Palabra de Dios
para alimentar tu día
Fr. Nelson Medina F., O.P
Ciclo C, Tiempo Ordinario,
Domingo de la Semana No. 11
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Lecturas de la S. Biblia
Temas de las lecturas: El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás *
Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado. * Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien
vive en mí * Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor
Textos para este día:
2 Samuel 12, 7-10. 13:
En aquellos días, Natán dijo a David: "Así dice el Señor, Dios de Israel: "Yo te ungí
rey de Israel, te libré de las manos de Saúl, te entregué la casa de tu señor, puse
sus mujeres en tus brazos, te entregué la casa de Israel y la de Judá, y, por si
fuera poco, pienso darte otro tanto.
¿Por qué has despreciado tú la palabra del Señor, haciendo lo que a él le parece
mal? Mataste a espada a Urías, el hitita, y te quedaste con su mujer. Pues bien, la
espada no se apartará nunca de tu casa; por haberme despreciado, quedándote con
la mujer de Urías.""
David respondió a Natán: "¡He pecado contra el Señor!"
Natán le dijo: "El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás."
Salmo 31 :
Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito. R.
Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito;
propuse: "Confesaré al Señor mi culpa", y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. R.
Tú eres mi refugio, me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación. R.
Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo, los de corazón sincero. R.
Gálatas 2, 16. 19-21:
Hermanos: Sabemos que el hombre no se justifica por cumplir la Ley, sino por
creer en Cristo Jesús.
Por eso, hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo y no
por cumplir la Ley.
Porque el hombre no se justifica por cumplir la Ley.
Para la Ley yo estoy muerto, porque la Ley me ha dado muerte; pero así vivo para
Dios.
Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.
Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta
entregarse por mí.
Yo no anulo la gracia de Dios.
Pero, si la justificación fuera efecto de la Ley, la muerte de Cristo sería inútil.
Lucas 7, 36-8, 3:
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús,
entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una
pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un
frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a
regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de
besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se
dijo: "Si este fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que
es: una pecadora."
Jesús tomó la palabra y le dijo: "Simón, tengo algo que decirte."
Él respondió: "Dímelo, maestro."
Jesús le dijo: "Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios
y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de
los dos lo amará más?"
Simón contesto: "Supongo que aquel a quien le perdonó más."
Jesús le dijo: "Has juzgado rectamente."
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu
casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con
sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio,
desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con
ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus
muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se
le perdona, poco ama."
Y a ella le dijo: "Tus pecados están perdonados."
Los demás convidados empezaron a decir entre sí: "¿Quién es éste, que hasta
perdona pecados?"
Pero Jesús dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado, vete en paz."
Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo,
predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas
mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la
Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa,
intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.
Homilía
Temas de las lecturas: El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás *
Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado. * Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien
vive en mí * Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor
1. Sorprendidos por el perdón
1.1 Así como el amor es siempre una sorpresa, porque hay algo en él que siempre
será regalo, así el perdón tiene la capacidad de asombrarnos. Lo cual es una gran
noticia porque a menudo damos nuestro asombro al mal y aunque fuera sólo por
razón de justicia deberíamos admirar lo mismo y más al bien.
1.2 Tal vez lo que más impresiona en la primera lectura es la respuesta instantánea
que Natán, o mejor dicho, Dios a través de Natan, le da a David. Apenas este
manifiesta su arrepentimiento Natán le replica: "Ya Dios ha perdonado tu pecado."
Lo que uno puede concluir es que el perdón de Dios no es un largo trámite
burocrático. De algún modo el perdón "ya está" y es sólo que Dios está esperando a
que estemos dispuestos a recibirlo. Tal disposición es la que manifestamos con
nuestro arrepentimiento.
1.3 Es decir que el arrepentimiento nuestro no es para tratar de convencer a Dios
de que nos perdone. La cosa es más bien al contrario: Él ya está convencido de que
necesitamos su perdón y de que sin ese perdón no podemos sino hundirnos en la
miseria de nuestras contradicciones y bajos apetitos. A quien hay que convencer es
al hombre, no a Dios, y para mejor convencernos Dios envió a su Hijo.
2. El Drama del Pecador
2.1 El pecado tiene algo de absurdo. Supone siempre una contradicción con algo
que racionalmente parece lo mejor. Por dar un ejemplo: alguien puede darse
cuenta de que no es sano para la sociedad que haya adulterios y sin embargo verse
envuelto en una relación adulterina. Esa contradicción, ese absurdo del pecado,
atrapa al pecador en una especie de nueva lógica. Puesto a sostener un absurdo, el
pecador termina por darse cuenta que su vida es una traición pero como le seduce
un determinado bien, por ejemplo el del placer, termina siendo espectador del
derrumbarse de otros bienes que en el fondo serían más importantes para él, como
en este ejemplo, su familia.
2.2 Santa Catalina de Siena es elocuente al expresar cuánto sufre el pecador para
poder seguir pecando. Tiene que acallar su conciencia, amordazar su inteligencia,
negar lo que es evidente, presenciar cómo caen en pedazos cosas que en el fondo
ama, como la propia salud, los amigos e incluso al vida misma, que se va y no
vuelve. Pecar no es fácil: requiere perseverancia, esfuerzo y aguantar muchos
dolores. Pero el pecador sufre todo esto para obtener lo que le promete su ídolo, ya
se trate de la fama, el placer, el poder o el dinero.
2.3 Es así como el pecado conduce a una sensación de pasividad desesperada,
como lo que vive un condenado a muerte que ya no quiere apelar su sentencia y
apenas de vez en cuando se refugia en el recuerdo de lo que pudo disfrutar. Una
persona así no espera ser perdonada y no siente que pueda perdonarse a sí misma.
3. Cristo, o el Perdón de Dios hecho visible
3.1 Lo que viene a hacer Cristo no es convencer a Dios de que nos perdone, pues
ha sido Dios Padre mismo quien lo ha enviado. Lo que él viene a hacer es destruir
esa cárcel de pasividad y de desesperación que el pecado habitual crea en nosotros.
Su manera de amar, llena de libertad y preñada de alegría y esperanza, es causa
de rabia y repudio entre los que creen entender que el Cielo es como las
burocracias nuestras, al estilo del fariseo del evangelio de hoy.
3.2 Jesús obra y vive, irradia y predica una certeza de amor y de gracia que al
mismo tiempo muestra el ideal y lo hace cercano. Nadie tan santo como Jesús;
nadie tan próximo como Jesús. Su excelsa santidad no lo aleja; su cercanía no lo
hace cómplice de nuestras bajezas.
3.3 Como la pecadora, hoy somos invitados a sellar con lágrimas de amor y
arrepentimiento nuestro deseo de recibir el perdón que Dios nos da en su Hijo.
Como ella, tenemos mucho que agradecer. No sabemos la medida exacta pero debe
ser parecida al precio de la Sangre de Jesús.