Un forcejeo arriesgado
Abraham es el prototipo de amigo de Dios. Así lo resalta el Salmista. Y sólo porque es
tan honda esta amistad, puede darse semejante forcejeo como el que nos relata la
primera lectura. Abraham no se iguala a Dios. Él conoce su realidad: “Polvo y ceniza”.
Y acepta la de Dios: “Mi Señor”. Desde estos dos extremos parte el encuentro amistoso.
Abraham no va a pedir nada. Va sólo de mediador. Sabe el lenguaje de la confianza.
Sabe que Dios perdona y que es Misericordia. Las matemáticas de Abraham se quedan
cortas por lo temerarias que son. Incluso, para en diez, cuando en el corazón de Dios
uno solo basta. Así lo dice Pablo: En Jesús se centra todo el proyecto de salvación. Uno
solo fuera de los justos de Abraham. Tampoco Él se contaba entre los diez.
En dos parábolas tomadas de la vida corriente, Jesús nos plantea la oración de petición.
También es un amigo quien toca a las puertas del amigo. Es que la oración es asunto de
amistad. Y viene el forcejeo. Se trata del amigo inoportuno que llega cuando todo está
cerrado, pareciera que todo, menos el corazón. Ante la insistencia, Dios mismo se
doblega. Ahí no hay límites ni horarios.
Entre amigos nos damos lo mejor. No hay réplica, no hay otra opción. Ni posibilidad de
engaño. Dios nos da lo mejor. Lo que Él es, lo que El puede darnos: Su amor. Y ese
amor lo derrama en nuestros corazones en la más absoluta gratuidad al darnos su
Espíritu. Y con su Espíritu lo tenemos TODO. Este todo es la plenitud de la vida en
Dios.
Cochabamba 28.07.13
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com