Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
Seguir a Cristo
Las últimas palabras de Jesús en el evangelio de San Juan, fueron: “Tú, sígueme”. El
seguimiento indica dinamismo, movimiento, adhesión, todo lo contrario a permanecer
simples espectadores aferrados a las seguridades temporales o ideológicas. Parece que la
historia de los reyes magos, venidos de oriente guiados por una estrella hasta la cueva
de Belén, cobra vida en cada uno de nosotros, porque Cristo siempre se cruza en nuestro
camino y nos llama a su seguimiento.
De camino a Jerusalén, Jesús se encuentra con tres personajes. Uno le dijo: “Te seguiré
adonde vayas”, pensando que gozaría de un tipo de reino bien consolidado, por eso
Jesús le contestó: “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del
hombre no tiene d￳nde reclinar la cabeza”. Los otros dos también quisieron seguir al
Maestro, pero anteponiendo sus condiciones, “te seguiré, pero antes déjame que…” (Lc
9,57).
El seguimiento de Cristo es de carácter universal, ese “Tú, sígueme” no s￳lo fue
dirigido a Pedro, sino que se prolonga en el tiempo y continúa interpelando a cada
hombre. Seguir significa caminar juntos, confiar en aquél que me guía, no ir delante ni
detrás, sino avanzar al paso de la gracia. Por la fe sabemos que “aunque camine por
valles oscuros, nada temo, porque Tú vas conmigo” (Sal 23).
¿Pero a dónde voy a ir si tengo familia, trabajo y miles de compromisos irrenunciables?
El seguimiento es una respuesta a la gracia en el propio estado de vida. Nos puede venir
la tentación de querer conocer de antemano el camino, como le sucedió a Tomás en la
última cena: “Se￱or, no sabemos a d￳nde vas, ¿c￳mo podemos conocer el camino? (Jn
14,5) Dios va dando la gracia a cada momento, no se anticipa, por eso hay que tener
paciencia y saber que cada instante es una respuesta. Nos impacientamos con gran
facilidad y la espera resulta mucho más pesada en los momentos de cruz, de dolor,
cuando no se puede hacer otra cosa que esperar, pero Dios no nos desampara y nos da la
fuerza para seguir luchando.
Nos sucede lo mismo que a Elías cuando la perversa reina Jezabel lo amenazó de
muerte. Elías lleno de miedo huyó para salvar su vida. Al llegar al desierto caminó un
día y al final se sentó bajo una retama y se deseó la muerte diciendo: “¡Basta ya, Señor!
Quítame la vida”. Se tumbó y se quedó dormido, pero un ángel lo tocó y le dijo:
“Levántate y come”. Elías miró una hogaza y un vaso de agua. Comió, bebió y se volvió
a quedar dormido. El ángel lo tocó de nuevo y le dijo: “Levántate que te queda todavía
un camino largo” (I Rey 19,1) ¡Cuántas veces nos sentimos desfallecer!, pero Dios nos
da la gracia para levantarnos y caminar cada jornada hasta el final del sendero.
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