por cierto, sobre todas las demás cosas y personas). Él nos ama para que
nosotros le amemos y para que nos amemos entre nosotros con ese Amor con que
Él nos ama.
Y en ese Amor de Dios a nosotros, de nosotros a Dios y de nosotros entre sí, se da
la unión. “Que todos sean uno como Tú, Padre, estás en Mí y Yo en Ti. Sean
también ellos uno en Nosotros” (Jn. 17, 21).
Si amamos a Dios como El desea ser amado por nosotros y si nos amamos entre
nosotros con ese amor con que Dios nos ama, estaremos unidos a Dios para toda la
eternidad. Pero aún en el más allá, cuando esa unión se dará a plenitud, y los que
hayamos obrado bien estaremos resucitados en cuerpo y alma gloriosos en unión
plena en Dios, Dios seguirá siendo Dios y nosotros seguiremos siendo nosotros.
Lo que el Señor Jesús nos ha revelado del misterio de Dios echa una luz muy
poderosa sobre nuestra propia naturaleza, sobre las necesidades profundas que
experimentamos, sobre la necesidad que tenemos de vivir la comunión con otras
personas semejantes a nosotros para realizarnos plenamente. Creados a imagen y
semejanza de Dios, necesitamos vivir la mutua entrega y acogida que viven las
Personas divinas entre sí para llegar a ser verdaderamente felices. Y el camino
concreto para vivir eso no es otro sino el que Jesucristo nos ha mostrado, el de la
entrega a los demás, del amor que se hace don de sí mismo en el servicio a los
hermanos humanos y en la reverente acogida del otro: “ámense los unos a los
otros como yo los he amado” (Jn 15,12).
Hermanos, hagamos nuestra la oración de san Hilario de Poitiers: “Mantén
incontaminada esta fe recta que hay en mí y, hasta mi último aliento, dame
también esta voz de mi conciencia, a fin de que me mantenga siempre fiel a lo que
profesé en mi regeneración, cuando fui bautizado en el Padre, en el Hijo y en el
Espíritu Santo” (De Trinitate, XII, 57: CCL 62/a, 627).
La Virgen María, con su dócil humildad, se convirtió en esclava del Amor divino:
aceptó la voluntad del Padre y concibió al Hijo por obra del Espíritu Santo. En ella el
Omnipotente se construyó un templo digno de él, e hizo de ella el modelo y la
imagen de la Iglesia, misterio y casa de comunión para todos los hombres. Que
María, espejo de la Santísima Trinidad, nos ayude a crecer en la fe en el misterio
trinitario.