XIII Semana del Tiempo Ordinario. (Año Impar)
Viernes
Padre Julio González Carretti O.C.D
Lecturas bíblicas
a.- Gn. 23, 1-4. 19; 24,1-8. 62-67: Isaac amó a Rebeca.
b.- Mt. 9, 9-13: Vocación de Leví y comida con los pecadores.
Este evangelio nos presenta la vocación de Leví (v.9), y la disputa de los fariseos
con Jesús acerca de su relación con publicanos y pecadores, en el ambiente de una
comida (vv.10-13). El evangelista en pocas palabras, nos narra esta vocación: Leví
estaba sentado a la mesa de los impuestos y obedece el mandato de Cristo de
seguirle. Ser publicano, venía a decir, que era un pecador público, proscritos de la
sociedad judía por su oficio, trabajaban para Roma, cobrando el impuesto para el
emperador. Tenían fama de ladrones. Pero el centro de gravedad del relato está en
las palabras de Jesús: “Sígueme” (v.9). Exigencia que viene del Maestro,
inapelable, por cierto; posee ese llamado el mismo tono de cuando Yahvé llamaba
en al AT. Jesús llama a una misión y ésta justifica el llamado, sin méritos previos,
como había hecho Yahvé al elegir a Israel, su pueblo. La respuesta está a la misma
altura de la llamada, puesto que es obediencia inmediata, generosa, dada en plena
libertad. Se trata de la obediencia a la fe. La segunda parte del relato (vv.10-13),
nos presenta a Jesús, siendo causa de escándalo, para los fariseos al verlo
comiendo, con publicanos y pecadores públicos. ¿Cómo podía el joven rabino de
Nazaret, estar en medio de esa gente? Presentan sus inquietudes a los apóstoles
(v.11). Si Jesús está preocupado de los pecadores, como el mismo Dios lo está, el
Maestro se hace uno de ellos al estar en su compañía, si se sigue la lógica farisaica
(cfr. Rm. 6,1). No se trata de ser pecador, ni glorificar el pecado, lejos semejante
razonamiento; lo que quiere Jesús, es perdonar al pecador, liberarlo de ese estado.
Lo que hace Jesús, es salvar al pecador y condenar el pecado, el hombre pecador
no es un enemigo, como hacían los fariseos de ayer y de hoy. No lo excomulga de
la sociedad, ni de la unión con Dios, sino que le abre un camino de regreso a la
sociedad y a la casa de Dios. Jesús ama a justos y pecadores, pero éstos lo
necesitan más, de ahí su gran preocupación (cfr. Lc.19,1-10). Pero serán
precisamente los justos, quienes creían tener su propia justicia, la que viene de la
Ley, los que lo rechazaron, pues no lo necesitaban, pues ignorantes de su
enfermedad, no creían tener necesidad de médico (v.12; cfr. Flp. 3,6). La cita que
hace Jesús, dirigida a los fariseos es dura: “Misericordia quiero, que no sacrificio
porque no he venido a llamar a justos sino a pecadores” (v. 13; Os. 6,6), porque
les manda a aprender qué significa esa sentencia, a ellos que eran expertos en
interpretar las Escrituras. Si partimos por considerar que todos somos pecadores
ante Dios y los hermanos, no podemos sino agradecer el llamado que nos ha hecho
el Señor Jesús a ser sus discípulos, como Mateo, sino que también como comunidad
eclesial y en forma personal, vivir la obediencia a la fe que hemos recibido. El
Sacramento de la Reconciliación puede hacer mucho en ese sentido de tomar
conciencia del propio pecado y acoger la misericordia de Dios en la propia
existencia.
Como otras tantas otras veces, Teresa de Jesús, ora la Palabra y el resultado son
estas exclamaciones de un alma enamorada y confiada. “¡Oh, qué recia cosa os
pido, verdadero Dios mío; que queráis a quien no os quiere, que abráis a quien no
os llama, que deis salud a quien gusta de estar enfermo y anda procurando la
enfermedad! Vos decís, Señor mío, que venís a buscar a los pecadores (Mt. 9, 13);
éstos, Señor, son los verdaderos pecadores; no miréis nuestra ceguedad, mi Dios,
sino a la mucha sangre que derramó vuestro Hijo por nosotros; resplandezca
vuestra misericordia en tan crecida maldad; mirad, Señor, que somos hechura
vuestra; válganos vuestra bondad y misericordia” (Excl. 8,3).