Fiesta. Visitación de la Virgen María (31 de mayo)
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Sof. 3,14-18. El Señor será el rey de Israel en medio de ti.
Este pasaje del final del libro del profeta, posee las características de uno de los
Salmos de entronización de Yahvé como rey, o del rey como Ungido (cfr. Sal. 2 ;
21; 45; 89; 101; 110). Aunque el tema sea muy distinto al resto del libro, donde se
resalta el futuro en clave jubilosa. Por lo mismo, se piensa que quizás este pasaje,
sea de algún redactor posterior a Sofonías, es siempre palabra de Dios inspirada y
consoladora. Las imágenes que presenta son más bien tradicionales: la alegría de
Israel por la derrota de sus enemigos, la presencia salvadora de Yahvé, el retorno
de los exilados de Babilonia, formando un solo pueblo de renombre para las
naciones, que circunda a Israel. Esta realidad descrita, era todo lo opuesto a lo que
habían conocido hasta ahora. Para el profeta el futuro se hace pasado por la
convicción que lo anima, y la inspiración divina de sus esperanzas, que contempla
como hechas realidad. Es la palabra de los “anawin”, los pobres de Yahvé, que el
profeta proclama, a un pueblo que ha abandonado la fidelidad de la alianza. Lo que
quizás más caracteriza este texto, o Salmo, es la presencia alegre de Yahvé en
medio de su pueblo, como rey de Israel. “Yahveh tu Dios está en medio de ti, ¡un
poderoso salvador! El exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti
con gritos de júbilo, como en los días de fiesta.” (vv.17-18). Cuando Lucas, piensa
en Jesús como Dios hecho hombre en medio de su pueblo, no encontrará mejor
expresión que la del profeta Sofonías (cfr. Sof. 3,15-17; Lc.1,28-33). María de
Nazaret, es la nueva Sión, a quien se le asegura que no tema, porque Yahvé está
en Ella, “está contigo” (Lc.1, 28), para hacerse presente en su alma y en su seno
virginal, como Salvador y Rey. Desde ese momento María, personifica al nuevo
Israel, como Madre, de todos los hombres, del Cristo total, de la Iglesia. Isabel
inspirada por el Espíritu, la proclamará: “Bendita entre todas las mujeres” (Lc. 1,
42).
b.- Lc. 39-53: ¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor.
En la Visitaci￳n de María a su prima Isabel, encontramos un eco del “alégrate María
llena de gracia” de la Anunciaci￳n, en que se refleja la actitud de Isabel, y del
pequeño Juan que lleva en su seno (cfr. Lc.1, 28). Se gozan de la visita de la Madre
del Dios, que porta en su seno al Mesías, al Salvador. Estas dos madres y sus
respectivos hijos, están unidos por sus destinos: Isabel representa la Antigua
Alianza, María, en cambio, la Nueva Alianza, la humanidad redimida. En Ella,
contemplamos la nueva Arca de la Alianza, QUE contiene la presencia del Mesías,
concebido por obra del Espíritu Santo. “Y sucedi￳ que, en cuanto oy￳ Isabel el
saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu
Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el
fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque,
apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.
¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del
Señor!» (vv. 42-45). María Santísima, llena de la gracia divina, plena del Espíritu
Santo, cree en la palabra que le fue anunciada, por eso se convierte en Madre de
Jesús (cfr. LG. 56). Por la fe que la mueve, María es dichosa, se convierte en la
primera creyente y primera discípula de Jesucristo, primera cristiana en la Iglesia
(MC 35). La Maternidad divina, es fruto de una fe obediente a Dios, una fe activa,
no sólo un instrumento pasivo, en las manos de Dios Padre y del Espíritu Santo;
María colaboró activamente a la salvación de los hombres. San Agustín, enseña
que María, es más dichosa, por haber concebido a Cristo primero por la fe en su
espíritu, y luego en su seno; más dichosa por ser discípula de su Hijo, haciendo la
voluntad de Dios, que por ser Madre física de Jesús (cfr. Sermones 25 y 69; GS
53). Se puede decir, que María es Bienaventurada, por creer a la palabra y
guardarla, como canta Isabel: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas
que le fueron dichas de parte del Se￱or!” (Lc. 1, 42); y como lo reconoció esa
mujer del pueblo, que lanza una alabanza a la Madre del Maestro de Nazaret:
“Sucedi￳ que, estando él diciendo estas cosas, alz￳ la voz una mujer de entre la
gente, y dijo: « ¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!» Pero él
dijo: “Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan.” (Lc.11, 27-
28). En María, se reúne en una perfecta sinfonía, la creyente y la que cumple la
voluntad de Dios, que hizo suya, con un Sí incondicional. Por María Santísima, Dios
entra en la humanidad, para realizar la redención del mundo, con el cambio, que
encierra el Reino de Dios, que el Magnificat, hace canto de esperanza. María, es la
creyente en Dios, modelo de fe para todo cristiano, y que nos enseña a llenar de fe
la propia existencia personal y eclesial.
Sor Isabel de la Trinidad (1880-1906), monja carmelita francesa, mística de la
interioridad, comenta la Visitaci￳n así: “Cuando leo en el Evangelio «que María
corrió con toda diligencia a las montañas de Judea» (Lc. 1, 39) para ir a cumplir su
oficio de caridad con su prima Isabel, la veo caminar tan bella, tan serena, tan
majestuosa, tan recogida dentro con el Verbo de Dios... Como la de Él, su oración
fue siempre: «Ecce, ¡heme aquí!» ¿Quién? «La sierva del Señor» (Lc. 1, 38), la
última de sus criaturas. Ella, ¡su madre! Ella fue tan verdadera en su humildad,
porque siempre estuvo olvidada, ignorante, libre de sí misma. Por eso podía
cantar:«El Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas; desde ahora me llamarán
feliz todas las generaciones” (Lc. 1, 48, 49).” (Últimos Ejercicios 40).