Ciclo C: XIII Domingo del Tiempo Ordinario
Antonio Elduayen, C.M.
Queridos amigos
¿Creen ustedes que se pueden unir tolerancia y radicalidad? ¿Ser al mismo tiempo
tolerante y radical? En su evangelio, Lucas (9, 51-62) nos muestra que sí y que
Jesús fue al mismo tiempo tolerante y radical. Tolerante y comprensivo para con los
demás y exigente y radical para consigo mismo y para con sus seguidores.
En relación con la tolerancia, Lucas nos cuenta cómo, subiendo Jesús de Galilea a
Jerusalem y llevando prisa, quiso alcorzar pasando por Samaría, Región intermedia
y enemiga de los judíos. Como era de esperarse no se lo permitieron, con la
consiguiente indignación de sus apóstoles, que le propusieron hacer bajar fuego del
cielo y acabar con ellos. No sé cómo hubiéramos reaccionado nosotros, pero sí sé
cómo reaccionó Jesús poniendo en práctica su ley de la no violencia (Mt 5,38-41):
tranquilos, les dijo, vámonos por otra parte.
Esta actitud de Jesús contrasta con sus exigencias, rayanas en radicalidad, para con
quienes quieren seguirle. Y que ejemplariza en tres individuos. Podremos dar
variadas interpretaciones sobre lo que Jesús les exige y podremos decir que lo que
intenta es sólo poner de relieve, por contraste, que hay que estar con Jesús por
encima de todas las cosas… El texto de Lucas 14, 25-27 apuntaría en esta última
dirección. Pero sin soslayar ni minimizar las exigencias del seguimiento de Jesús.
Ante todo y dado el caso, el discípulo ha de saber vivir alegremente con lo mínimo,
como Jesús que a veces no tenía donde reclinar la cabeza para dormir. Luego ha de
saber vivir desprendido de todo afecto desordenado y/o absorbente. El discípulo del
Señor, que es también un apóstol o misionero, no puede darse el lujo de pasarse
quince días o más celebrando un entierro, como era la costumbre de los judíos.
¡Hay tanto que hacer y la gente nos está esperando! Finalmente, ha de saber
comprometerse con todo el alma y para siempre, lo que Jesús expresa con una
frase famosa: “el que pone la mano en el arado y mira hacia atrás no vale para el
reino de Dios” (Lc 9, 62)
Lo que Jesús dice y pide de sus seguidores debe hacernos pensar. No es fácil ser un
buen seguidor o discípulo misionero de Jesús. Es ciertamente un honor y un
privilegio, pero no es fácil, sobre todo cuando no hay mucho amor. Tiene su costo,
que no siempre estamos dispuestos a pagar. Jesús lo puso de este modo: “El que
no carga con su propia cruz para luego seguirme, no puede ser mi discípulo. (Lc
14,27). Es decir, no se puede ser su discípulo si antes no se está dispuesto a
asumir la propia vocación e historia, no importa cuán difíciles sean. Sólo entonces
se le podrá seguir… Que no nos desanimen las dificultades inherentes al
seguimiento del Señor, pues son señales de que vamos con El.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)