Ciclo C: XI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Pedro Guillén Goñi, C.M.
La escena que nos presenta el domingo de hoy describe el momento en que Jesús
acepta la invitación de un fariseo para acudir a comer a su casa. De esta
experiencia sencilla, y a raíz de que una mujer pecadora se acerca a Jesús y le
perdona los pecados porque ama mucho, se deduce una conclusión muy importante
en el esquema espiritual del Señor en la proclamación del reino: sólo el amor y el
reconocimiento interior de ser pecador atrae la misericordia y el perdón de Dios. La
mujer, protagonista del Evangelio de hoy, alcanza la paz porque se siente
comprendida, acogida y perdonada por Jesús. A partir de ese momento su vida se
transforma, alcanza el verdadero sentido, fortalece su confianza en el Señor y se
convierte en seguidora y discípula del Maestro.
Solamente el amor perdona y el pecado es, fundamentalmente, una acción o
actitud de “desamor” (egoísmo). Si no vivimos en el amor no hay perdón: que
nadie crea que se le perdonan los pecados si no ama de verdad. La conversión
verdadera y la unión con Dios por la gracia y el esfuerzo de nuestra voluntad es
vivir en el amor. El amor no es un simple sentimiento sino una actitud permanente
de cercanía a Dios y de comprensión, aceptación y encuentro con los demás. El
amor regenera y supera las deficiencias y limitaciones que hemos tenido, nos
compromete en el presente y nos abre el verdadero sentido de nuestra vida hacia
un futuro de exigencia y valor cristiano.
Nos cuesta perdonar porque nos cuesta amar. En nuestras experiencias ordinarias
herimos y ofendemos y, para volver nuevamente al proceso de conversión,
debemos centrar nuestra mirada de acogida y misericordia en la persona ofendida y
tenderle la mano de nuestra generosidad y bondad. Con el perdón brota
espontáneamente la reconciliación y la paz. El Señor nos pide en la profundidad de
nuestras relaciones interpersonales y en nuestra vivencia espiritual tener un
corazón sensible que perdona y ama. En realidad para eso vino al mundo: para ser
signo de amor y perdón. El Señor nos redime y nos salva desde la cruz como
demostración palpable del amor que nos tiene. “Padre, perdónales porque no saben
lo que hacen” (Lc. 23, 34).
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)