Ciclo C: XII Domingo del Tiempo Ordinario
Rosalino Dizon Reyes
Cuando hayáis levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabréis que yo soy
(Jn 8, 28)
Después de resucitar al hijo de una viuda, Jesús fue aclamado gran profeta.
Asimismo se le reconoció, según san Juan Evangelista, en la multiplicación de los
panes y peces. Esta vez, tanto impresionó Jesús a la gente que lo quisieron
proclamar rey. Pero nada de eso quería.
Rehúsa Jesús pasar por uno de tantos soberanos con poder absoluto que no rara
vez da paso a la corrupción absoluta. Se revela Mesías de Dios ciertamente, no
solo otro profeta más; pero no quiere que lo confundamos con el mesías de la
expectativa popular. Le parece mejor que por ahora no se le diga nada a nadie de
su carácter mesiánico, por si decir algo lleve a tal confusión.
Sí, insiste Jesús: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho …, ser ejecutado y
resucitar al tercer día». Él no es el ungido de Dios al estilo de su antepasado el rey
David, un guerrero vencedor. Y como los discípulos han de seguir el ejemplo de su
Maestro, entonces ellos tendrán que ir con él, negándose a sí mismos y cargando
su cruz cada día.
Si, pues, no es Jesús sufrido y crucificado a quien confesamos el Mesías, entonces
no lo conocemos realmente. A no ser que no nos preciemos de saber cosa alguna,
sino a Jesucristo, y éste crucificado, tampoco podremos ser de verdad ni cristianos
ni vicentinos.
Los cristianos auténticos captan en la crucifixión la plena revelación del que se
llama «soy el que soy». Están convencidos de que la muerte de Cristo por los
pecadores es la más sublime manifestación del amor divino y que no hay un amor
más grande que el dar la vida por los amigos.
Y los realmente vicentinos son los que están imbuidos del espíritu de gracia y de
clemencia; miran al Traspasado y hacen llanto por él. Se dedican a la meditación
simplemente por tener siempre el pensamiento de la pasión y muerte de Cristo, lo
que es más agradable a Dios que repetidos ayunos, según san Vicente de Paúl (IX,
1103). No les preocupa a los vicentinos que no tengan nada que decir estando
ellos al pie de la cruz, porque sabrán esperar a que Jesús les hable (IX, 64-65).
Manteniéndose callados, para variar, dejan que Jesús tenga principalmente la
palabra; no hacen como aquellos que hablan mucho cuando oran.
Como les pasa a los pobres identificados con el Crucificado, los vicentinos, al pie de
la cruz, tarde o temprano conseguirán experimentar la sabiduría en la necedad de
la cruz, la fuerza en su debilidad, la elocuencia en su silencio y la esperanza en su
desesperación. Así de efectiva les será su contemplación afectiva del Crucificado.
Y aún más eficaz se probará su contemplación en cuanto los contempladores, más
conmovidos hasta las entrañas, se esfuercen por remediar la injusticia, la causa de
la crucifixión y contra la cual la cruz es sacramento de protesta. Así que lucharán
por la unidad de todos en Cristo Jesús, oponiéndose a las distinciones
discriminatorias entre extranjeros y nativos, indocumentados y documentados,
pobres y ricos, mujeres y hombres. Nunca se olvidarán de los pobres.
Compartirán su pan con los hambrientos, como lo exige la Cena del Señor. Orando
de este modo, quedarán iluminados por el esplendor del Señor y lo conocerán de
verdad.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)