DOMINGO VIGÉSIMO DEL TIEMPO ORDINARIO
(Ciclo C)
Padre Jorge López Teulón
He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Estas
palabras dan testimonio del modo en que Nuestro Señor Jesucristo sentía el peso
de su misión. Lo que se urde en un rincón del mundo es el comienzo de un incendio
intencionado que ya nunca, mientras dure la historia universal, se apagará 1 .
El profeta Jeremías, de quien escuchábamos la primera lectura, había hablado
con frecuencia de un fuego de Dios que nadie podrá apagar (4,4; 17,4; etc.);
también estaba el fuego de la palabra de Dios en la boca del profeta. Pero esta vez
el fuego inextinguible es Jesús, la Palabra total de Dios. Y otra vez se pregunta
Jeremías: ¿No es así mi Palabra (Palabra encarnada) como el fuego, y como un
martillo hace pedazos la peña? (23,29).
Como un martillo golpea la peña ... Pero el martillo hace pedazos a la Palabra
misma, para que este fuego brote de ella. Así lo expresa el cardenal Hans Urs von
Balthasar; la pasión, hasta la impotencia última y el abandono de Dios, debe
alcanzar a la Palabra; esta debe hundirse en el abismo sin fondo del miedo, para
que de ese vaciamiento brote la plenitud; de ese miedo mortal, la audacia; de ese
ahogo, la llama del amor de Dios que lo incendia todo. En ningún caso puede
experimentar la menor mitigación la predicación de la cruz ( 1 Cor 1,18), el
escándalo de la cruz ( Ga 5,11).
Y lo más doloroso es que el portador de unidad y paz debe partirlo todo, para
que lo falsamente unido se pueda juntar nuevamente de raíz. Entregará a la muerte
hermano a hermana y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los
matarán. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre ( Mc 13,12s). Acordaos
de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han
perseguido, también os perseguirán a vosotros. Pero me han odiado sin motivo ( Jn
15,20ss). La división atraviesa todas las casas: tres contra dos y dos contra tres ( Lc
12,52). No es un problema de convivencia; es cuestión de colocarnos al lado de la
Palabra de Dios y vivir en ella, o abandonarla y crear división.
La cruel persecución que a lo largo de la historia de la Iglesia ha azotado con
saña por el mundo entero a los que se han considerado seguidores de Cristo,
encuentra uno de sus capítulos más duros en lo que aconteció en nuestra nación
durante la Guerra Civil, con la bárbara persecución que desde la Revolución de
Asturias de 1934 sufrió la Iglesia española. El pasado jueves celebrábamos la
memoria de la Beata María Sagrario de San Luis Gonzaga .
1 Hans Urs von BALTHASAR, Tú tienes palabras de vida eterna; págs.144-145 (Madrid 1989).
Lillo, bonito pueblo de nuestra Mancha toledana, que la vio nacer, puede estar
orgulloso de esta hija suya que escaló la cumbre de la confesión martirial dando
testimonio de su grandeza de ánimo y de la intrepidez de su raza humana y
cristiana. Antes ya destacó por ser una gran personalidad en lo humano. Elvira
Moragas Cantarero -este era su verdadero nombre- cursó la carrera de Farmacia
y fue la segunda mujer española que, alcanzando dicho título, regentaba en 1911 la
farmacia familiar en el número once de la madrileña calle de San Bernardino 2 .
Dirigida del famoso padre jesuita, el Beato José María Rubio, abandonó su
trabajo de farmacéutica, una vez que de su hermano Ricardo terminó la carrera y
ocupó la botica familiar. Así pudo ingresar en las carmelitas descalzas en el
Convento de San José y Santa Ana de Madrid. Por su espíritu de oración y su amor
a la Eucaristía encarnó perfectamente el ideal contemplativo y eclesial del Carmelo
teresiano. Fue priora de su comunidad y sufrió martirio, gracia ansiada por ella, con
la entereza de la fe y el ardor de su amor a Cristo, en la mañana del 15 de agosto
de 1936.
