PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS
Plaza de San Pedro
Solemnidad de la Santísima Trinidad
Domingo 26 de mayo de 2013
Queridos hermanos y hermanas:
¡Buenos días! Esta mañana he realizado mi primera visita a una parroquia de la
diócesis de Roma . Doy gracias al Señor y os pido que oréis por mi servicio pastoral
a esta Iglesia de Roma, que tiene la misión de presidir en la caridad universal.
Hoy es el domingo de la Santísima Trinidad. La luz del tiempo pascual y de
Pentecostés renueva cada año en nosotros la alegría y el estupor de la fe:
reconocemos que Dios no es una cosa vaga, nuestro Dios no es un Dios «spray», es
concreto, no es un abstracto, sino que tiene un nombre: «Dios es amor». No es un
amor sentimental, emotivo, sino el amor del Padre que está en el origen de cada
vida, el amor del Hijo que muere en la cruz y resucita, el amor del Espíritu que
renueva al hombre y el mundo. Pensar en que Dios es amor nos hace mucho bien,
porque nos enseña a amar, a darnos a los demás como Jesús se dio a nosotros, y
camina con nosotros. Jesús camina con nosotros en el camino de la vida.
La Santísima Trinidad no es el producto de razonamientos humanos; es el rostro
con el que Dios mismo se ha revelado, no desde lo alto de una cátedra, sino
caminando con la humanidad. Es justamente Jesús quien nos ha revelado al Padre
y quien nos ha prometido el Espíritu Santo. Dios ha caminado con su pueblo en la
historia del pueblo de Israel y Jesús ha caminado siempre con nosotros y nos ha
prometido el Espíritu Santo que es fuego, que nos enseña todo lo que no sabemos,
que dentro de nosotros nos guía, nos da buenas ideas y buenas inspiraciones.
Hoy alabamos a Dios no por un particular misterio, sino por Él mismo, «por su
inmensa gloria», como dice el himno litúrgico. Le alabamos y le damos gracias
porque es Amor, y porque nos llama a entrar en el abrazo de su comunión, que es
la vida eterna.
Confiemos nuestra alabanza a las manos de la Virgen María. Ella, la más humilde
entre las criaturas, gracias a Cristo ya ha llegado a la meta de la peregrinación
terrena: está ya en la gloria de la Trinidad. Por esto María nuestra Madre, la Virgen,
resplandece para nosotros como signo de esperanza segura. Es la Madre de la
esperanza; en nuestro camino, en nuestra vía, Ella es la Madre de la esperanza. Es
la madre que también nos consuela, la Madre de la consolación y la Madre que nos
acompaña en el camino. Ahora recemos a la Virgen todos juntos, a nuestra Madre
que nos acompaña en el camino.