XI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
Proxima a la falda del Tabor…La compasion
Padre Pedrojosé Ynaraja
A esta montañita mítica que adorna la fértil llanura de Esdrelón, generalmente
acuden los viajeros con una cierta prisa, pues, no pueden llegar a su cumbre
alargada los autocares y es preciso remontarla en taxis-lanzadera, cuyos
conductores esperan impacientes. Se entra en la basílica, se lee el texto de la
Transfiguración, tal vez se reza y hasta algunos tienen la suerte de poder celebrar
misa. En más de una ocasión tal ha sido mi estancia. Ahora bien, en otras me he
podido entretener contemplando el paisaje y recordando los hechos que en los
diversos rincones ocurrieron.
Una mirada hacia el Sur, nos puede recordar que por allí se desplazó el Señor en
diversas ocasiones. Era su tierra. En la parte alta, cuando era joven, en Nazaret.
Durante su periodo apostólico, en los parajes que se hunden bajo nivel del mar, en
la casa de Pedro, en Cafarnaún, que convirtió en su ciudad. Por entre ambos
lugares se situaría la mansión de este potentado señor que invitó un día a Jesús a
comer y a otros más, seguramente vecinos amigos.
Un convite no era en aquel tiempo un simple y ligero tentempié, estilo restaurante
de comida rápida o self-service, que podáis frecuentar vosotros, mis queridos
jóvenes lectores. Tenía sus rituales inicios y sus lentos desarrollos. En una tal
situación social debéis situar el episodio del evangelio de la misa de este domingo.
Añado otros detalles. Si bien cada familia tenía unas habitaciones que le eran
propias y exclusivas. Todas estas se agrupaban, de manera que la vida transcurría
en un patio central, abierto y común. Os lo advierto para que comprendáis lo fácil
que resultaba que alguien de fuera se aproximara a los comensales. Otro detalle,
de mínima importancia. El frasco de perfume, pese a que diga que era de alabastro,
en realidad eran de materia vítrea. En Jerusalén, en el museo de la Flagelación, de
la Custodia franciscana, hay algunos ejemplares que lo evidencian. Desde luego,
nada de cerámica, ni de cuerno, recipientes para otros líquidos más comunes, como
agua y aceite.
Os decía que el episodio ocurre en la llanura que se extiende bajo el monte Tabor,
lugar desde antiguo en el que se cultivaban cereales para toda la tierra hebrea, de
tal manera que se llegó a llamar la despensa de Israel. En un tal paisaje, sin
rincones, ni vericuetos, la relación y comunicación personal era cosa espontánea.
Todos conocían a todos. Desde la gente notable a aquellas que, debido al oficio que
para satisfacción de muchos ejercían, las relegaban a la marginación y el
desprecio. Como ocurre en tales circunstancias, tanto los que se servían de estas
mujeres, como los que se abstenían, sabían quienes eran y las miraban con
desprecio.
La mujer que entra y se postra a los pies del Maestro ni se atreve a suplicar. Besa,
llora, enjuaga y seca con su misma cabellera. Perfuma y abraza. Lenguaje tan
expresivo que todos lo entienden, pero que no toleran salga de una mujer de tal
condición. Al Señor lo que fuera en otros momentos, la mala fama que pudiera
tener, no le importa. Aprecia el gesto. Ama y regala, cuanto puede y como puede.
Actitudes estas de gran valor, pese a que no estén tarifados en el mercado.
Ama mucho y llora. Recibe el perdón. El Maestro valora menos el precio de los
manjares que ofrece el anfitrión, su categoría social, su cultura. Ni era un simple
hijo de vecino, jornalero o pequeño propietario, ni carente de cultura. Destacaba,
sin duda por su riqueza, sus buenas relaciones sociales y su cultura selecta y
especializada. Se nos advierte que era fariseo, no un cualquiera.
Ama con ternura y compasión. Esta última palabra sonaba mal entre nosotros
¿Quién no ha escuchado alguna vez: no quiero que me tengan compasión?
Sorprende que ahora, desde situaciones orientalistas, se nos proclame con énfasis y
como cosa nueva, la virtud de la compasión, virtud que ya había testimoniado el
Señor. Porque esta mujer ama mucho, se le perdona mucho, porque se le perdona
mucho ama más. Cada uno de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, debe
preguntarse ¿Cuál es mi situación al respecto? ¿deseo ser perdonado? ¿me siento
agradecido porque he recibido, mediante la Iglesia, Esposa Amada de Cristo, el
perdón de mis pecados?
Si en la misa se proclama un último párrafo, que no es obligatorio, observaréis que
el texto cita por su nombre, como hizo con los discípulos, a las mujeres que
acompañaban y servían “a su manera”, al Señor. La manera de los varones era
otra. Debían pescar ellos y vender lo capturado. Secar, recoger las redes y
remendarlas si era necesario. En la casa de Pedro en Cafarnaún, se han encontrado
anzuelos y agujas de aquel tiempo y, no se olvide, que el primer encuentro de
algunos de los apóstoles con Jesús, se no dice explícitamente que estaban
ocupados en estos menesteres.
Algunas tradiciones occidentales han confundido a esta anónima mujer que acudió
al banquete solicitando el perdón y demostrándole su amor, con María, la de
Mágdala. Claramente las distingue el fragmento de la misa de hoy. Ahora bien, y a
pesar de lo que os he dicho, no puedo dejar de contaros, mis queridos jóvenes
lectores, que, sin ignorar el error, me resulta muy simpática la iniciativa del
escultor del maravilloso retablo de la cartuja de Miraflores, en Burgos, donde sitúa
el llorar, secar y perfumar los pies de Jesús de la desconocida mujer, en el primer
término de la Santa Cena. Este anacronismo no hace más que ensalzar la decisión
femenina y su atrevimiento y candidez. Amar ordenada y apasionadamente, está
muy por encima de las normas de protocolo social.