¡Con qué claridad comprendió esto la Beata María Sagrario! He venido a prender
fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Afirma el Padre Aldama,
comentando este evangelio de hoy, que se está hablando del fuego del amor.
¡Cuántos heroísmos de virtud! ¡Cuántos heroísmos de santidad! Es el fuego que Él
prendió en la tierra. ¡Cuántas inmolaciones ocultamente, sin que nadie lo supiera!
Es el fuego que ardía en sus corazones, es el fuego que Él ha venido a prender en
el mundo. ¡Cuántas almas que han dado testimonio de Jesús, de su palabra, de su
amor por encima de todas sus dificultades internas y externas, hasta llegar al
martirio incruento del corazón o, más todavía, a dar la vida por Cristo! ¡Cuántas
almas! Y es el fuego que Él ha prendido en la tierra 3 .
El Padre José María Rubio afirmaba siempre: Hacer lo que Dios quiere y querer lo
que Dios hace. Y este pasó a ser el lema de nuestra Beata, que con frecuencia
repetía: ¡Jesús reine siempre en mi corazón para alabanza de su gloria!
La paz que ofrece el mundo es la paz que vive tranquila en el pecado, en las
pasiones, en los afectos desordenados, en todo lo que no significa levantar el
corazón al Señor.
El corazón de la Iglesia debe ser traspasado por una espada, para que la
verdadera mentalidad de la gente salga a la luz, luz que ilumina a todo hombre que
viene al mundo. Para que dicha mentalidad emerja finalmente, el bautizado para
caída y elevación de muchos debe primero sumergirse completamente en el
bautismo. Puesto que su Iglesia debe prolongar su influencia a través del tiempo,
seguirá siendo eternamente la perturbadora de los planes humanos de
complacencia y autoliberación. Ser a la vez martillo y yunque. Mostrar la paz
2 José Vicente RODRÍGUEZ, De la farmacia al Carmelo. De la checa al Cielo (Madrid 1998).
3 José Antonio ALDAMA, Homilías, Ciclo C. Págs.273-274 (Granada 1994).
posible y provocar con ello la discordia. Predicar la humildad de la cruz y ser
acusada de arrogancia. Mostrar el amor como camino de liberación y estimular con
ello luchas en torno, precisamente, a esta liberación. Y el tumulto será tan confuso,
que no se podrá distinguir siquiera dónde arde el auténtico fuego de Cristo y dónde
el fuego contrario del infierno. Sólo los santos, con su fuego, serán auténticos faros
para los barcos en peligro de naufragar 1 .
El Apóstol Pablo nos marca un camino muy concreto y fructífero para vivir todo
esto: Desterrad de vosotros toda amargura, la ira, los enfados e insultos y toda
maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os
perdonó en Cristo… Vivid en el amor, como Cristo os amó y se entregó por nosotros
( Ef 4,30-5,2).
Todavía no hemos llegado a derramar sangre en nuestra pelea contra el pecado.
Todavía nos queda mucho. El Señor nos llama a la perfección y a ser testigos de
este fuego que prende, que arrebata y llena con la Palabra de Dios los corazones de
aquellos que queremos dar respuesta a su mensaje.
Antes de terminar, todavía quiero recordar a San Ezequiel Moreno , cuya
fiesta celebramos hoy. Había nacido en 1848 en Alfaro, provincia de La Rioja. A los
17 años profesó en la Orden de Agustinos Recoletos. A los 22 marchó a las
misiones a Filipinas y allí fue ordenado sacerdote. Regreso a España como rector
del Colegio Misionero de Monteagudo, en Navarra. En 1888 los responsables de la
Orden decidieron ayudar a su provincia colombiana, a punto de extinguirse, y
enviaron al Padre Ezequiel como superior del grupo. Más tarde fue nombrado
Vicario apostólico; pero a los ocho años de su llegada a aquellas tierras, la Santa
Sede lo nombró Obispo de Pasto, una diócesis conflictiva, colindante con la
república del Ecuador. Aquella diócesis era un avispero envenenado por el
anticlericalismo y las fuertes corrientes masónicas y liberales.
