XII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Miércoles
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Gn.15,1-12.17-18: Abrán creyó al Señor y el Señor hizo alianza con él.
b.- Mt. 7, 15-20: Los falsos profetas. Por sus frutos los conoceréis.
Este evangelio es toda una advertencia: cuidarnos de falso maestros, profetas o
doctores que persiguen otros intereses y no los de Dios. La invitación a ingresar al
Reino de Dios, es para todos, de ahí que la comunidad de Jesús esté compuesta de
buenos y malos, de trigo y cizaña. La Iglesia, como buena madre, supo aprender a
buscar principios de discernimiento, desde temas referidos a la fe como a la moral,
y costumbres de los hombres y mujeres que profesaban la fe. Dentro del mismo
pueblo de Dios, la Iglesia aparecieron profetas, que hablaron en nombre de Dios,
pero también conoció los profetas falsos. Serán los frutos, en definitiva, quienes
determinan si un profeta es verdadero o falso. La imagen del árbol bíblico, tiene
raíces profundas, para expresar la vida de Israel como pueblo de Dios (cfr. Is. 61,
3; Jer. 2,21; Mt. 15,13; Jn. 15, 1. 8). Todo árbol bueno, produce frutos buenos, y
el árbol malo, produce frutos malos. Detrás de este criterio se encierra el principio
de la unidad del hombre y sus obras, es decir, el hombre regenerado por la fe y el
bautismo, da buenos frutos de santidad por su unión con Cristo Jesús (cfr. Jn.15,1-
8). Por los frutos, conocemos la naturaleza y salud del árbol, por las obras
conocemos a la persona. Que importante será, entonces revisarse continuamente,
sobre los frutos que estamos dando día a día, en la presencia del Señor y de los
hermanos. Si llevamos una vida sacramental frecuente y de calidad, hacemos
oración, pues tenemos un encuentro con Jesucristo en su palabra, no podemos sino
seguir dando frutos de santidad y gracia, de fe y amor.
En su tratado sobre los grados de oración, Teresa de Jesús, hace la comparación
del alma con un huerto que hay que cuidar con esmero para que de buenos frutos.
“Ahora tornemos a nuestra huerta o vergel, y veamos c￳mo comienzan estos
árboles a empreñarse para florecer y dar después fruto, y las flores y claveles lo
mismo para dar olor. Regálame esta comparación, porque muchas veces en mis
principios, y plega el Señor haya yo ahora comenzado a servir a Su Majestad, (digo
principio de lo que diré de aquí adelante de mi vida), me era gran deleite considerar
ser mi alma un huerto y al Se￱or que se paseaba en él.” (Libro de la Vida 14,9).