DÉCIMOTERCER DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
(Ciclo C)
Padre Jorge López Teulón
La libertad es el poder que radica en la razón y en la voluntad; aquello que
nos permite obrar o no obrar, hacer esto o aquello, ejecutar por nosotros mismos
acciones deliberadas. 1
Hoy el Señor Jesús quiere hacer hincapié en el carácter exigente de la vocación
apostólica. Cuando Él llama, desea que se le siga sin tardanza, sin volver la vista
atrás, con más radicalidad aún que Eliseo lo hizo ante la llamada de Elías.
¿Cuántos de entre nosotros tienen todavía el valor de dejarlo todo, y sobre todo
dejarse a sí mismos, como lo hizo Jesús por seguir la voluntad del Padre hasta la
muerte?
Si contemplamos a este Maestro, aprendemos de Él el verdadero sentido de la
pobreza evangélica, el primer tema que trata el Evangelio. Y también la
grandeza de la vocación a seguirlo por el camino de esa pobreza. Y, ante todo,
vemos que Jesús vivió verdaderamente como pobre. Según San Pablo, Él, Hijo
de Dios, abrazó la condición humana como una condición de pobreza; y en esta
condición humana siguió una vida de pobreza, haciéndose pecado por nosotros.
Su nacimiento fue el de un pobre, como indica el establo donde nació y el
pesebre donde lo puso su Madre. Durante treinta años vivió en una familia en la
que José se ganaba el pan diario con su trabajo de carpintero; trabajo que
después Jesús mismo compartió. En su vida pública pudo decir de sí: “El Hijo del
Hombre –como hemos escuchado– no tiene donde reclinar su cabeza” , para
indicar su entrega total a la misión mesiánica en condiciones de pobreza. Y
murió como un esclavo; murió pobre, despojado de todo; en la Cruz. Había
elegido ser pobre hasta el fondo.
Al hombre contemporáneo le es difícil volver a la fe, porque le asustan -nos
asustan- estas exigencias morales que la fe nos presenta. Entonces habla de
actualizar el Evangelio, cuando en realidad lo que busca es rebajarlo a su
capricho, hacerlo a su medida.
El Evangelio es ciertamente exigente. Es sabido que Cristo, a este respecto, -lo
hemos visto en estos dos últimos domingos- no engañaba nunca a sus discípulos
ni a los que le escuchaban. “El que quiera venirse, cargue con su cruz cada día y
me siga” . Y mucho más: las exigencias que hoy narra el evangelista Lucas. Al
contrario, Jesucristo prepara a los suyos con verdadera firmeza para todo
género de dificultades; dificultades internas y externas, advirtiéndoles siempre
que ellos también podían decidir abandonarle.
Por tanto, si Él nos dice: “ᄀNo tengáis miedo!” , con toda seguridad no lo dice
para paliar de algún modo estas exigencias, sino al contrario, lo que Él exige
nunca supera las capacidades del hombre.
1 CEC n. 1731
Es curioso en la vida del Hermano Rafael , aquel monje trapense que muere
joven por una enfermedad, descubrir cuando en sus últimos momentos él habla de
este Evangelio, habla del seguimiento. Y dice:
“Si estás en tu casa enfermo, lleno de cuidados y atenciones; estás
sufriendo por el dolor de la enfermedad, te encuentras prácticamente inútil,
incapaz de valerte. Y un día ves que Jesucristo pasa por debajo de tu
ventana y te dice que le sigas. Si vieras que Jesús te llamaba -dice en sus
escritos- y te daba un puesto en su séquito, y te mirase con esos ojos
divinos que desprendían amor, ternura y perd￳n, y te dijera: “﾿Por qué no
me sigues?” ﾿Tú qué harías? ﾿Ibas a responderle: “Sí, Se￱or. te seguiría si
me dieras un enfermero, si me dieras médicos para seguirte en condiciones.
Te seguiría si estuviera sano y fuerte para poderme valer’? No,
seguramente que no. Si hubieras visto la dulzura de sus ojos, la dulzura de
la mirada de Jesús, nada de eso le hubieras dicho. Te hubieras levantado de
la cama y, sin pensar para nada en ti, le hubieras seguido. “Voy, Se￱or, -le
hubieras dicho-, no me importan mis dolencias, ni la muerte, ni comer ni
dormir. Si Tú me admites, voy. Si Tú quieres, puedes sanarme”.
Es la audacia de los santos. Pero es la audacia que nosotros tenemos que imitar.
No es sino descubrir que esta exigencia nos la da Jesucristo para que le
imitemos.
La otra idea que traemos hoy a la homilía es la solemnidad que mañana
celebramos de los Apóstoles Pedro y Pablo. Hoy la Iglesia celebra el Día del Papa.
Es este mismo sentido del Evangelio el que el Santo Padre da a toda su
predicación, desde el inicio de su ministerio, precisamente con estas palabras: “ᄀNo
tengáis miedo!” . Es Jesucristo el que nos acompaña. Por eso, él, ahora en su
ancianidad, sigue con el mismo vigor, sin cambiar nada el Evangelio, sino
transmitiéndolo con la misma frescura.
Pedimos hoy, de manera especial, encontrar en Jesucristo el Señor, esta fuerza
que nos transmite desde la Eucaristía. La Virgen María nos acerca a entender
este misterio. Por eso, unidos nosotros al Papa, al Magisterio, a Jesucristo en el
Evangelio, debemos luchar por conseguir que este seguimiento sea en nosotros
camino de santidad, sea lo que celebramos en cada Eucaristía, lo que recibimos
de Él, lo que debemos vivir como cristianos: VEN Y SÍGUEME.