X Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
“No llores” (Lc. 7, 13 )
Las lecturas de este domingo nos relatan la historia de dos viudas, cuyos hijos
únicos han fallecido, y Dios se los devuelve a la vida. La verdad sea dicha, que las
viudas son especialmente queridas a los ojos de Dios, que las protege y las llena de
beneficios muy especiales. La primera que aparece en la Biblia es esta viuda de
Sarepta, a quien es enviado el Profeta Elías para que le diera alimento, y ese
alimento fue multiplicado para ella misma y su hijo. Y cuando murió su hijo, lo
revivió por manos de Elías (1 Re 17, 7-24).
En el Nuevo Testamento las viudas aparecen también como objeto de especial
afecto por parte de Jesús. Mención especial merece la descripción de Ana, viuda
desde muy joven, que fue escogida especialmente por el Señor para presenciar la
Presentación de Jesús en el Templo y para hablar de este Niño. (Lc 2, 36-38). En
esta ocasión es la viuda de Naím a la que Jesús devuelve a la vida a su hijo único,
acompa￱ando su gesto con una expresi￳n de afectuosa piedad: “Tuvo compasi￳n
de ella y le dijo: “No llores”» (Lc. 7, 13).
La viudez también es una vocación, digamos que una vocación forzada, pero aún
así, un llamado de Dios a una situación especial que también es camino de
santidad. De esta manera lo ha reconocido la Iglesia. Tanto así que menciona el
estado de viudez en tres documentos diferentes del Concilio Vaticano II: El Concilio
pone ante las viudas un camino de santidad (LG 41) que es una continuación de la
vocación al matrimonio (GS 48), y espera de ellas un servicio especial (AA 4).
San Gregorio Magno (en sus Morales, 19, 12) ense￱a que “Muy piadoso es consolar
a las viudas”. Y San Ambrosio: “Nada más hermoso que una viuda que guarda
fidelidad al difunto esposo”. “Difícil es la viudez, mas no para quien comprende la
ley del verdadero amor”, sentencia San Gregorio Nacianceno. Y San Juan
Cris￳stomo considera: “Poderosas las lágrimas de la viuda; porque pueden abrir el
mismo cielo”.
En realidad, todos los casados son candidatos a la viudez. Porque “quien da el sí al
matrimonio, también da el sí a la viudez”. El estado de viudez, cuando se acepta
con ánimo valiente como una continuidad del amor conyugal, será honrado por
todos y bendecido por Dios.
Las circunstancias en las que viven las viudas y los viudos son distintas, pero
conllevan siempre dos realidades fundamentales: el amor que condujo al
matrimonio, con toda la alegría y esperanza que ello comporta, y la muerte, que se
llevó de su lado al compañero o compañera de su existencia, al que les unen lazos
de amor y de fidelidad, que encuentran una prolongación en el cariño por los hijos.
Cuando la muerte acontece después de prolongados años de vida familiar, la viudez
—no obstante el sufrimiento que comporta— está llena de ricas experiencias y de
recuerdos que, junto a la fe, pueden ayudar a la vida del hombre y la mujer viudos.
Pero hay casos en los que la muerte del marido sobreviene de manera imprevista o
violenta cuando el joven hogar está todavía en plena formación, y la joven mujer,
que había puesto toda su esperanza en el amor compartido, siente un desarraigo
profundo. Intentar comprender los dramas interiores, el dolor, la soledad, el
desánimo que acompañan la vida afectiva y espiritual de estas personas, es hacerse
capaces de abrirles, con sabiduría y respeto, los caminos que les ofrece la Iglesia, y
preservarlas así de los peligros que, a veces, las amenazan.
La viudez no debe destruir la dedicación a los hijos, si los hay; ni siquiera debería
inducir a la tristeza sin esperanza. Esta etapa de la vida, por lo demás dolorosa,
constituye una llamada a la purificación interior y un estímulo para crecer en la
caridad y en el servicio a los propios seres queridos y a todos los miembros de la
Iglesia. Es también una llamada a crecer en la esperanza. Después de todo, ha
dicho el cura de Ars, lo más importante es no tener corazón más que para Dios, ni
más voluntad que la de amarle, ni más tiempo que para servirle. Y san Pablo dirá,
quien ha enviudado puede contraer legítimamente nuevas nupcias, pero puede
también tomar ocasión de su estado para dedicarse con más asiduidad al servicio
del Señor.
Sea cual sea el origen de su estado de vida, muchas de estas personas pueden
reconocer el designio superior de la sabiduría divina que dirige su existencia y la
lleva a la santidad por el camino de la cruz, una cruz que en su situación se
manifiesta particularmente fecunda.
María, madre y modelo, tuvo natural sentimiento y dolor por la muerte de San José,
porque le amaba como a esposo, como a santo y como amparo y bienhechor suyo.
Que Ella ayude a todos, pues supo vivir ese sufrimiento de la separación y de la
soledad con amor, con fe, con serenidad interior. Adhiriéndose obediente a la
voluntad de Dios.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)