SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO (C)
Homilía del P. Abat Josep M. Soler
2 de junio de 2013
Gén 14, 18-20; 1Cor 11, 23-26; Lc 9, 11-17
Pan y vino . En la narración bíblica sobre Abraham, aparece brevemente un personaje,
de nombre Melquisedec , que era rey y sacerdote. El fragmento que habla de él, lo
hemos leído en la primera lectura. Este personaje, en su encuentro con Abraham,
sacó , según dice el texto, pan y vino , y bendijo el Patriarca. Este sacar pan y vino ,
puede tener una doble finalidad. Sacerdote como era, podía ser para ofrecer un
sacrificio a Dios durante el encuentro con Abraham. Pero podía ser también para
ofrecerle hospitalidad, para invitarle a tomar alimento y establecer así unos vínculos de
comunión sellados por la comida compartida. El texto bíblico lo deja abierto.
Rey, sacerdote del Dios Altísimo , portador de pan y vino , fuente de bendición. Con
estas características, queridos hermanos y hermanas, no cuesta mucho entender que
los Padres de la Iglesia, que leían siempre la biblia a la luz de Jesucristo, vieran en el
episodio de Melquisedec sacando pan y vino , una prefiguración de Jesús, el Señor. Él
es con toda propiedad el rey del universo (cf. Ap 1, 5), el sacerdote o mediador que el
Padre nos ha enviado (cf. Hb 7, 15-17). Él, tal como recordaba san Pablo en la
segunda lectura, tomó el pan y el vino en la última cena, para ofrecerlo a los discípulos
y hacer que, después, ellos, con este alimento, alimentaran a la multitud, según hemos
escuchado en el evangelio. De esta manera, el pan y el vino ofrecidos por Jesucristo
se convierten en fuente de bendición para toda la humanidad.
El breve episodio de Melquisedec, leído desde Jesucristo tal como hace, también, la
liturgia, nos ayuda, pues, a penetrar mejor la solemnidad de Corpus que hoy
celebramos. Jesucristo, en su condición de rey y de sacerdote de la nueva alianza
presentó, también, pan y vino como alimento y vínculo de comunión. La segunda
lectura nos mostraba la dimensión de sacrificio que también tienen estos dos
elementos sacramentales en la última cena y en la celebración de la Eucaristía. El pan
y el vino dados por el Señor la noche en que iban a entregarlo, no son como los
ordinarios. Son, por la palabra creadora de Cristo y por la acción del Espíritu Santo, el
cuerpo y la sangre que Jesús, el sacerdote del Dios Altísimo , ofreció en sacrificio en la
cruz por la salvación del mundo. Cada vez que celebramos la Eucaristía volvemos a
hacer presente su realidad salvadora. Además, el pan y el vino que ofrece Jesucristo
es también un signo de hospitalidad, de acogida, con la doble dimensión que nos es
hecha de invitación a tomar alimento y de compartir la comida con los otros que están
invitados. Este tema nos ha sido presentado por el fragmento del evangelio que hemos
escuchado. En la Eucaristía, por tanto, nos es ofrecido el alimento espiritual para
poder vivir como cristianos con sus exigencias, así como la comunión personal e
íntima con Jesucristo que viene a nuestro interior porque quiere establecer cada día
más intensamente una relación de amistad con nosotros.
La mesa del pan y del vino eucarísticos, sin embargo, no nos es ofrecida como algo
individual. La mesa del pan y del vino de Jesús es la mesa de los hijos de Dios, y, por
tanto, es, también, la mesa de los hermanos. Por eso la participación en la Eucaristía
es inseparable del amor fraterno entre cristianos y de la solidaridad comprometida con
toda la humanidad, más que nunca ahora en la era global. Además, esta mesa del pan
y del vino transformados en el cuerpo y la sangre de Cristo anticipa la mesa del Reino
del cielo, cuando en la eternidad podremos disfrutar de la amistad con Dios y de la
fraternidad con toda la humanidad salvada; esta mesa del Reino saciará todos
nuestros deseos en la felicidad sin fin.
Volvamos, de nuevo, al episodio de Abraham y Melquisedec visto a la luz de
Jesucristo para entender otra dimensión del Corpus. Abraham, nuestro padre en la fe,
el líder del pueblo de la alianza, aparece como inferior a Melquisedec, del cual recibe
la bendición y al que ofrece el diezmo, la décima parte de todas sus propiedades,
como un homenaje y una sumisión. El nuevo Melquisedec que es Jesucristo, también,
nos bendice cada vez que participamos de su pan y de su vino que ofrece en la
Eucaristía. Y nosotros le debemos prestar el homenaje de nuestra sumisión libre y
liberadora. Porque, en el Sacramento eucarístico, reconocemos la presencia de aquel
que en su doble naturaleza, divina y humana, es Rey salvador, Sacerdote que nos
santifica. Por ello, la solemnidad del Corpus, conlleva la adoración de esta presencia
en el pan y el vino consagrados, e invita a una oración confiada, a un diálogo de
corazón a corazón, a una "mirada amorosa". Esto, junto con el trabajo para poner en
práctica su palabra, es nuestros " diezmo ", nuestro homenaje ofrecido a Jesucristo, a él
que, a pesar de ser de condición divina, por amor se ha hecho hombre (cf. Fil 2, 6-8) y
se ha quedado entre nosotros (cf. Mt 28, 20).
En el contexto del año de la fe, se nos propone hacerlo de un modo particular en el día
de hoy, como adoración, como acción de gracias y como petición de la bendición de
Jesucristo sobre todas las realidades de sufrimiento, de opresión, de violencia y de
mal que hay en el mundo. Atendiendo al deseo del Papa Francisco, que ha hecho
suya la propuesta de Benedicto XVI, somos invitados a unirnos espiritualmente a la
adoración que se hará en San Pedro del Vaticano, a todas las catedrales y en muchas
iglesias y santuarios del mundo católico cuando para nosotros serán las cinco de la
tarde. En toda la redondez de la tierra habrá, por tanto, una adoración y una alabanza
simultánea del misterio eucarístico que, por amor, el Señor ha dejado a la Iglesia.
Instruidos por la Palabra de Dios, dispongámonos ahora a acoger el don del
sacramento eucarístico como alimento para nuestro espíritu, como fuerza para la
nuestro testimonio cristiano, como sacramento de comunión con los hermanos en la
fe, como llamada a anunciar el Evangelio a todos. Y, una vez acogida la presencia
eucarística del Señor resucitado, démonos a la adoración agradecida y ferviente por el
gran don que nos es ofrecido, que es ofrecido a toda la humanidad.