No era tan mala la reata, sólo que estaba mal torcida
Domingo 10 ordinario 2013
Lucas es experto en presentarnos a Jesús en plena acción, precisamente “en el
camino”. Ahí desplegaba Cristo todas sus acciones, ni detrás de un escritorio, ni
detrás de un altar, sino en pleno camino era donde Jesús dejaba ver su condición
de enviado y mensajero del Buen Padre Dios. Precisamente ahora nos ocuparemos
de una de esas acciones de Cristo, en una ciudad que sólo se menciona en la Biblia
en esta ocasión, Naim. Iba Jesús con la alegría que le caracterizaba, instruyendo a
sus discípulos, acompañado de mucha gente, cuando de pronto, al llegar al
pueblecito, ya no pudieron caminar porque se encontraron con otro grupo de gente
que llevaban a enterrar al hijo único de una pobre viuda. Hay que decir de paso,
que los más desarrapados en Israel de tiempos de Jesús, eran los huérfanos, los
pobres, las viudas y los migrantes. Les achacaban que sus males eran causados por
su pecado o su ingratitud. Con esto podemos entender el dolor de aquella madre
que veía perdido a su hijo, sin tener desde entonces ningún consuelo humano,
porque con el hijo se le iba toda esperanza de sobrevivir.
Cristo detiene su marcha, como la de sus acompañantes, y tomando la iniciativa, se
acerca a la madre y la consuela y se compadece de ella, porque era humano, y
ningún sentimiento humano le era ajeno: “No llores”. Qué contraste con las
palabras de pésame que a veces se oyen en los velorios, donde después de un
consuelo a todas luces ficticio, se retiran unos cuantos pasos, para el consabido
café y la agradabilísima conversación, aunque en circunstancias difíciles para los
verdaderos familiares o la viuda.
Y a continuación, Cristo detiene la marcha de los que llevaban el cadáver del
muchacho, y se acerca para tocar el ataúd. Esta fue la segunda acción de Cristo,
atrevida, porque los judíos no podían tocar un cadáver sin quedar contaminado.
Aquí tendríamos que acercarnos a los que hacen el mal a los jóvenes, los que los
inducen al mal, los que urden y les acercan las drogas, los que propician la
prostitución, los que abren los caminos para que los jóvenes entusiasmados por el
dinero fácil, se conviertan en narcotraficantes, en pequeña o en grande escala.
Y finalmente, Cristo, quizá teniendo sostenida la mano del muerto, lo increpa con
poder: “joven, yo te lo mando, levántate”. Si antes se había compadecido de la
madre porque era hombre, ahora porque era precisamente el Hijo de Dios, puede
mandar a la muerte que se retire, y el muchacho, levantándose del féretro, le es
entregado a la madre, que como todos los circundantes, eran presa de temor, y de
admiración, no sin alabar con ello al Dios de los cielos por haberles enviado tan
gran profeta. Hoy también podríamos decirle los jóvenes: “Levántense”, dejen ya la
desilusión y el miedo, dejen ya de vivir en ese mundo irreal y virtual de la droga
para darse cuenta que el único que puede dar la felicidad es Jesús, “Levántense” de
esa postración en que los tiene esclavizados el mundo de las comunicaciones, sus
famosos audífonos y demás, que ciertamente les acercan a gentes de todo el
mundo, pero que los incomunica de los que andamos cerca. “Levántense” y dejen
ya de considerar que lo importante es hacer dinero, a cualquier precio, para
apreciar que lo más valioso es la propia vida que tenemos que invertir en hacer el
bien a los que nos rodean, haciendo este mundo más humano, más fraternal,
donde podamos desarrollarnos todos los hombres como hermanos. Y a todos los
hombres tendríamos que decirles hoy: “Levántense” porque Cristo nos espera y se
muestra como Señor de la vida, de la paz y del amor entre todos los hombres y
como el único camino para el encuentro con el Buen Padre Dios.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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