XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Para vivir en libertad Cristo nos ha liberado
Acabo de regresar de Tierra Santa con un grupo de sacerdotes de la Diócesis de El
Alto (Bolivia) presididos por el Arzobispo de Sucre y anterior Obispo de aquella
Diócesis, Monseñor Jesús Juarez. Ha sido una experiencia muy hermosa. Siguiendo
las huellas de Jesús, por los caminos de Galilea hasta Jerusalén, hemos recorrido la
tierra del Señor, nos hemos dejado interpelar por su palabra y nos hemos dejado
transformar por su Espíritu para unirnos más a Jesucristo, Sumo Sacerdote de la
Nueva Alianza. Y hemos profundizado su mensaje para encontrar la alegría y la
libertad del discipulado radical, que hemos celebrado siempre en la Eucaristía. Le
damos gracias a Dios por todos los dones recibido durante estos días y que nos han
permitido avivar con entusiasmo nuestra entrega al Señor en la vida sacerdotal al
servicio del Reinado de Dios y su justicia.
Un aspecto fundamental de la vida cristiana y sacerdotal es la experiencia de la
libertad. La Carta a los Gálatas es un anuncio de la libertad total de los hijos de
Dios. Hasta tres veces se repite en la carta la vocación cristiana a la libertad como
resultado inmediato de la acción de Cristo en nuestra vida: “Para la libertad nos
liberó el Mesías” (Gal 5,1.13). Con esta declaración fundamental de la identidad
cristiana Pablo invita a vivir en el amor al prójimo. Es éste un don del Espíritu de
Dios que capacita a los seres humanos para superar todo tipo de dependencias y
esclavitudes, de pasiones y bajos instintos. Asimismo la vocación a la libertad tiene
su instancia más profunda en la conciencia humana y permite afrontar con dignidad
cualquier amenaza contra la misma en el ámbito personal, social o político,
capacitando a las personas incluso para romper con todo tipo de normas y leyes
que vulneren la dignidad de las personas o atenten contra los derechos
fundamentales de los individuos o de los pueblos.
En la Carta a los Gálatas la declaración de la libertad es una consecuencia del
rescate llevado a cabo por Cristo en la Cruz y se otorga como una gracia divina a
toda persona para que viva en el amor verdadero. Es una de las consecuencias de
la Nueva Alianza entre Dios y los hombres de la cual Jesucristo es el mediador.
Desde el estatuto básico de la libertad se puede entender la radical novedad de la
vida cristiana, no sujeta a ningún tipo de esclavitud o servidumbre, ni de ninguna
connivencia el mal. Pero aquellos que son conscientes del origen de esta libertad
pueden vivir además las consecuencias más significativas de la misma: la fidelidad
al Dios que trasciende toda norma y criterio humano, el amor, como el de Cristo,
hasta dar la vida, y el anclaje en la verdad que sostiene la alegría. Esta categoría
de la libertad del espíritu se hace presente en el talante profético de los discípulos y
misioneros cristianos.
Un momento clave del Evangelio de Lucas es la decisión de Jesús de emprender el
camino ascendente a Jerusalén (Lc 9,51-62). Es el camino de encumbramiento,
pero comienza como un camino de rechazo y de desprecio, que culminará en la
cruz. Y es que el Mesías tenía que sufrir esto para entrar en su gloria, pues de esa
manera va a mostrar el amor decidido que apuesta sin condiciones por el Reino de
Dios y la salvación de los hombres, por la libertad liberadora. En medio del dolor,
más aún en medio del sufrimiento injusto, el Hijo del Hombre ha decidido mostrar
el amor a fondo perdido como camino de liberación de la humanidad.
Jesús quiere contar con sus discípulos para llevar a cabo esta obra. Los
comportamientos predicados y encarnados por Jesús fueron asumidos y
desarrollados por los cristianos generando un estilo de vida nuevo y un mundo de
valores totalmente diferentes. La ruptura con las normas familiares como exigencia
del seguimiento, el rechazo de la propia familia y de los bienes desde la radicalidad
en el seguimiento de Jesús, la inversión de los valores patente en las
bienaventuranzas relativas a la pobreza, al hambre y al sufrimiento, la renuncia a la
violencia y el amor a los enemigos, así como la vida marginal inherente a la misión,
constituyen los aspectos básicos de la conducta de Jesús y de sus seguidores.
Entre los dichos del Evangelio resultan desconcertantes las propuestas de este
domingo para el seguimiento radical: la renuncia al domicilio propio en una opción
por la pobreza semejante a la del mismo Jesús, la prioridad dada al anuncio del
Reino por encima del sagrado deber familiar de atender al padre en sus últimos
días hasta enterrarlo y la absoluta libertad en la disponibilidad personal para el
Reino por encima de cualquier consideración familiar, son exigencias de radicalidad
profética colmada por Jesús en su llamamiento a los discípulos. Eso era romper
totalmente con las normas sociales vigentes en la cultura de su entorno. La vida
del discípulo comporta, pues, un cambio de valores desde las categorías
evangélicas y conlleva la capacidad de renuncia y de sacrificio para trabajar con
total disponibilidad por la causa del Reino de Dios y su justicia en una libertad
plena. Libertad radical y pobreza van íntimamente unidas en la vida del discípulo.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura.