PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS
Plaza de San Pedro
Domingo 9 de junio de 2013
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El mes de junio está tradicionalmente dedicado al Sagrado Corazón de Jesús,
máxima expresión humana del amor divino. Precisamente el viernes pasado, en
efecto, hemos celebrado la solemnidad del Corazón de Cristo, y esta fiesta da el
tono a todo el mes. La piedad popular valora mucho los símbolos, y el Corazón de
Jesús es el símbolo por excelencia de la misericordia de Dios; pero no es un símbolo
imaginario, es un símbolo real, que representa el centro, la fuente de la que brotó
la salvación para toda la humanidad.
En los Evangelios encontramos diversas referencias al Corazón de Jesús, por
ejemplo en el pasaje donde Cristo mismo dice: «Venid a mí todos los que estáis
cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended
de mí, que soy manso y humilde de corazón» ( Mt 11, 28-29). Es fundamental,
luego, el relato de la muerte de Cristo según san Juan. Este evangelista, en efecto,
testimonia lo que vio en el Calvario, es decir, que un soldado, cuando Jesús ya
estaba muerto, le atravesó el costado con la lanza y de la herida brotaron sangre y
agua (cf. Jn 19, 33-34). Juan reconoce en ese signo, aparentemente casual, el
cumplimiento de las profecías: del corazón de Jesús, Cordero inmolado en la cruz,
brota el perdón y la vida para todos los hombres.
Pero la misericordia de Jesús no es sólo un sentimiento, ¡es una fuerza que da vida,
que resucita al hombre! Nos lo dice también el Evangelio de hoy, en el episodio de
la viuda de Naín ( Lc 7, 11-17). Jesús, con sus discípulos, está llegando
precisamente a Naín, un poblado de Galilea, justo en el momento que tiene lugar
un funeral: llevan a sepultar a un joven, hijo único de una mujer viuda. La mirada
de Jesús se fija inmediatamente en la madre que llora. Dice el evangelista Lucas:
«Al verla el Señor, se compadeció de ella» (v. 13). Esta «compasión» es el amor de
Dios por el hombre, es la misericordia, es decir, la actitud de Dios en contacto con
la miseria humana, con nuestra indigencia, nuestro sufrimiento, nuestra angustia.
El término bíblico «compasión» remite a las entrañas maternas: la madre, en
efecto, experimenta una reacción que le es propia ante el dolor de los hijos. Así nos
ama Dios, dice la Escritura.
Y ¿cuál es el fruto de este amor, de esta misericordia? ¡Es la vida! Jesús dijo a la
viuda de Naín: «No llores», y luego llamó al muchacho muerto y le despertó como
de un sueño (cf. vv. 13-15). Pensemos esto, es hermoso: la misericordia de Dios da
vida al hombre, le resucita de la muerte. El Señor nos mira siempre con
misericordia; no lo olvidemos, nos mira siempre con misericordia, nos espera con
misericordia. No tengamos miedo de acercarnos a Él. Tiene un corazón
misericordioso. Si le mostramos nuestras heridas interiores, nuestros pecados, Él
siempre nos perdona. ¡Es todo misericordia! Vayamos a Jesús.
Dirijámonos a la Virgen María: su corazón inmaculado, corazón de madre,
compartió al máximo la «compasión» de Dios, especialmente en la hora de la
pasión y de la muerte de Jesús. Que María nos ayude a ser mansos, humildes y
misericordiosos con nuestros hermanos.