Ciclo C: X Domingo del Tiempo Ordinario
Rosalino Dizon Reyes.
Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna (Jn 6, 54)
Una conferencia de san Vicente de Paúl—de unas 4.911 palabras—trata del artículo
12 del capítulo II de las Reglas comunes de la C.M. (XI, 551-564). Tiene por tema
la caridad con el prójimo.
Referente a «Llorar con los que lloran» como un acto de esta caridad, dice san
Vicente que tal acto «hace entrar a los corazones unos en otros para que sientan lo
mismo, lejos de aquellos que no sienten ninguna pena por el dolor de los afligidos
ni por el sufrimiento de los pobres». Un poco más adelante dirá: «¡Cómo! ¡Ser
cristiano y ver afligido a un hermano, sin llorar con él ni sentirse enfermo con él!
Eso es no tener caridad; es ser cristiano en pintura».
Resalta san Vicente que es cariñoso, tierno y compasivo el Hijo de Dios: éste viene
del cielo sintiéndose afectado por nuestra desgracia; se turba y se conmueve
profundamente al ver llorar a los apenados por la muerte de Lázaro, y llora él
mismo delante de la tumba del amigo. Y lo encontramos, en el evangelio de hoy,
compadeciéndose de una viuda desconocida que llora la muerte de su único hijo.
Esta compasión profética de Jesús, reconocida instintivamente por la gente, está
muy por encima de la Moisés o la de Elías. Pues aunque de condición divina,
nuestro Sumo Sacerdote se compadece de nuestras debilidades y es probado en
todo exactamente como nosotros, menos en el pecado; pasa por hombre cualquiera
y hasta se inmola en la cruz por sus hermanos.
Es así de afectiva y efectiva hasta lo sumo la compasión de Jesús. Los que somos
cuerpo del Samaritano Compasivo tenemos que ser como él. Llamar a Jesús
nuestro Maestro y nuestro Señor es comprometernos a hacer lo que él hace con
nosotros. Él nos mira con compasión a los pecadores indignos y nos elige
(miserando atque eligendo). Nuestra experiencia de su compasión y su elección se
ve auténtica en nuestra compasión práctica por los pobres, se la merezcan o no.
Y que no se desestimen las aportaciones humanas. Recordemos tanto la
multiplicación de los cinco panes y los dos peces como la conversión del pan y vino
en cuerpo y sangre de Cristo. Maravillémonos de la gracia que hizo evangelizador
del más insignificante de los apóstoles, indigno de tal nombre por haber perseguido
a la Iglesia.
La misma gracia puede servirse solo de una cara alegre y sonriente para que se
difunda el Evangelio de manera sencilla que, empero, será más creíble que la
manera sofisticada y elocuente de un predicador con cara triste y fruncida. Una
buena palabra, sincera y entrañable, será suficiente para atraer hacia Dios a gente
más difícil y molesta (IX, 916). Frecuentar las periferias y los comedores
comunitarios contribuirá mucho más a la evangelización que participar en las
juntas, en hoteles o restaurantes lujosos, de expertos y profesionales en busca de
reconocimiento y los primeros puestos.
De estas y otras maneras, eficaces todas a causa de la gracia, logran los que se
nutren de la compasión de Jesús infundirles el aliento vivificador de Dios a los
hermanos afligidos.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)