EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
Décimo Domingo del tiempo ordinario C
Primer Libro de los Reyes 17,17-24.
Sucedió después que el hijo de la dueña de casa cayó enfermo; su enfermedad
empeoró y exhaló el último suspiro.
Entonces ella dijo a Elías: «¿Por qué te has metido en mi vida, hombre de Dios?
¿Has venido a mi casa para poner delante de Dios todas mis faltas y para hacer
morir a mi hijo?»
Le respondió: «Dame a tu hijo». Elías lo tomó de los brazos de esa mujer, subió al
cuarto de arriba, donde se alojaba, y lo acostó en su cama.
Luego invocó a Yavé: «Yavé, Dios mío, dijo, ¿harás que recaiga la desgracia aun
sobre esta viuda que me aloja, haciendo que muera su hijo?»
Entonces se tendió tres veces sobre el niño e invocó a Yavé: «Yavé, Dios mío,
devuélvele a este niño el soplo de vida».
Yavé oyó la súplica de Elías y le volvió al niño la respiración: ¡estaba vivo!
Elías tomó al niño, lo bajó del cuarto alto a la casa y se lo devolvió a su madre.
Elías le dijo: «Mira, tu hijo está vivo».
Entonces la mujer dijo a Elías: «¡Ahora sé que tú eres un hombre de Dios y cuando
tú dices la palabra de Dios, es verdad!»
Salmo 30(29),2.4.5-6.11.12a.13b.
Te alabaré, Señor, porque me has levantado y muy poco se han reído mis
contrarios.
Señor, me has sacado de la tumba, me iba a la fosa y me has devuelto a la vida.
Que sus fieles canten al Señor, y den gracias a su Nombre santo.
Porque su enojo dura unos momentos, y su bondad toda una vida.
Al caer la tarde nos visita el llanto, pero a la mañana es un grito de alegría.
¡Escúchame, Señor, y ten piedad de mí; sé, Señor, mi socorro!
Tu has cambiado mi duelo en una danza, me quitaste el luto y me ceñiste de
alegría.
Carta de San Pablo a los Gálatas 1,11-19.
Les recordaré, hermanos, que el Evangelio con el que los he evangelizado no es
doctrina de hombres.
No lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por una revelación de Cristo Jesús.
Ustedes han oído hablar de mi actuación anterior, cuando pertenecía a la
comunidad judía, y saben con qué furor perseguía a la Iglesia de Dios y trataba de
arrasarla.
Estaba más apegado a la religión judía que muchos compatriotas de mi edad y
defendía con mayor fanatismo las tradiciones de mis padres.
Pero un día, a Aquel que me había escogido desde el seno de mi madre, por pura
bondad le agradó llamarme
y revelar en mí a su Hijo para que lo proclamara entre los pueblos paganos. En ese
momento no pedí consejos humanos,
ni tampoco subí a Jerusalén para ver a los que eran apóstoles antes que yo, sino
que fui a Arabia, y de allí regresé después a Damasco.
Más tarde, pasados tres años, subí a Jerusalén para entrevistarme con Pedro y
permanecí con él quince días.
Pero no vi a ningún otro apóstol fuera de Santiago, hermano del Señor.
Evangelio según San Lucas 7,11-17.
Jesús se dirigió poco después a un pueblo llamado Naín, y con él iban sus discípulos
y un buen número de personas.
Cuando llegó a la puerta del pueblo, sacaban a enterrar a un muerto: era el hijo
único de su madre, que era viuda, y mucha gente del pueblo la acompañaba.
Al verla, el Señor se compadeció de ella y le dijo: «No llores.»
Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron. Dijo Jesús
entonces: «Joven, yo te lo mando, levántate.»
Se incorporó el muerto inmediatamente y se puso a hablar. Y Jesús se lo entregó a
su madre.
Un santo temor se apoderó de todos y alababan a Dios, diciendo: «Es un gran
profeta el que nos ha llegado. Dios ha visitado a su pueblo.»
Lo mismo se rumoreaba de él en todo el país judío y en sus alrededores.
Comentario del Evangelio por:
Concilio Vaticano II
Constituci￳n sobre la Iglesia en el mundo actual “Gaudium et spes”, § 22
(trad. © copyright Librería Editrice Vaticana)
“El Se￱or se apiad￳ de ella y le dijo: no llores más”
El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que
ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el
primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada
también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha
unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con
inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre.
Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes
en todo a nosotros, excepto en el pecado.
Cordero inocente, con la entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida. En El
Dios nos reconcilió consigo y con nosotros y nos liberó de la esclavitud del diablo y
del pecado, por lo que cualquiera de nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de
Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gal 2,20). Padeciendo por nosotros,
nos dio ejemplo para seguir sus pasos y, además abrió el camino, con cuyo
seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido.
El hombre cristiano, conformado con la imagen del Hijo, que es el Primogénito
entre muchos hermanos, recibe las primicias del Espíritu (Rom 8,23)… Por medio de
este Espíritu, que es prenda de la herencia (Eph 1,14), se restaura internamente
todo el hombre hasta que llegue la redención del cuerpo (Rom 8,23). Si el Espíritu
de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que
resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos
mortales por virtud de su Espíritu que habita en vosotros (Rom 8,11).
Este es el gran misterio del hombre que la Revelación cristiana esclarece a los
fieles. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que
fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta obscuridad. Cristo resucitó; con su
muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos
en el Espíritu: Abba!,¡Padre!
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”