XI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo C
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- 2 Sam. 12, 7-10. 13: El Señor perdona tu pecado. No morirás.
La primera lectura, nos recuerda el pecado de David, es decir, la muerte de Urías y
haber tomado a su mujer por esposa, pero una vez que Natán le declara su culpa,
como el pecado fue grave, más grande fue su arrepentimiento y la humildad (cfr.
Sal. 50). Dios lo perdonó, pero su magnanimidad, no quita la gravedad del pecado.
La muerte del Hijo de Dios, habla a las claras de la seriedad del pecado de todo
hombre. Si bien, fue perdonado, David, deberá pagar con penitencia ese pecado:
“La espada no se apartará nunca de tu casa” (v.10), alusi￳n a la muerte de tres de
los hijos del rey: Amnon, Absalón y Adonías; también, le arrebatará a sus mujeres,
delante de sus ojos, alusión a la rebelión de Absalón (cfr. 2Sam. 16, 20-22).
Finalmente vive una gran prueba de fe: ora por su hijo condenado a morir, ayuna,
se postra, clama y gime implorando la misericordia divina.
b.- Gál. 2, 16. 19-21: No soy yo, es Cristo quien vive en mí.
El apóstol Pablo, resuelve un problema teológico y práctico, suscitado en la
discusión con Pedro: el hombre no se justifica por las obras de la Ley, sino por la fe
en Jesucristo. No se trata de justificar al hombre, declararlo como tal, sino
constituirlo verdaderamente inocente y justo. La mentalidad judía proclamaba que
basta pertenecer a Israel y guardar la Ley, para ser declarado justo ante Dios. Dios
tiene la iniciativa de la justificación, ésta no se obtiene por la práctica, automática,
de cumplir ciertos mandamientos. Luego de su conversión el apóstol afirma: Ya no
vivo yo, sino Cristo es que vive en mí” (Gal. 2, 20). Se trata de la irrupci￳n en
Cristo, de la vida de Dios en el hombre. Que no es fruto de su inconsciente ni de su
razonamiento, sino un don y un compromiso de Dios con el hombre. Si la presencia
de Dios fuera fruto solo del esfuerzo del hombre, la gracia, la gratuidad de Dios
queda anulada. La fe, es el primer don gratuito de Dios, para con el hombre. Por
esto Pablo, termina enseñando, que si la ley produjera la justicia, Cristo hubiera
muerto en vano. Pero no. La justificación nos viene sólo por la fe en Cristo Jesús.
c.- Lc.7, 36- 8, 3: Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene
mucho amor.
El evangelio, nos presenta la predilección de Cristo por los marginados como lo
demuestra en esta mujer pública que vive al margen de la sociedad judía: por ser
mujer y por su oficio. La mujer no está invitada, pero viene y ofrece lo que tiene el
perfume, sus lágrimas y sus besos. ¿Por qué viene? Sabe que Jesús ofrece un
mensaje de salvación, como los profetas, conoce al hombre que acoge y se
entrega a los demás. En casa del fariseo, los protagonistas son Jesús, Simón, el
dueño de casa, y la mujer. Ambos muy distintos, y distantes socialmente, le
ofrecen a Jesús sus dones. La mujer llega al banquete, y comienza a llorar, riega
los pies de Jesús, los enjuga con sus cabellos y los unge con perfume. La invitación
del fariseo, habla de su buena voluntad, el respeto que siente por el Maestro de
Nazaret, pero en su interior, Simón, el fariseo, juzga a Jesús y a la mujer.
Adivinando sus pensamientos Él, le propone la parábola de los dos deudores
insolventes y perdonados. En el fondo, el fariseo tiene su verdad hecha: conoce a
Dios y no necesita que nadie le enseñe nada nuevo, ni del reino de Dios ni de la
vida. Si bien éste juzga la actitud de la mujer, Jesús lo interpreta como un acto de
amor que le profesa y de gratitud por haberla comprendido y perdonado. Lo mismo
que los deudores de la parábola: amara más al Señor, a quien le perdonó la mayor
de las deudas (vv. 41-43). De esta forma se ilumina la actitud del fariseo y la
prostituta. La respuesta final de Jesús a la mujer: “Tus pecados quedan
perdonados” (v. 48). Insolventes son todos los hombres, por eso Jesús ofrece la
gracia del perdón, entre todos esos están, el fariseo y la prostituta. El primero, no
se preocupa de aceptar ese perdón, porque cree estar en paz con Dios, no tiene
deudas, por lo mismo las palabras de Jesús sobre el perdón, no son para él; en el
fondo, descubrimos que lo invitó por curiosidad, no ama a Jesús, porque no quiere
ser perdonado. La mujer, en cambio, se siente pecadora, ante Dios y los hombres,
se sabe insolvente, su deuda es impagable; se siente condenada. Pero delante de
Jesús, luego de escucharle, se siente perdonada. Por está ahí para ofrecerle su
agradecimiento y amor. El inmenso perdón que Dios le ha concedido, ha suscitado,
a su vez, un inmenso amor. Un amor que es respuesta a la iniciativa divina en
Cristo Jesús. La reacci￳n de los comensales: “Quién es este que hasta perdona los
pecados” (v. 49). Finalmente Jesús despide a la mujer con estas palabras: “Tú fe te
ha salvado, vete en paz” (v. 50). Era verdad que Jesús de Nazaret había perdonado
los pecados de la mujer, poder que sólo posee Dios. En Él obra Dios Padre, pero
para reconocerlo como Hijo de Dios había que tener fe, precisamente lo que llevó a
la mujer a postrarse a los pies de Jesús y sentirse acogida por su bondad y
misericordia con un perdón que le concede nueva vida.
Santa Teresa de Jesús, tiene un lema, y ese es, cantar las misericordias de Dios,
para con ella: “¿En quién, Se￱or, pueden así resplandecer vuestras misericordias
como en mí? Vágame ahora, Se￱or, vuestra misericordia” (V 4,4). Nos invita a
hacer lo mismo en nuestra existencia cristiana.