DÉCIMO DOMINGO ORDINARIO C
(I Reyes 17:17-24; Gálatas 1:11-19; Lucas 7:11-17)
Estamos conduciendo por una buena velocidad. Pensamos, si todo va bien,
llegaremos en tiempo para nuestra cita. Entonces vemos adelante una fila de
carros. Es una procesi￳n funeraria. “O Dios – exclamamos – ayúdame mantener la
paciencia”. Es la situaci￳n de Jesús en el evangelio que acabamos de escuchar.
Jesús encuentra a un grupo de personas saliendo la población para enterrar al único
hijo de una viuda. El pasaje no dice nada de cómo el hombre murió. Porque lo
encontramos con bastante frecuencia hoy en día, que postulemos que el joven se
suicidó. Ciertamente el suicidio existió en el día de Jesús, sin embargo con toda
probabilidad no cómo en nuestros tiempos. Hoy el suicidio es la tercera causa más
grande de la muerte entre jóvenes de diez a veinte y cuatro años en los Estados
Unidos.
Es posible que sintamos incapaz de decir algo confortante a los padres de los
suicidios. Pues ¿no es suicidio el pecado no perdonable? No, señor, eso no es la
verdad. Sabemos que el suicidio a menudo resulta de la depresión patológica.
Puede ser el caso que el suicidio es no más pecaminoso que un infarto. Por esta
razón la Iglesia no demora de recibir el cuerpo en el templo para rezar por el alma
de la víctima del suicidio. Igual como si fuera una monja, pedimos en la misa que
Dios la acepte en el cielo. Como Jesús en la lectura, podemos consolar a los
padres: “No lloren”. Estas palabras dan eco a las aquellas que Jesús dijo unos días
anteriores esta visita a Naím: “Dichosos ustedes lo que ahora lloran, pues después
reirán”. La viuda no debe llorar porque el reino de Dios ha venido en su persona.
Al muerto Jesús se dirige con palabras aún más prometedoras: “Joven,…levántate”.
Porque es el autor de toda vida, él puede restaurar la vida de un muerto. Nosotros
no tenemos tal poder, pero tampoco somos impotentes. Al menos antes de que un
joven intente tomar su vida, podemos actuar para aliviar la crisis. Pero primero,
tenemos que ser conscientes de las señales del peligro. Algunos jóvenes
contemplando suicidio hablan de la muerte. Otros se distancian de parientes y
amigos. Aun otros comienzan a obsequiar sus posesiones más apreciadas.
Segundo, queremos preguntar a él o ella si jamás haya pensado en el suicidio. No
deberíamos temer que estemos sembrando la idea. Pues, para los muchachos
contemporáneos el suicidio es tema tan corriente ahora como el polio era hace
cincuenta años. Finalmente, si los jóvenes admiten que han tenido pensamientos
del suicidio, tenemos que encontrarles la ayuda tan pronto como posible. Hay
varios servicios públicos que nos ayudarán obtener a un psicólogo competente.
Ciertamente, querríamos apoyar cualquier inclinación que tenga el deprimido de
hablar de sus sentimientos. Tenemos que tener cuidado que no juzguemos sus
sentimientos como buenos o malos. Pero, sí, querríamos respaldar su valor
inestimable como persona. Vale porque es hijo o hija de Dios hecho en la imagen
divina para servir y probar la bondad de Dios. El evangelio no reporta lo que diga
el joven cuando Jesús lo levanta de la muerte, pero fácilmente podemos imaginar
sus palabras. Diría, “Gracias, Se￱or, muchas gracias, por una segunda
oportunidad”.
El pasaje termina con la gente glorificando a Dios por su profeta Jesús. Por
supuesto Jesús es más que profeta, pero como profeta se dirige al mal para salvar
al pueblo. Nosotros bautizados compartimos esta dimensión del ministerio de
Jesús. Como él queremos consolar a los afligidos y, si es necesario, advertir a
aquellos que abusan la justicia. Un ministro hospitalario tiene la capacidad de
sumar la situación en un cuarto rápidamente. Sabe bien ambos cuándo el paciente
necesita palabras de aliento y cómo llamar a la enfermera para darle atención
urgente.
Muchachos – a veces parece que viven en su propio mundo. Llevan IPods como si
tuvieran agarrada la mano de su novia e inventan su propio lenguaje para hacer
textos. Es posible que sintamos incapaz de decirles algo prometedor. Sin
embargo, de alguna manera tenemos que penetrar la frontera separándonos de
ellos. ¿Qué les diremos? Como profetas a nuevas tierras les hablaríamos del amor
de Dios para cada uno, sea guapo o alto o deprimido o discapacitado. Les
hablaríamos del amor de Dios para cada uno.
Padre Carmelo Mele, O.P.