SOLEMNIDAD DOMINGO DE PENTECOSTÉS
Padre Jorge López Teulón
Hace ahora 38 años fallecía Su Santidad el Papa Juan XXIII.
El Santo Padre Juan Pablo II preside hoy en Roma la Eucaristía en este domingo de
Pentecostés, con los restos incorruptos del Beato, que después serán trasladados
hasta el altar de San Jerónimo, muy cerca de la cátedra de San Pedro, en la Basílica
Vaticana.
El 28 de noviembre de 1940, Angelo Roncalli , el futuro Papa Juan XXIII,
durante unos Ejercicios Espirituales, meditando el salmo Miserere, escribía en su
diario espiritual estas consideraciones acerca de la presencia del Espíritu Santo en
el alma:
La actividad de la gracia en el alma se expresa en las palabras:
“Vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14, 23). Se trata de las tres
divinas personas. Cada uno ocupa su puesto con las propiedades personales
características. El Espíritu Santo es Señor y vivificante. A él toca la
santificación del alma. ¿No es el cristiano templo vivo del Espíritu Santo? ¡Y
qué riqueza de frutos para el alma se deriva de esta permanencia del Espíritu
del Señor en ella! 1
Es hoy cuando de manera más expresiva toda la Iglesia, cada uno de
nosotros, tiene que repetir: Creo en el Espíritu Santo . No sólo creer en la
existencia real de la tercera persona de la Santísima Trinidad, sino en cómo
verdaderamente habita en nosotros. Se trata de creer en la victoria final del amor,
creer en el Espíritu Santo que está conduciendo a la Iglesia hacia una unidad
completa, del mismo modo que la conduce siempre hacia la verdad; creer en la
unidad final de todo el género humano, aunque a veces se nos antoje muy lejana.
Es el Espíritu Santo el que guía a la Iglesia, el que conduce la historia, el que
preside el regreso de todas las cosas a Dios.
Creer en el Espíritu Santo significa, pues, creer en el sentido de la historia, de la
vida, en el cumplimiento de las esperanzas que Dios nos da para llegar a la vida
eterna. Creer en el Espíritu Santo significa amarlo, adorarlo, bendecirlo, alabarlo;
significa darle gracias, como queremos hacer ahora en este día de la solemnidad de
Pentecostés.
1 JUAN XXIII, Diario de un alma, pág. 327 (Madrid 1964).
Gracias, Espíritu creador, porque transformas continuamente nuestro caos
en cosmos; porque has visitado nuestras mentes y has llenado de gracia
nuestros corazones.
Gracias porque eres para nosotros el consolador, el don supremo del
Padre, el agua viva, el fuego, el amor y la unción espiritual.
Gracias por los infinitos dones y carismas que, como dedo poderoso de
Dios, has distribuido entre los hombres; tú, promesa cumplida del Padre y
siempre por cumplir.
Gracias por las palabras de fuego que jamás has dejado de poner en la
boca de los profetas, los pastores, los misioneros y los orantes.
Gracias por la luz de Cristo que has hecho brillar en nuestras mentes, por
su amor que has efundido en nuestros corazones, y la curación que has
realizado en nuestro cuerpo enfermo.
Gracias por haber estado a nuestro lado en la lucha, por habernos
ayudado a vencer al enemigo, o a volver a levantarnos tras la derrota.
Gracias por haber sido nuestro guía en las difíciles decisiones de la vida y
habernos preservado de la seducción del mal.
Gracias, finalmente, por habernos revelado el rostro del Padre y enseñado
a gritar: ¡Abba!
Gracias porque nos impulsas a proclamar: “¡Jesús es Se￱or!”.
Gracias por haberte manifestado a la Iglesia de los Padres y a la de
nuestros días como el vínculo de unidad entre el Padre y el Hijo, objeto
inefable de su “co-spiraci￳n” de amor, soplo vital y fragancia de unción
divina que el Padre transmite al Hijo, engendrándolo desde antes de la
aurora.
Simplemente porque existes, ahora y por toda la eternidad, Espíritu Santo,
¡te damos gracias! 2 .
Y deseamos proclamar todos los días: Creo en el Espíritu Santo. Y repetir con
insistencia: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles.
Antes de terminar, de ayer mismo es esta noticia: Al final del rezo del Rosario
que el Santo Padre preside cada primer sábado de mes, y que va en procesión
desde la iglesia de San Esteban de los Abisinios hasta la Gruta de Lourdes que se
encuentra en los jardines vaticanos, el Pontífice señaló que el encuentro entre la
Virgen y su prima Isabel es una especie de “ pequeño Pentecostés ”. Quería
subrayarlo el Papa en la noche de ayer, vigilia de la gran solemnidad del Espíritu
Santo.
2 Raniero CANTALAMESSA, El canto del Espíritu Santo. Meditaciones sobre el Veni creator, pág. 413 (Madrid 1999).
En el relato evangélico - continuó el Papa-, la Visitación sigue
inmediatamente a la Anunciación: la Virgen Santa, que lleva en su seno al
Hijo concebido por obra del Espíritu Santo, irradia en torno a sí gracia y gozo
espiritual. La presencia en Ella del Espíritu hace saltar de alegría al hijo de
Isabel, Juan, destinado a preparar el camino al Hijo de Dios hecho hombre.
Donde está María, está Cristo. Y donde está Cristo está su Espíritu Santo,
que procede del Padre y de Él en el misterio sacrosanto de la vida trinitaria.
Los Hechos de los Apóstoles subrayan con razón la presencia orante de
María en el Cenáculo, junto con los apóstoles reunidos en espera de recibir la
“potencia del Alto”.
Y el Papa terminó sus palabras afirmando:
Se cierra nuestra peregrinación mariana en la quietud de la tarde y esto
nos lleva a pensar también en el último horizonte de nuestra existencia. ¡Que
el Espíritu Santo refuerce nuestros pasos en este camino que conduce al
cielo!
Que sepamos repetir esta expresión del Papa. Que el Espíritu Santo en este día y
en todos los días de nuestra vida refuerce nuestros pasos en este camino que nos
lleva al cielo. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en
cada uno de nosotros la llama de tu amor.