Ciclo C: Solemnidad. El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
Rosalino Dizon Reyes.
Aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del
mismo pan (1 Cor 10, 17)
Jesús va con sus apóstoles a Betsaida para retirarse allí solos después de una
misión de predicación y sanación. Pero lo propuesto no se hace realidad; llega la
gente.
Los no invitados no molestan a Jesús. Los acoge, dejando la convivencia por la
convivencia. Pronto se reanuda la misión.
Cae la tarde, pero eso les importa solo a los Doce. Recuerdan a Jesús que están
donde no hay nada y, por eso, mejor que la gente se vaya. Él no descarta la
necesidad material de la muchedumbre. No dice lo que dijo al tentador que buscó
hacer mago presentuoso del Mesías: «No solo de pan vive el hombre». Contesta
esta vez: «Dadles vosotros de comer».
Así se indica que convivir con él quiere decir solidaridad. Sin ella, los hambrientos
no llegan a saciarse ni corporal ni espiritualmente. La integridad humana exige tal
convivencia. Según san Pablo, es por falta de comunión y amor solidario que hay,
entre los corintios, «muchos delicados y enfermos, y mueren muchos».
Por eso, los miembros del cuerpo de Cristo se preocupan por igual unos de otros.
No se les permite vivir de acuerdo con «Sálvese quien pueda». Entre ellos, no se le
desampara ni se le avergüenza a nadie, ni aun—o mejor dicho, ni especialmente—al
más pequeño, más inútil, más pobre. La carencia de uno es la carencia de todos; si
uno se satisface, los demás se satisfacen. Nadie se adelanta a comer, dejando a
otros pasar hambre. Todos se esperan unos a otros. Cada quien comparte lo que
tiene. Aun las pocas cosas que uno entregue, ésas las multiplicará Jesús más de
mil veces de modo que todos se saciarán y aún habrá de sobra.
Y cuando uno está totalmente vacío,—después de entregar todo, a imitación del
que se anonadó y se sacrificó en la cruz, y cuyo sacerdocio fue prefigurado por el
de Melquisedec—, entonces uno está lleno, para que su abundancia supla la
privación de otros. Quien así se queda sin nada, bien puede decir lo que san
Vicente de Paúl. Enterado éste de que ya no había dinero para asistir a los pobres,
replicó al que le había dado el informe: «¡Qué buena noticia! ¡Bendito sea Dios!
¡A buenas horas!, que ahora es cuando hay que demostrar que confiamos en Dios»
(Abelly 3, III, 13).
Como lo demuestra la experiencia de san Vicente, la Providencia no defrauda.
Hasta nos hace partícipes del amor inventivo de Jesús, del que emanó la Eucaristía
(XI, 63-67), para que trascendamos nuestros propósitos y nos dispongamos a dejar
el sacramento del altar por el sacramento del hambriento.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)