DECIMOSEXTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
(Ciclo C)
Padre Jorge López Teulón
¡Qué expresión tan hermosa la del apóstol Pablo cuando escribe a los de
Colosas: “Me alegro de sufrir por vosotros. Así completo en mi carne los dolores de
Cristo, sufriendo por su cuerpo, que es la Iglesia”. La exhortaci￳n de Pablo nos
tiene que llevar a cada uno de nosotros a dar la vida por Jesús, a la entrega, al
sacrificio, al servicio. Esto es lo que constituye la alegría de aquel que hospeda en
su tienda, en su corazón, a Jesús.
La página del Santo Evangelio que acabamos de escuchar nos presenta una de
las escenas más amables de la vida de Jesús, y nos sirve para entrar un poco en las
maneras del Señor.
Jesús tiene una casa donde puede descansar. Jesús entra en esa casa a tomar
algún descanso en medio del trabajo incesante de su predicación. Y descansa allí
porque encuentra corazones buenos, corazones amigos, corazones que le estiman,
que le quieren. Por eso puede descansar allí. Entra con familiaridad en aquella casa,
habla con las personas de aquella casa con intimidad, con la intimidad y con la
familiaridad que da el tener los mismos pensamientos, el tener los mismos criterios,
el tener los mismos afectos en el corazón. Por eso -afirma el P. José Antonio
Aldama 1 comentando este evangelio-, por eso descansa allí Jesús.
Y esta es la primera lección que recibimos de este evangelio: para que Jesús
pueda descansar en nosotros, para que venga a morar en nuestra tienda, son
necesarias estas disposiciones: los mismos criterios, los mismos sentimientos, el
mismo amor.
Dos hermanas lo reciben en su casa; dos hermanas que encuentran en Jesús
toda su ilusión, todo el tesoro de sus corazones; las dos por igual. Pero la expresión
de lo que encuentran en Jesús no es igual en las dos. Una recibe sencillamente la
palabra de Jesús, se sienta a sus pies a escucharlo y esa palabra del divino Maestro
que va cayendo sobre su corazón mansamente, la va alimentando a ella, le va
dando fuerzas para el camino de la vida, la va consolando; va poniendo bálsamo en
sus heridas, en las heridas de su corazón.
La otra se afana por darle a Jesús algo, lo que Él necesita; y por prepararle una
estancia buena en casa, para que descanse Él, para que se consuele Él. Y se pone a
trabajar afanosamente para que no le falte nada a Jesús. Y todo le parece poco.
Muchas cosas. Y Jesús le dice que basta una (cf. Lc. 10,42). Muchas cosas, porque
si una basta para Jesús, no basta una para su amor.
1 JOSÉ ANTONIO ALDAMA S.J. Homilías. Ciclo C. p. 249 ss. (Granada 1994).
Dos hermanas centradas ambas en Jesús. Dos hermanas que lo encuentran todo
en Jesús. Y ese todo se expresa de distinta manera, pero, al fin y al cabo, es sólo
por Jesús.
Hay en este pasaje un sentido alegórico que han visto los Santos Padres de los
primeros siglos de la Iglesia -por ejemplo, San Agustín- y que es tradicional, viendo
en las dos hermanas una imagen de las dos vidas que existen en la Iglesia
alrededor de Jesús: la vida contemplativa y la vida activa. Ambas son para Jesús:
una se preocupa de contemplar a Jesús; otra se ocupa de hacer algo activo por
Jesús. Y es tradicional en la Iglesia el que la palabra última de Jesús se aplique
también así; y que Jesús ha dicho -y la Iglesia lo confirma plenamente- que la
mejor parte es la parte de María (cf. Lc 10,42); la que ha escogido contemplar, oír,
escuchar, recibir de Jesús.
Pero esta interpretación del pasaje no lo deja totalmente en su sentido completo.
Hay más, porque no hay una reprensión de Marta, aunque Jesús le diga que no
hacía falta afanarse tanto por Él; Jesús lo dice con su modestia de siempre, como si
afirmara: Para Mí bastaría algo, no me hace falta tanto. No es un reproche a Marta.
No puede ser un reproche a su amor que se afana y al que todo le parece poco para
Jesús.
No hay aquí un reproche para Marta y una alabanza para María; hay dos
maneras de reaccionar Jesús, como hay dos maneras de reaccionar estas
hermanas. Ambas buenas, ambas santas, ambas, al fin y al cabo, recibiendo todo
de Jesús.
