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Día litúrgico: Lunes IX del tiempo ordinario
Texto del Evangelio ( Mc 12,1-12): En aquel tiempo, Jesús comenzó a hablarles
en parábolas: «Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y
edificó una torre; la arrendó a unos labradores, y se ausentó.
»Envió un siervo a los labradores a su debido tiempo para recibir de ellos una parte
de los frutos de la viña. Ellos le agarraron, le golpearon y le despacharon con las
manos vacías. De nuevo les envió a otro siervo; también a éste le descalabraron y
le insultaron. Y envió a otro y a éste le mataron; y también a otros muchos,
hiriendo a unos, matando a otros. Todavía le quedaba un hijo querido; les envió a
éste, el último, diciendo: ‘A mi hijo le respetarán’. Pero aquellos labradores dijeron
entre sí: ‘Éste es el heredero. Vamos, matémosle, y será nuestra la herencia’. Le
agarraron, le mataron y le echaron fuera de la viña.
»¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá y dará muerte a los labradores y entregará
la viña a otros. ¿No habéis leído esta Escritura: ‘La piedra que los constructores
desecharon, en piedra angular se ha convertido; fue el Señor quien hizo esto y es
maravilloso a nuestros ojos?’».
Trataban de detenerle —pero tuvieron miedo a la gente— porque habían
comprendido que la parábola la había dicho por ellos. Y dejándole, se fueron.
Comentario: Fr. Alphonse DIAZ (Nairobi, Kenia)
Envió un siervo a los labradores a su debido tiempo para recibir de ellos
una parte de los frutos de la viña
Hoy, el Señor nos invita a pasear por su viña: «Un hombre plantó una viña (...) y la
arrendó a unos labradores» (Mc 12,1). Todos somos arrendatarios de esa viña. La
viña es nuestro propio espíritu, la Iglesia y el mundo entero. Dios quiere frutos de
nosotros. Primero, nuestra santidad personal; luego, un constante apostolado entre
nuestros amigos, a quienes nuestro ejemplo y nuestra palabra les anime a
acercarse cada día más a Cristo; finalmente, el mundo, que se convertirá en un
mejor sitio para vivir, si santificamos nuestro trabajo profesional, nuestras
relaciones sociales y nuestro deber hacia el bien común.
¿Qué clase de arrendatarios somos? ¿De los que trabajan duro, o de los que se
irritan cuando el dueño envía a sus siervos a cobrarnos el alquiler? Podemos
oponernos a los que tienen la responsabilidad de ayudarnos a proporcionar los
frutos que Dios espera de nosotros. Podemos poner objeciones a las enseñanzas de
la Santa Madre Iglesia y del Papa, los obispos, o quizás, más modestamente, de
nuestros padres, nuestro director espiritual, o de aquel buen amigo que está
tratando de ayudarnos. Podemos, incluso, volvernos agresivos, y tratar de herirles
o, hasta “matarlos” mediante nuestra crítica y comentarios negativos. Deberíamos
examinarnos a nosotros mismos acerca de los motivos reales de dicha postura.
Quizás necesitamos un conocimiento más profundo de nuestra fe; quizás debemos
aprender a conocernos mejor, a efectuar un mejor examen de conciencia, para
poder descubrir las razones por las que no queremos producir frutos.
Pidamos a Nuestra Madre María su ayuda para que podamos trabajar con amor,
bajo la guía del Papa. Todos podemos ser “buenos pastores” y “pescadores” de
hombres. «Entonces, vayamos y pidamos al Señor que nos ayude a llevar fruto, un
fruto que permanezca. Sólo así este valle de lágrimas se transformará en jardín de
Dios» (Benedicto XVI). Nosotros podríamos acercar a Jesucristo nuestro espíritu, el
de nuestros amigos, o el del mundo entero, si tan sólo leyéramos y meditáramos
las enseñanzas del Santo Padre, y tratásemos de ponerlas en práctica.
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