XII D OMINGO DEL T IEMPO O RDINARIO
(Zac 12, 10-11; 13, 1; Sal 62; Gál 3, 26-29; Lc
9, 18-24)
L ECTURAS
« Derramaré sobre la dinastía de David y sobre
los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y
de clemencia. Aquel día, se alumbrará un
manantial , a la dinastía de David y a los
habitantes de Jerusalén, contra pecados e
impurezas.
Los que os habéis incorporado a Cristo por el
bautismo os habéis revestido de Cristo
-«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro tomó la palabra y dijo: - « El
Mesías de Dios
C ONTEMPLACIÓN
La bendición de Dios sobre la casa de David se ha realizado en Jesús. Él es el
manantial de agua viva, el torrente que mana del santuario y vuelve dulce las aguas
amargas. Jesús se presentará a Sí mismo como agua que salta hasta la vida eterna.
Los bautizados hemos sido lavados en el manantial que brota del costado de
Cristo, y gracias a Él hemos recibido la filiación divina. Nuestra carne es de la
naturaleza que Jesús llevó. Revestidos de Cristo invocamos a Dios como Padre. El
Espíritus Santo nos ha dejado reconocer a quien es la suprema revelación divina.
Como el discípulo Pedro, gracias a la fe que hemos recibido en el bautismo,
creemos en Jesucristo, Hijo de Dios, Mesías, nacido de María virgen, anunciado por los
profetas, nuestro Señor y Salvador.
Gracias a la fe, pertenecemos a la familia de Jesús, con todos los bautizados, y nos
gloriamos de ser miembros de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, hermanos de los santos.
Todas estas verdades se quedan como fórmulas vacías si no tocan el corazón, y
podemos especular con ellas, como hicieron los discípulos cuando Jesús les preguntó
quién decía la gente que era Él. Y de alguna manera intentaron esquivar la pregunta.
Solo cuando cada uno se siente ante los ojos del Señor que mira a los suyos, y
tiene que responder de manera insoslayable, como Simón Pedro, a la pregunta “Y tú,
¿quién dices que soy yo?, y confiesa “Tú eres el Cristo, Tú eres el Hijo de Dios vivo”,
solo entonces acontece en verdad gustar el don de la fe. En otro pasaje encontramos la
pregunta de Jesús al ciego de Siloé: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?» El respondió:
«¿Y quién es, Señor, para que crea en él?» Jesús le dijo: «Le has visto; el que está
hablando contigo, ése es». El entonces dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante él.
En la intimidad que te ofrece la lectura personal de esta reflexión, tú puedes
profesar con toda tu mente, fuerzas y amor: “Creo en Jesucristo”, y sentirás el privilegio
de ser creyente, y la necesidad de que otros lleguen al conocimiento de la Verdad.