DOMINGO X TIEMPO ORDINARIO C
1Re 17, 17-24; Gal 1, 11-19; Lc 7, 11-17
En seguida, Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus
discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de la
ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del
lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: «No llores». Después
se acercó y tocó el féretro. Los que los llevaban se detuvieron y Jesús dijo: «Joven,
yo te lo ordeno, levántate». El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se
lo entregó a su madre. Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios,
diciendo: «Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a
su Pueblo». El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la
Judea y en toda la región vecina
Después que en los últimos domingos se ha cerrado el ciclo Pascual, Pentecostés,
las solemnidades del Corpus Christi y de la Santísima Trinidad; retornamos en esta
semana a la vida y la misión de Jesús. La Iglesia nos presenta la manifestación de
Jesús en medio de la historia de las personas, concretamente esta semana se
manifiesta en medio del sufrimiento frente a la muerte, el Señor hace un milagro.
Al respecto el Beato Papa Juan Pablo II nos dice: ᆱ…En el caso del joven muerto de
Naín: 'Joven, a ti te hablo, levántate. Sentose el muerto y comenzó a hablar' (Lc 7,
14-15). ¡En cuántos de estos episodios vemos brotar de la palabras de Jesús la
expresión de una voluntad y de un poder al que El apela interiormente y que
expresa, se podría decir, con la máxima naturalidad, como si perteneciese a su
condición más íntima, el poder de dar a los hombres la salud, la curación e incluso
la resurrección y la vida!...» (Juan Pablo II, Catequesis El milagro, manifestación
del poder divino de Cristo, 18 de septiembre de 1987).
Así, la resurrección del hijo de la viuda de Naim, nos hace presente que Jesús es el
“Kyrios”, el “Se￱or”, el que ha vencido a la muerte y que da a los creyentes el
Espíritu para que su vida refleje como espejo su gloria (2 Cor 3,18). También hoy,
a cada uno de nosotros Cristo resucitado nos vuelve a decir: “¡Levántate!”, como al
muchacho muerto, porque este es el anuncio eficaz de la resurrección, la definitiva
proclamación del amor de Dios por la vida. Esta es la posibilidad que el Señor nos
presenta de dejarnos iluminar por la luz de Cristo. Este es el momento para
alegrarse de que un Dios que se ha compadecido del hombre (Lc 7,13) ha
preparado su salvación para todos los pueblos y ha hecho a la Iglesia Madre y
Maestra, mensajera del anuncio del Reino de Dios.
La muerte del hijo único de una viuda, no significaba solamente el dolor por la
pérdida, el sufrimiento de una madre al perder a su hijo; junto al dolor humano, se
une la situación de desolación y abandono a la que tendría que enfrentarse esta
mujer sola. Ante esta situación se pone de manifiesto la característica central de
Dios para con los seres humanos, para con sus hijos, que es la misericordia y
compasión. A Dios, que es Padre, le afectan las circunstancias y el dolor humano.
Como Padre, sufre con los que sufren, siente ternura, y compasión por el hombre,
la misericordia desvela su coraz￳n de Padre. San Cirilo dice: ᆱ…No hizo este
milagro con sólo la palabra, sino que también tocó el féretro, para que
comprendamos la eficacia del sagrado Cuerpo de Jesús para la salud de los
hombres. Es, en efecto, el cuerpo de vida y la carne del Verbo omnipotente, de
quien viene la virtud. Pues así como el hierro unido al fuego produce los efectos del
fuego, así la carne, una vez unida al Verbo que da vida a todas las cosas, se hace
también vivificadora y expulsiva de la muerte…ᄏ (San Cirilo, in Thesauro lib. 2. cap.
4).
La intervención de Dios frente a la muerte nos trae la esperanza. Si en tiempos
antiguos, como nos dice la primera lectura, se manifiestó a través de profetas como
Elías, con Jesús que es el mismo Dios, viene a mostrar los senderos de la vida. Así
Cristo nos muestra, con su propia vida, con signos como hoy, que nada de lo que
llena de dolor al ser humano, de sufrimiento y muerte, nada de eso tiene la última
palabra para Dios. Dios es un Dios de vida, no de muerte. Dios lleva consigo la
vida. Eso es lo que Jesús demuestra con la resurrección del hijo de la viuda de
Nain, Dios se compadece del dolor y la muerte y lleva consigo la vida. La vida con
Dios, se llena de vida.
Cristo ha mostrado cómo el dolor, cuando se vive a la luz de la cruz, y la fe, puede
hacerse salvífico y fecundar la historia del mundo y de la vida de todo hombre.
Nada nos podrá separar del amor de Cristo, nos dice el mismo San Pablo, y si con
Cristo Crucificado se recorre el camino del sufrimiento, con Él se recorrerá también
el camino de la gloria de la resurrección cuya alegría no es comparable a ningún
sufrimiento del presente. San Agustín nos dice: ᆱ…La madre de este joven, esta
viuda, experimentó un gozo desbordante al ver a su hijo resucitado. Nuestra
madre, la Iglesia, se regocija también viendo todos los días la resurrección
espiritual de sus hijos. El hijo de la viuda estaba muerto de muerte corporal, pero
aquéllos de la muerte del alma. Se derraman lágrimas por la muerte visible del
primero; pero no nos preocupamos de la muerte invisible de los últimos, incluso ni
nos apercibimos. El único que no quedó indiferente a ello es aquel que conocía a
estos muertos; solamente éste conocía a los muertos a los que podía devolverles la
vida. En efecto, si el Señor no hubiera venido para resucitar a los muertos, el
apóstol Pablo no hubiera dicho: «¡Despierta tú que duermes, levántate de entre los
muertos, y te iluminará Cristo!ᄏ (Ef 5, 14)…ᄏ (San Agustín, Sermón 98).
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar