XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Y para ustedes, ¿quién soy yo?
Un día Jesús se había apartado un poco para orar, pero sus discípulos estaban con
él. Entonces les preguntó: -Según el parecer de la gente, ¿quién soy yo? Ellos
contestaron: -Unos dicen que eres Juan Bautista, otros que Elías, y otros que eres
alguno de los profetas antiguos que ha resucitado. Entonces les preguntó: -Y
ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Pedro respondió: -Tú eres el Cristo de Dios.
Jesús les hizo esta advertencia: - No se lo digan a nadie. Y les decía: -El Hijo del
Hombre tiene que sufrir mucho y ser rechazado por las autoridades judías, por los
jefes de los sacerdotes y por los maestros de la Ley. Lo condenarán a muerte, pero
tres días después resucitará. También Jesús decía a toda la gente: -Si alguno
quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y
que me siga. Les digo: el que quiera salvarse a sí mismo, se perderá; y el que
pierda su vida por causa mía, se salvará. (Lc 9,18-24).
Para los discípulos -y para nosotros- resulta más fácil creer lo ventajoso que lo
costoso. El Maestro sondea si la fe de los discípulos se centra en un reino mesiánico
terreno, o bien en la misión salvadora del Mesías a favor de ellos y de la humanidad
mediante la cruz.
Resulta fácil creer en Jesús como profeta, líder, amigo que nunca falla…; pero no
tanto cuando nos propone las condiciones para compartir su misión salvadora: “Si
alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada
día y que me siga” (Lc 9, 23). Entonces, ᄀcuánta incredulidad, cuántos abandonos y
seguimientos aparentes!
Sin embargo, tiene que llenarnos de alegría el saber que estamos obrando nuestra
salvación y la de otros si cargamos nuestra cruz unidos a Jesús. “Quien está unido
a mí, produce mucho fruto” (Jn 15, 5). Frutos de salvación para nosotros mismos y
para nuestra parcela de salvación.
Es fácil buscar excusas y componendas a la hora de emprender el único camino que
lleva a la gloria eterna: la cruz salvadora de cada día, cargada tras Él con fe, amor
y esperanza, convencidos de que “la cruz es el camino; la resurrección, el destino”.
Ésa es nuestra dicha eterana.
Tener ante los ojos su resurrección y la nuestra, le dio a Jesús el coraje para cargar
la cruz y entregar su vida por nosotros. Lo mismo les sucedió a todos los que se
han salvado, se salvan y se salvarán. Centrémonos más en la resurrección y la
gloria, que en el sufrimiento y la muerte.
El éxito total de nuestra vida está en ponerla en manos de Dios por nuestra
salvación y la de muchos otros, y así asegurarla para la eternidad. Pero si nos
encerramos en el egoísmo, esquivando la cruz salvadora de cada día, perderemos
la vida para siempre.
La pregunta de Jesús: “Quién dice la gente que soy yo?”, es tan actual para
nosotros como lo fue para sus discípulos. ¿Qué representa Jesucristo en mi vida,
trabajo, sufrimientos, familia, alegrías? Creo en su promesa: “Estoy con ustedes
todos los días”? (Mt 28, 20). Le dirijo la palabra como a persona viva y presente a
mi lado y en mí?
Padre Jesús Álvarez, ssp