DOMINGO VIGESIMOTERCERO DEL TIEMPO ORDINARIO
(Ciclo C)
Padre Jorge López Teulón
Jesús nos habla hoy de cómo el que quiere construir una torre, primero se
sienta y calcula los costos, para ver si los puede afrontar. El rey que va a la guerra
con diez mil, primero se sienta y reflexiona si puede hacer frente al enemigo que
avanza con veinte mil. Y Jesús saca de estos ejemplos la siguiente conclusión:
Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes,
no puede ser discípulo mío ( Lc 14,28-33).
El dinero que uno necesita para levantar la construcción cristiana es el
discernimiento de que no tiene ninguno 1 ... Así, el cálculo requerido, para el que
primero hay que sentarse a reflexionar con tranquilidad, es doble: negativo, si se
está dispuesto a renunciar a todo lo propio; y positivo, si se está dispuesto a luchar
con las armas de Dios, no con las propias.
Es extraña la indicación de Jesús de que ambas cosas se deben calcular con
calma. ¿Puede un hombre calcular realmente si está dispuesto a renunciar a todo,
si reúne el coraje para esperarlo todo de la protección del Altísimo? Pero, ¿acaso no
están ya ambas cosas contenidas en la sencilla fe bautismal, en el triple
“¿renuncias?” ? ¿Estás dispuesto, en caso de peligro, a no preferir nada a la fe, a la
obediencia que se te exige a la voluntad de Dios?
Tal vez en los días de este verano hemos tenido la gracia de realizar Ejercicios
Espirituales . En ellos se trata de forma totalmente exacta y exclusiva de la práctica
fundamental de dejarlo todo para dejar que Dios se ocupe de nuestra vida entera .
Dejar no significa abandonar exteriormente, para irse al desierto o a una cartuja,
sino simplemente soltar, aflojar los dedos que se crispan en torno a algo y ofrecer
fundamentalmente lo retenido: Toma toda mi libertad , dirá San Ignacio de Loyola,
mi memoria, mi entendimiento y mi voluntad y dame para ello tu gracia y amor;
eso me basta. Dejar significa darse de lleno al Corazón de Cristo, que nos pide una
entrega absoluta, radical, no a medias.
Pero, ¿qué significa ser cristianos hoy, aquí y ahora? Ser cristianos jamás ha sido
fácil, y tampoco lo es hoy 2 . Seguir a Cristo exige valentía para hacer opciones
radicales, a menudo yendo contracorriente. San Agustín exclamaba: ¡Nosotros
somos Cristo! Los mártires y los testigos de la fe de ayer y de hoy, entre los cuales
se cuentan numerosos fieles laicos, demuestran que, si es necesario, ni siquiera
hay que dudar en dar la vida por Jesucristo. A este propósito, se nos invita a todos
a un serio examen de conciencia y a una continua renovación espiritual, para
1 Hans Urs von BALTHASAR, Tú tienes palabras de vida eterna pág.82ss. (Madrid 1998).
2 JUAN PABLO II, Homilía en la solemnidad de Cristo Rey, 26-11-2000.
realizar una acción misionera cada vez más eficaz. Casi al término del Año Santo de
1975, el Papa Pablo VI escribía en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi
aquella frase que tantas veces hemos recordado: El hombre contemporáneo
escucha más a gusto a los testigos que a los maestros (…), o si escucha a los
maestros es porque son testigos (41). Esas palabras tienen validez también hoy
para una humanidad rica en potencialidades y expectativas, pero amenazada por
múltiples insidias y peligros. Baste pensar, entre otras cosas, en las conquistas
sociales y en la revolución del campo genético; en el progreso económico y en el
subdesarrollo existente en vastas áreas del planeta; en el drama del hambre en el
mundo y en las dificultades existentes para tutelar la paz; en la extensa red de
comunicaciones y en los dramas de la soledad y de la violencia que registra la
crónica diaria.
Como testigos de Cristo, afirma Juan Pablo II, estamos llamados a llevar la luz
del Evangelio a los sectores vitales de la sociedad. Estamos llamados a ser profetas
de esperanza cristiana y apóstoles de Aquel que es y era y viene, el Omnipotente
( Ap 1,4).
La santidad es el adorno de tu casa, dice el Salmo 92. La santidad sigue siendo
para los creyentes el mayor desafío. Debemos estar agradecidos al Concilio
Vaticano II, que nos recordó que todos los cristianos están llamados a la plenitud
de la vida cristiana y a la perfección de la caridad. No tengáis miedo de aceptar
este desafío: ser hombres y mujeres santos. No podemos olvidar que los frutos del
apostolado dependen de la profundidad de la vida espiritual, de la intensidad de la
oración, de una formación constante y de una adhesión sincera a las directrices de
la Iglesia…
El Beato Federico Ozanam es una de las grandes figuras del catolicismo
francés del siglo XIX. Fue beatificado en Nôtre Dame de París en la Jornada Mundial
de la Juventud de 1997; celebramos hoy su memoria litúrgica. Su juventud
transcurre en Lyon, donde atraviesa una crisis religiosa superada cuando llega a
París e ingresa en la universidad. Allí, como antes en Lyon, tiene ocasión de
descubrir la miseria, material y moral, que existe en los grandes sectores de una
sociedad que se edifica fuera de la influencia cristiana.
