Comentario al evangelio del Viernes 21 de Junio del 2013
El Evangelio de este día me recuerda casi siempre una historia que escuché hace muchos años. Es
la de aquellos dos chinos que están enfrente de una montaña de arroz ya cocinado. El aroma es
excelente. Y los dos tienen hambre. Pero para comer, para meterse el arroz que tanto desean en la boca
sólo disponen de unos enormes palillos. Son tan largos que cada vez que lo intentan, fracasan
estrepitosamente. Son más largos que sus brazos. Así pasa el tiempo. El hambre arrecia y el arroz sigue
allí como una promesa inalcanzable. Hasta que uno de ellos tiene una idea. Deja de pensar en sí mismo
y en su hambre. Ante la sorpresa del otro, esta vez no intenta llevarse el bocado de arroz a su propia
boca sino que con sus largos palillos lleva el bocado –tan apetitoso y deseado– a la boca del otro. Y
alcanza su objetivo. El otro comprende rápidamente la lección. Hace lo mismo. El final es ya sabido. A
través de la colaboración los consiguieron su objetivo: calmar su hambre con aquella montaña de
apetitoso arroz. A través de la colaboración y de pensar en las necesidades del otro antes que en las
suyas propias.
Digo que me acuerdo de esta historia porque veo que hay mucha gente que sigue pensando sólo en
sus propios intereses, en su propia seguridad, en tener como medio para sentirse mejor. Y claro, para
proteger lo propio, hacen falta cerraduras, candados, guardas, perros... Algo así como la casa del señor
Burns en la serie de Los Simpsons. Enorme y llena de riquezas, pero llena también de muerte. Nada
que ver con la casa de Homer y Margie Simpson, llena de problemas pero llena también de vida.
Más allá de los ejemplos, el Evangelio nos dice algo que es obvio. Guardar y conservar no sirve
para nada. Y menos poner el corazón en las cosas que se guardan. Al final la felicidad y la seguridad
se encuentra mucho más en la relación con las demás personas, en el descubrimiento gozoso de que
somos hermanos y hermanas y no amenazas unos para otros, que en las altas vallas, electrificadas y
llenas de cámaras de televisión, que encierran edificios que no tienen nada que ver con un hogar.
Donde esté nuestro tesoro estará siempre nuestro corazón. Eso es inevitable. Por eso, donde
tenemos que afinar bien es en lo que creemos que es realmente nuestro tesoro. Para no equivocarnos.
Porque nos jugamos mucho en acertar con el verdadero tesoro.
Fernando Torres Pérez cmf