Y es que en nuestra propia vida, en nuestro propio corazón hay también un lugar
en donde entra a descansar Jesús. Hay lugar para estas dos expresiones de amor:
buscarle a Él, la intimidad de los sacramentos, el llenar nuestro corazón del amor a
Cristo, no de una simple amistad. Y después, porque este amor al Señor lo llena
todo, hay una necesidad vital de hablar a los otros de este amor, de vivir según
este amor. Nuestro corazón para Él, nuestro corazón entregado a Él.
Como señala el libro del Apocalipsis, Jesús llama a tu puerta. Si quieres, le
abres; puedes abrir un poco la puerta para ver que es Él y saludarle; si quieres,
puedes abrir la puerta de lado a lado y decirle que entre, que tome posesión de lo
que es suyo. Pero primero está la acción del Señor, que viene a tu vida.
Las dos actitudes son buenas. El Señor nos aclara que no puede faltar -porque es
la mejor- la vida en Él, la vida de contemplación, la vida de oración, la vida de
amor. Porque toda otra actividad terminará siendo vacía, por más intención que
tenga, por más claridad que haya en su comienzo, si no se alimenta del amor de
Jesús.
Dos actitudes que debe vivir el cristiano, que se dan en aquel que ama. Y no hay
problema de partición interior. El que ama a Jesús se entrega por Él y le predica y
da su vida por Él. ¿De dónde vamos a recibir el bien para los demás si no es de
Jesús? ¿Dónde vamos a tener el consuelo sin el único que puede enjugar nuestras
lágrimas en el fondo del corazón, que es Jesús? ¿Dónde vamos a tener el bálsamo
para las heridas de la vida -las nuestras y las de los otros- sino en Jesús, en la
unción que produce en nosotros su amor? ¿Dónde va a tener comprensión nuestro
corazón en el mundo si no es en la comprensión infinita del Corazón y del amor de
Jesús?
Esta es la actitud necesaria para todos. Este es el momento de reflexionar
precisamente sobre cómo es nuestro trato íntimo con Jesús a través de los
sacramentos, de nuestros ratos de oración, de nuestras lecturas: si es poco o
mucho, si nos interesa o si nos limitamos a cumplir. Es ahora, otra vez, el momento
de renovar en nosotros la amistad con Jesús, la verdadera amistad, la que lo llena
todo.
Antes de terminar, os recuerdo que esta semana celebramos la memoria
solemne del apóstol Santiago . Desde hace muchos siglos el “Se￱or Santiago” se
ha convertido en emblema de nuestra fe apostólica y de nuestra cultura cristiana.
Su presencia nos alienta a vivir, con el mismo ardor de los orígenes, la pasión por
el evangelio.
Los textos de ese día destacan que fue elegido por Cristo entre los apóstoles de
la primera hora: Oh glorioso apóstol Santiago, elegido entre los primeros; y, por
tanto, fue testigo predilecto de los momentos predilectos de la vida de Cristo. Fue
testigo junto al lago de la primera llamada mesiánica; acompañó a Jesús en las
curaciones milagrosas de la suegra de Pedro y de la hija de Jairo; vislumbró el
rostro glorioso de Cristo en el Tabor; y presenció adormecido la angustia de
Getsemaní. Su cercanía a Cristo fue el fundamento de su ardor para predicar como
apóstol lo que había visto y oído personalmente. Se convirtió en un heraldo del
Evangelio de Cristo, y así nos lo presenta la tradición multisecular.
El mismo Cristo había predicho su entrega y su martirio: Fue el primero entre los
apóstoles en beber el cáliz del Señor. Y se convirtió en un testigo (mártir) predilecto
de la Iglesia; porque tal como relata el libro de los Hechos en la primera lectura de
esta solemnidad, Santiago fue mandado decapitar por Herodes para impedir el
avance inicial de la fe en Jerusalén. Pero su muerte se convirtió en aliento y
testimonio para quienes observaban la coherencia de vida. Como recuerda San
Juan Crisóstomo en el Oficio de lectura de ese día: Desde el principio se dejó llevar
de su gran vehemencia y, dejando a un lado toda aspiración humana, obtuvo bien
pronto la gloria inefable del martirio.
Que la celebración de la fiesta del Apóstol Santiago, Patrono de España, estimule
nuestra fe, tal vez un poco adormecida, y nos obligue, como respuesta, a vivir el
mensaje evangélico que predicó el Apóstol en nuestra Patria.
Y como siempre, desde nuestros labios pedigüeños, una última petición: que él
traiga la paz a nuestra nación y nos consiga el fin del terrorismo.