Apenas cumplidos los veinte años y preocupado ya por la suerte de los pobres,
funda en París con seis compañeros la Sociedad de San Vicente de Paúl , organismo
laico de caridad que cuenta hoy con más de ochocientos mil miembros extendidos
por todo el mundo. Para defender la fe, Ozanam es el promotor de las famosas
conferencias cuaresmales de Nôtre Dame que inauguró el padre Lacordaire. Su
intensa actividad espiritual va unida a la vida normal de un laico.
En 1840, Ozanam se convierte, a los 27 años, en el profesor más joven de la
prestigiosa Sorbona. Al año siguiente se casa con Amelie Soulacroix; de esta unión
nacerá su única hija, Marie. Doctor en derecho y doctor en letras, historiador,
filósofo, literato y periodista, en una Francia revuelta y anticlerical, defiende con
claridad y valor el catolicismo. Optó por la democracia cristiana, por la organización
obrera, por la protección de las libertades civiles, políticas, religiosas. Sus
resonantes artículos en el periódico que fundó en 1848 sacuden la apatía de los
ricos a favor de los desheredados.
Qué ejemplo tan hermoso nos ofrece Ozanam. Justo cuando estos días nos
encontramos involucrados en una descalificación permanente contra la Iglesia
Católica en nuestra nación: l os medios de comunicación ocupando pretendidas
cátedras de moralidad. Y digo que es un ejemplo porque tantas veces hombres y
mujeres de nuestro entorno cristiano, con las mismas capacidades y los mismos
potenciales, meten la luz debajo de la mesa, porque les da miedo de que por su
medio Cristo alumbre al mundo.
Así se expresaba nuestro Sr. Obispo auxiliar, Don Juan José Asenjo , ayer mismo,
cuando al celebrar la solemnidad de Nuestra Señora del Prado de Talavera de la
Reina afirmaba:
A lo largo de este año, y muy especialmente en las últimas semanas, la
Iglesia en España, sus pastores y sus fieles estamos bebiendo el cáliz de la
humillación y el despojamiento como consecuencia de una avalancha
mediática que no cesa, absolutamente injusta, persistente y sistemática, que
nos hace recordar el estilo del más rancio y trasnochado anticlericalismo y en
la que se juega con medias verdades, cuando no con manifiestas falsedades.
En los últimos meses, cualquier ocasión es buena, aun la más esperpéntica,
para desacreditar a la Iglesia ante la opinión pública y para sembrar la
desconfianza de los fieles hacia sus pastores...
Efectivamente, hoy son muchos los hombres y mujeres que se consideran
cristianos y que dicen admirar e incluso amar a Jesucristo, pero prescinden
de la Iglesia, que para ellos es una atadura o una mediación innecesaria.
Como pastor de la Iglesia tengo el deber de deciros que ésta es una
postura absolutamente equivocada... La Iglesia es el medio querido por
Jesús para seguir presente entre nosotros y brindarnos su gracia y su
salvación. A pesar de todos sus fallos, fallos de la parte humana de la Iglesia
que somos todos nosotros, ella es la prolongación del Verbo encarnado.
Por esto a nosotros se nos presentan tareas y metas que pueden parecernos
desproporcionadas; podemos creer que no nos toca involucrarnos en estos
problemas, que sencillamente nos podemos posicionar para criticar o para pasar de
esas actitudes. Y, sin embargo, Jesús nos dice a través de la liturgia de la Iglesia:
El que comenzó en vosotros esta obra buena, Él la llevará adelante. Tenemos que
mantener fija la mirada en Cristo. No vale sólo ponerse al lado de los perseguidos,
aunque Jesucristo nos dijo: Lo que conmigo hicieron, con vosotros lo harán de la
misma manera. Tenemos que hacer de Cristo el corazón del mundo, el corazón de
nuestra nación. Es necesario que aquilatemos criterios de Evangelio; en primer
lugar, en nosotros mismos. No podemos caer en ese pasotismo del “todo vale”, del
no involucrarnos; es preciso ser altavoz de Cristo con nuestra vida.
Lo decíamos al principio: no se trata de ir de maestros, sino de ser testigos con
nuestra vida. Y esto es una obligación de todo bautizado. Se darán errores en
nosotros mismos, por nuestros pecados. La Iglesia -lo decía el Sr. Obispo Auxiliar-
la formamos hombres pecadores. Pero es necesario que cambiemos esos criterios
tan absolutistas que nos presentan los medios de comunicación, poniendo
argumentos que, además de ser falsos, están equivocados en la raíz. A nosotros
Cristo nos pide reconocer nuestros defectos y también una santidad absoluta y
completa, para ser en medio del mundo testigos de Dios vivo.
Tenemos que mantener, repito con el Papa, la mirada siempre fija en Jesús,
hacer de Él el corazón del mundo.
Y Tú, María, Madre del Redentor, la primera y perfecta discípula, ayúdanos a ser
sus testigos en este nuevo milenio. Haz que tu Hijo, Rey del universo y de la
historia, reine en nuestra vida, en nuestras comunidades y en el mundo entero.