Solemnidad de la Santísima Trinidad
(Ciclo C)
Padre Jorge López Teulón
Poseen los escritos de San Juan de la Cruz un extraño poder de comunión
personal 1 . En cada una de sus composiciones está Juan de la Cruz vivo y en
persona. Después de muerto recibió los más grandes honores: de místico, poeta,
escritor, teólogo, santo y Doctor de la Iglesia. Como todos sabemos, buscando una
vida de mayor austeridad y dedicación a la contemplación, se unió a la reforma de
su orden promovida por Santa Teresa de Jesús, colaborando con ella en la
fundación de varios conventos masculinos y en la dirección espiritual de sus
monjas, no sin sufrir numerosas tribulaciones.
La noche del 2 de diciembre de 1577 es secuestrado de su casita de Ávila por
religiosos del antiguo Carmelo. A los pocos días es trasladado a Toledo, para ser
juzgado como rebelde. Es encerrado en una rinconera estrecha e incomunicada,
recibiendo un tratamiento duro. Estos nueve meses, hasta agosto de 1878, tendrán
un influjo enorme en su maduración mística, humana y literaria. En la prisión
compone el delicioso poema Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por
fe .
Dice así:
¡Que bien sé yo la fonte que mana y corre,
aunque es de noche!
Aquella eterna fonte está escondida,
qué bien sé yo do tiene su manida,
aunque es de noche…
Su origen no lo sé, pues no lo tiene,
mas sé que todo origen della viene,
aunque es de noche…
Bien sé que tres en sola una agua viva
residen, y una de otra se derivan,
aunque es de noche…
1 SAN JUAN DE LA CRUZ, Obras completas, Introducción general (Madrid 1993).
De esta manera tan hermosa expresa San Juan de la Cruz su sentir para explicar
el misterio que hoy celebramos, la solemnidad de la Santísima Trinidad . ¡Qué
bien sé yo la fonte que mana y corre…! Misterio de Dios, conocido en fe. Los dos
primeros versos condensan los elementos que dan la tónica al poema: el misterio
de la fonte, conocimiento seguro, en la oscuridad de la noche. La fonte, que es Dios
en su misterio, se muestra activa en sucesivas comunicaciones: manar original, la
creación y su belleza, las Personas divinas.
Las profesiones de fe cristianas plasmadas en fórmulas precisas, breves y fáciles,
nacen muy pronto en la Iglesia como una necesidad vital. Necesidad de presentar lo
esencial del mensaje cristiano en fórmulas bien definidas. El más popular para
todos es el Credo o Símbolo de los Apóstoles , que recitamos los domingos y fiestas
de precepto. Pero el llamado Símbolo Quicumque 2 , atribuido a San Atanasio, es
verdaderamente espléndido por su estilo brillante, por sus fórmulas musicales y
rimadas, y, sobre todo, por la nitidez con que expone la doctrina trinitaria y
cristológica, por lo que fue adquiriendo rápidamente una gran autoridad en la
Iglesia. En él podemos leer:
Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe
católica… La fe católica es que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y a
la Trinidad en la unidad; sin confundir las personas ni separar las sustancias.
Porque una es la persona del Padre, otra la del Hijo y otra la del Espíritu
Santo; pero el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo tienen una sola divinidad,
gloria igual y coeterna majestad…
Hay, consiguientemente, un solo Padre, no tres padres; un solo Hijo, no
tres hijos; un solo Espíritu Santo, no tres espíritus santos; y en esta
Trinidad, nada es antes ni después, nada mayor o menor, sino que las tres
personas son entre sí coeternas y coiguales, de suerte que, como antes se
ha dicho, en todo hay que venerar lo mismo la unidad en la Trinidad, que la
Trinidad en la unidad. El que quiera, pues, salvarse, así ha de sentir de la
Trinidad.
Somos un cielo , decía San Agustín; esta frase la repetía también la Beata Isabel
de la Trinidad. El cielo es Dios y a Él ya lo tenemos, ya habita en nosotros, pero
siempre existe la posibilidad de perderlo. Por eso el cielo definitivo será tener a Dios
para siempre.
Por tanto, tenemos que vivir en contemplación permanente, gustando de la
Trinidad en el silencio contemplativo. Podemos pensar, por ejemplo, en Nuestra
Señora, en María, la contemplativa que adora en silencio el misterio de la Trinidad
2 Justo COLLANTES, La fe de la Iglesia católica, pág. 845ss. (Madrid 1986).
en Ella: adora ciertamente al Hijo, que ha sido engendrado en sus entrañas
purísimas, pero también adora la presencia del Padre, que le ha manifestado su
plan de salvación y la presencia del Espíritu, que la ha cubierto con su sombra.
María, después de la glorificación del Hijo, cuando ha recibido en su interior de un
modo nuevo al Espíritu, se convierte en un templo sereno de la Trinidad 1 .
