XI Semana del Tiempo Ordinario. (Año Impar)
Miércoles
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- 2Cor. 9,6-11: Al que da de buena gana lo ama Dios.
b.- Mt. 6,1-6.16-18: Tu Padre te recompensará. La verdadera justicia en las
obras.
La Ley debía ser vivida por sus discípulos con mayor perfección que los escribas y
fariseos, así lo había planteado el Señor (cfr. Mt. 5,20). Era necesario aplicar el
principio a algunas de estas prácticas de piedad: limosna, oración y ayuno. Jesús
no critica estas prácticas en sí mismas, sino la forma y finalidad con que se
practican, en especial por los fariseos, que hacían ostentación de ellas. Las tres se
rigen por el principio de la retribución: quien las hace por los hombres, para ser
alabado y estimado, obtiene su paga, su recompensa viene de los hombres, no de
Dios. En cambio, quien las hace sólo por Dios, sólo de ÉL obtiene su retribución. La
limosna (vv.1-4), hecha sólo por Dios, la ve el Padre, queda oculta a los ojos de los
hombres, y el hombre de fe, recibe su recompensa de su parte. La denuncia que
hace Jesús, es hacer notar que se es generoso; recibe como recompensa, la
alabanza de los hombres, no la recompensa de Dios Padre. Jesús manda hacer
limosna en secreto y el que le obedece tiene la certeza que Dios que ve en lo
secreto, conoce el corazón, no hay para ÉL zonas inaccesibles, conoce y penetra lo
más íntimo del hombre. Sólo ÉL da valor a nuestros actos. La oración (vv.5-6), del
discípulo de Jesús, será en su cuarto, con la puerta cerrada, y en esa calma ora a
su Padre celestial. Jesús manda orar en forma sencilla, en secreto, al Padre, sin
ostentación (vv.5-6), sin tanta locuacidad (Mt.6, 7-8). La verdadera espiritualidad
de la oración lo da Cristo cuando enseña su oración al Padre (Mt.6, 9-13). A la
petición de perdonar la culpa, el evangelista agrega, unas palabras acerca del
perdón recíproco del cual depende el perdón de Dios (Mt. 6,14-15). Él conoce lo
que necesitamos, antes que se lo pidamos; queda en el hombre que dé cuenta de
lo que necesita y lo pida con sencillez y confianza. No hay aquí una manifestación
contra el culto público del templo; ÉL mismo asistía a la sinagoga, como al templo
de Jerusalén. En la oración, el hombre reconoce a Dios como Señor de su vida; la
oración es un acto de fe. En el aposento sin otros ojos humanos que los del orante,
demuestra que sólo busca a Dios y su oración queda exenta de todo resabio de
egoísmo y vanidad. La verborrea no compra a Dios, lo que quiere es el corazón del
hombre. Respecto al ayuno (vv.16-18) se aplica el mismo criterio anterior: el
verdadero ayuno, será aquél que observe sólo Dios Padre, que escondido, lo
pagará. Lavarse la cara, perfumarse es para que nadie note esta práctica, sólo
Dios. Lo contrario, era desfigurar el rostro, para que lo noten los hombres, y recibir
la paga propia de los hombres: la lisonja, pero no la recompensa de Dios (cfr. Is.
58, 5-6). Jesús ve en el ayuno hecho sin que lo note la gente, la manifestación de
una profunda conversión, motivo de alegría. Estos pasajes valen para el tiempo en
que el Esposo, Jesús, esté separado de nosotros. Pero mientras permanece con
ellos, es motivo de alegría, tiempos vendrán en que les será quitado, entonces
ayunarán (cfr. Mt. 9,15). Será el tiempo de la Iglesia que habrá un ayuno con la
esperanza de su regreso del Esposo; tiempo de tristeza por la separación pero de
preparación; tiempo de preparación por los pecados propios y ajenos, tiempo de
vigilancia y servicio hasta que se celebren las bodas eternas del Cordero con su
esposa, la Iglesia (cfr. Ap. 22,3). La conversión, es cosa entre Dios y el hombre,
cuestión personal, debe mantenerse en secreto. La llamada de atención es a la
honradez y sinceridad, al realismo, no vivir de los halagos humanos, sino
pendientes del querer del Padre.
La Santa Madre Teresa es fiel al querer de Jesús enseña a orar en soledad. “Pues,
cuanto a lo primero, ya sabéis que enseña Su Majestad que sea a solas; que así lo
hacía El siempre que oraba, y no por su necesidad, sino por nuestro
enseñamiento.” (CV 24,4).