DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO C
Zac 12,10-11; 13,1, Sal 62; Gal 3,26-29, Lc 9,18-24
Y sucedió que mientras él estaba orando a solas, se hallaban con él los discípulos y
él les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos respondieron: «Unos, que
Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había
resucitado.» Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro le contestó: «El
Cristo de Dios.» Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie. Dijo:
«El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos
sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día.» Decía a todos: «Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y
sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá pero quien pierda su vida
por mí, ése la salvará.
En este domingo XII del Tiempo Ordinario se nos plantea a través de la liturgia una
invitación a vivir la realidad diaria con una visión cristiana los acontecimientos.
Jesús en el evangelio nos dice: “…Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo, tome su cruz de cada día y sígame...”
Jesús se deja conocer como el Mesías y quiere que los discípulos reconozcan
realmente lo que significa su presencia. La muchedumbre no ha llegado todavía a
hacerse una idea exacta de la persona de Cristo. Cuando pregunta a los apóstoles,
éstos, que conocen los pensamientos del pueblo, se los refieren a Cristo. Pero el
Señor quiere provocar por su parte una reacción con respecto a sí mismo, entonces
es Pedro quien responde a la pregunta de Cristo: "…Y vosotros, ¿quién decís que
soy yo?...". La respuesta inmediata de Pedro es muy clara: "…El Cristo de Dios…". Y
nuevamente se produce aquí el mandato, por parte de Jesús, de no divulgar esta
verdad.
San Juan Cris￳stomo nos dice: ᆱ…Con toda oportunidad prohibi￳ el Se￱or a los
apóstoles que dijesen a alguien que Él era el Cristo, hasta que, quitados de en
medio los escándalos y consumado el sacrificio de la Cruz, se imprimiese
habitualmente en la mente de los oyentes la conveniente opinión de El. Pues lo que
una vez toma raíces y luego se arranca, apenas se sostiene alguna vez, si se planta
de nuevo. Mientras que lo que una vez plantado permanece, crece con facilidad.
Porque si Pedro se escandalizó solamente por lo que había oído, ¿qué hubiese
sucedido a los demás cuando hubiesen oído que Jesús era Hijo de Dios, y le
hubiesen visto después crucificado y escupido?...» (San Juan Crisóstomo in Mat.
hom. 55).
Jesús nos dirige también hoy a nosotros esta pregunta, "¿Quién dice la gente que
soy yo?", y este cuestionamiento tan actual, no viene tanto para examinarnos
doctrinalmente sino más bien para que reconozcamos qué lugar ocupa Él, Cristo, en
nuestra vida, qué papel ejerce en nuestra historia diaria su palabra, cómo
acogemos y asumimos sus enseñanzas de modo que quien nos ve mire en nosotros
a un cristiano. Cuando Felipe le pregunta: "muéstranos al Padre y nos basta no se
hace esperar la respuesta de Cristo: "Felipe quien me ve a mi ve al Padre".
En la palabra de este domingo se nos hace presente el misterio de la cruz, símbolo
y signo para la vida del creyente. Nos dice San Ambrosio: ᆱ…Cristo no quiso ser
glorificado. Y tú, que has nacido innoble, ¿quieres gloriarte? Además, no quería que
sus discípulos, rudos aún e imperfectos, fuesen oprimidos por la mole de tan
sublime predicación. Les prohíbe, pues, anunciarlo Hijo de Dios, a fin de que lo
anuncien después crucificado…ᄏ. Se hace presente entonces, el llamado a
olvidarnos de nuestros egoísmos y a cargar con la cruz de cada día, nos lleva
muchas veces a temer la vida cristiana, a pensar que puede complicarnos y
cambiar nuestros planes, tornando nuestra vida menos cómoda o placentera.
Aparece entonces el miedo a seguirle; esto porque consideraros el bienestar
material como criterio exclusivo de actuación, eliminando todo lo que suponga
esfuerzo. Así nos lo impone la sociedad actual, sin darnos cuenta que precisamente
intentar eliminar el sufrimiento nos conduce justamente a la tristeza y al vacío
existencial, porque no aceptamos que el sufrimiento o el dolor son también medios
para purificarnos y acrisolarnos en la fe. Esto es porque la alegría que se funda
únicamente en el placer se acaba rápidamente y, a medida que se avanza en edad
y se debilitan las facultades, se oscurece también ese bienestar o se torna más
precario o imposible, la misma existencia; entonces se experimenta una soledad de
muerte.
San Le￳n Magno dice: “…Que la fe de todos se afirme con la predicaci￳n del
Evangelio, y que ninguno sienta vergüenza de la Cruz de Cristo, por la cual el
mundo ha sido redimido. Que ninguno, por tanto, se lamente de sufrir por la
justicia, ni ponga en duda la recompensa prometida; porque es por el trabajo que
se llega al reposo, por la muerte que se lleva a la vida. Ya que Cristo ha aceptado la
debilidad de nuestra pobreza, si nosotros perseveramos en confesarlo y amarlo,
somos vencedores de lo que él ha vencido y recibimos lo que Él ha prometido…ᄏ
(San León Magno, homilías del Ev. de Lucas).
Como nos dice San Ambrosio, si queremos no temer la muerte, estemos donde está
Cristo, pues sólo quienes puedan estar con Cristo, serán los que no puedan gustar
la muerte. Del sentido propio de estas palabras puede deducirse que aquellos que
merecieron asociarse a Cristo, no experimentarán el menor contacto de la muerte.
Ciertamente ellos gustarán la muerte pasajera del cuerpo, pero poseerán la vida
permanente del alma. No se niega aquí la muerte del cuerpo, sino del alma. La cruz
es e trono donde Cristo ha subido para reinar y ser Señor de vivos y muertos.
Entonces hermanos nuestra vida está llamada a ser el trono para la gloria de Dios.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar