PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS
Plaza de San Pedro
Domingo 2 de junio de 2013
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El jueves pasado hemos celebrado la fiesta del Corpus Christi , que en Italia y en
otros países se traslada a este domingo. Es la fiesta de la Eucaristía, Sacramento
del Cuerpo y Sangre de Cristo.
El Evangelio nos propone el relato del milagro de los panes ( Lc 9, 11-17); quisiera
detenerme en un aspecto que siempre me conmueve y me hace reflexionar.
Estamos a orillas del lago de Galilea, y se acerca la noche; Jesús se preocupa por la
gente que está con Él desde hace horas: son miles, y tienen hambre. ¿Qué hacer?
También los discípulos se plantean el problema, y dicen a Jesús: «Despide a la
gente» para que vayan a los poblados cercanos a buscar de comer. Jesús, en
cambio, dice: «Dadles vosotros de comer» (v. 13). Los discípulos quedan
desconcertados, y responden: «No tenemos más que cinco panes y dos peces»,
como si dijeran: apenas lo necesario para nosotros.
Jesús sabe bien qué hacer, pero quiere involucrar a sus discípulos, quiere
educarles. La actitud de los discípulos es la actitud humana, que busca la solución
más realista sin crear demasiados problemas: Despide a la gente —dicen—, que
cada uno se las arregle como pueda; por lo demás, ya has hecho demasiado por
ellos: has predicado, has curado a los enfermos... ¡Despide a la gente!
La actitud de Jesús es totalmente distinta, y es consecuencia de su unión con el
Padre y de la compasión por la gente, esa piedad de Jesús hacia todos nosotros:
Jesús percibe nuestros problemas, nuestras debilidades, nuestras necesidades.
Ante esos cinco panes, Jesús piensa: ¡he aquí la providencia! De este poco, Dios
puede sacar lo necesario para todos. Jesús se fía totalmente del Padre celestial,
sabe que para Él todo es posible. Por ello dice a los discípulos que hagan sentar a la
gente en grupos de cincuenta —esto no es casual, porque significa que ya no son
una multitud, sino que se convierten en comunidad, nutrida por el pan de Dios.
Luego toma los panes y los peces, eleva los ojos al cielo, pronuncia la bendición —
es clara la referencia a la Eucaristía—, los parte y comienza a darlos a los
discípulos, y los discípulos los distribuyen... los panes y los peces no se acaban, ¡no
se acaban! He aquí el milagro: más que una multiplicación es un compartir,
animado por la fe y la oración. Comieron todos y sobró: es el signo de Jesús, pan
de Dios para la humanidad.
Los discípulos vieron, pero no captaron bien el mensaje. Se dejaron llevar, como la
gente, por el entusiasmo del éxito. Una vez más siguieron la lógica humana y no la
de Dios, que es la del servicio, del amor, de la fe. La fiesta de Corpus Christi nos
pide convertirnos a la fe en la Providencia, saber compartir lo poco que somos y
tenemos y no cerrarnos nunca en nosotros mismos. Pidamos a nuestra Madre María
que nos ayude en esta conversión para seguir verdaderamente más a Jesús, a
quien adoramos en la Eucaristía. Que así sea.