Quiso ser firme con los errores y, a la vez, benigno con las personas
equivocadas. Publicó pastorales defendiendo la fe de sus diocesanos, pero provocó
la ira de los enemigos de la Iglesia, que hicieron todo lo posible por derrocarlo y lo
tacharon de intransigente e intolerante, a la vez que buscaban tacha en su vida
privada para poder desprestigiarlo. Después de nueve años de ministerio episcopal,
regresó a España enfermo de cáncer y falleció el 19 de agosto de 1906.
Cuando nuestra sociedad, y en primer lugar nuestros gobernantes, buscan con
sus discursos hacernos creer que la auténtica doctrina civil, moral y religiosa que
hay que vivir es la del liberalismo, es entonces cuando necesitamos descubrir,
como afirmábamos antes, estos faros luminosos que nos hacen entender que por
1 Hans Urs von BALTHASAR, Ibídem, pág. 146.
ahí no vamos por buen camino; que nuestra barca termina deslizándose por
caladeros sin salida, por caminos desviados. ¿Qué es eso del liberalismo? ¿Qué
pretenden hacernos creer? A la vista está por los resultados tan modernos.
La conciencia del político católico -y de cada uno de nosotros, que vivimos en
sociedad- está por encima de la obediencia al partido, y se debe trabajar para que
el humanismo cristiano esté presente y llegue a todos los ámbitos de nuestra vida.
Algunos políticos pueden caer en la tentación de seguir gobernando a cualquier
precio. Por eso ceden tantos asuntos ante los grupos de presión. Y en primer lugar,
los actuales gobernantes: un partido que, supuestamente inspirado en valores
cristianos, ha cedido ante la demanda de abortistas con la aprobación de la píldora
abortiva del día después y la continuación de la educación sexual contraria a los
principios católicos, la falta de eficacia ante la resolución del arrastrado conflicto de
las clases de religión, la ley de las parejas de hecho... y otros temas que todavía no
han sido resueltos.
Con este criterio se permiten leyes que no hacen bien a la sociedad y crean una
profunda fractura social .
El problema que tenemos frente a un reformismo ateísta, frente a un liberalismo
extremo, es nuestra falta de fe, de comunión con Cristo.
El mismo día de la consagración de obispo del P. Ezequiel , firma su primera
carta pastoral y se pregunta cuál es el remedio para que Cristo viva en nuestra
sociedad.
Y esto ¿cómo?, ¿con qué medios?, ¿quién me ayudará? ¡Divino Corazón de
mi Jesús, a Ti me acojo! Tú eres toda mi esperanza, y Tú serás mi ayuda, mi
tesoro, mi sabiduría, mi fortaleza y mi refugio: “Fortitudo mea et refugium
meum es Tu”. He aquí las palabras que rodearán la imagen del Sagrado
Corazón de Jesús, que declaramos será el sello de nuestro oficio.
Y todavía escribe en una oración:
Contando, oh Jesús mío, con vuestra gracia, que os pido humildemente,
mandadme dolores, enfermedades, pobreza, desgracias, amarguras,
angustias, desolaciones, lo que queráis. ¡Soy, Amor mío, vuestra víctima!
Haced de mí lo que queráis en el tiempo y en la eternidad, con tal de que se
salven almas, os dé alguna gloria y proporcione algún consuelo a vuestro
amantísimo Corazón.
Tenemos que buscar con empeño este camino de fe. El Corazón del Señor
tiene que triunfar en nuestros corazones y en nuestra sociedad. La preocupación
por las almas, por los otros, tiene que llenar todo nuestro interés, toda nuestra
vida. Hemos de seguir rezando con fortaleza, no venirnos abajo.
Hace un año eran asesinados dos jóvenes guardias civiles en una población de
Huesca. Y ayer se deseó cometer otra barbarie, que, aunque no logró ninguna
víctima mortal, salpicó de nuevo con dureza a nuestra sociedad. Tenemos que
seguir unidos en la oración y firmes, porque es el Señor quien nos dice: He venido
a prender fuego en el mundo -a prender fuego en tu corazón- ¡y ojalá estuviera ya
ardiendo!