¡Qué bueno si nos vamos abriendo a esta inhabitación de la Trinidad por el
silencio, la oración, la cruz, la gracia bautismal actuada por la fe, la esperanza y la
caridad! Para esto miremos a María: Ella es la obra predilecta de la Trinidad, su
templo virginal y contemplativo.
Y, no lo olvidemos, aunque la teología sea, a veces, difícil de comprender,
estamos celebrando el misterio más grande de nuestra fe: somos templos de este
Dios vivo, que pide de nosotros purificar las paredes, limpiar el interior, preparar la
morada para que Dios habite siempre.
En esta solemnidad la Iglesia en España celebra la Jornada Pro orantibus .
Es una ocasión para dar gracias por el don de la vida monástica como una forma
específica de consagración, cuyo silencio elocuente y soledad habitada, son un
precioso testimonio, una necesaria profecía para quienes estamos en otros surcos
de la tierra eclesial. El lema de la Jornada de este año es: Los monasterios:
escuelas de oración.
Celebramos el próximo miércoles la fiesta de San Antonio de Padua , uno de los
primeros discípulos de San Francisco de Asís, que gozó de enorme fama como
predicador y taumaturgo. Es conocido como el Doctor evangélico por su forma de
apoyar su enseñanza directamente en los textos evangélicos.
Recordamos ahora un escrito suyo en el que se nos pide ser misericordiosos,
estar pendientes de la debilidad de los demás para apoyarles. Algo así hacen los
contemplativos con nosotros: sin conocer muchas veces nuestros problemas
concretos, pero sabiendo nuestras necesidades, rezan por nosotros, se ofrecen por
nosotros, entregan su vida por la salvación del mundo.
Dice así San Antonio de Padua:
Seamos misericordiosos, imitemos a las grullas, de las que se dice que,
cuando quieren llegar a un determinado lugar, vuelan muy alto, como para
localizar mejor, desde un observatorio más alto, el territorio de su meta. La
que conduce la bandada sacude la flojedad del vuelo, lo incita con la voz; y si
la primera pierde la voz o se queda ronca, otra toma inmediatamente su
puesto. Todas se preocupan de las cansadas, de modo que si una desfallece,
todas se unen, sostienen a las cansadas, para que con el reposo recuperen
las fuerzas.
1 Eduardo F. PIRONIO, El Padre nos espera, pág.62-63 (Madrid 1987).
Seamos, pues, misericordiosos como las grullas: desde el más alto
observatorio de la vida, preocupémonos por nosotros y por los demás;
seamos guía de los que no conocen el camino; con la voz de la predicación
animemos a los perezosos e indolentes; demos el cambio en el trabajo,
porque, sin alternar la fatiga con el reposo, no se resiste mucho; tomemos
sobre nuestras espaldas a los débiles y enfermos para que no se queden
durante el camino; seamos vigilantes en la oración y en la contemplación del
Señor, tengamos estrechamente en nuestras manos la pobreza del Señor, su
humildad y la amargura de su pasión; y si algo inmundo intenta insinuarse
entre nosotros, gritemos ayuda y, sobre todo, huyamos de los murciélagos,
es decir, de la ciega vanidad del mundo.
Antes de terminar, vamos a elevar otra vez nuestra oración al Señor desde
nuestra vida de fe. Un nuevo atentado, a primeras horas de esta mañana, en
Logroño, capital de La Rioja, ha intentado otra vez sembrar la muerte. Los asesinos
de ETA, inventores de masacres, científicos de la muerte que elaboran
minuciosamente cada acción terrorista, deseaban llenar nuestro corazón de tristeza
por las nuevas muertes que buscaban y que, gracias a Dios, no han encontrado a
pesar de los cuantiosísimos daños materiales. Esta vez la Providencia así nos lo ha
conseguido. Confiemos en nuestra oración y recemos ahora todos unidos,
levantando nuestro clamor a Dios:
Señor, viendo a mi patria vestida de luto, acudo a Ti.
A Ti, que venciste a la muerte en la mañana del domingo, te pido que
acojas las almas de quienes han muerto víctimas del odio.
A Ti, que sufriste el dolor en la Pasión, te pido que seas el apoyo de
quienes sufren las heridas y minusvalías causadas por los atentados.
A Ti, que lloraste en la tumba de Lázaro, te pido que consueles a quienes
han perdido a sus seres queridos a causa de la violencia.
A Ti, que cambiaste el corazón de Dimas, el buen ladrón, te pido que
cambies también el de los terroristas, para que comprendan que no hay nada
en este mundo por lo que valga la pena luchar si es a costa del dolor y la
vida de un hombre.
A Ti, que perdonaste desde la Cruz, te pido que nos enseñes a perdonar
a quienes se dejan llevar por el odio.
A Ti, que saludaste a los Apóstoles diciendo: “La Paz sea con vosotros”,
te pido que traigas esa paz al mundo, a España; que en nuestra bandera no
vuelva a colgarse un lazo negro porque un hijo tuyo ha matado a otro.