XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Transigencia contra intransigencia
Como ya se acercaba el tiempo en que sería llevado al cielo, Jesús emprendió
resueltamente el camino a Jerusalén. Envió mensajeros delante de él, que fueron y
entraron en un pueblo samaritano para prepararle alojamiento. Pero los
samaritanos no lo quisieron recibir, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto sus
discípulos Santiago y Juan, le dijeron: - Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego
del cielo que los consuma? Pero Jesús se volvió y los reprendió. (Lc. 9,51-62).
Jesús sube hacia Jerusalén decidido a morir por la salvación de todos los hombres,
por ti y por mí; incluidos los samaritanos, que le niegan hospedaje.
Los discípulos caen en la intransigencia y en el ancestral desprecio mutuo entre los
judíos y los samaritanos. Su actitud violenta no tiene nada que ver con Cristo ni con
su misión redentora y de misericordia.
Jesús ha venido para salvar, no para condenar; para abatir las barreras que
separan a los hombres, no para destruir a los hombres; para ser exigente, pero no
intransigente; para promover el perdón y la paz, y no la violencia. Ha venido para
usar el poder de Dios en favor de los hombres, no en contra de ellos.
También nosotros, como cristianos, imitadores de Cristo, estamos invitados usar
misericordia como Jesús, y no a condenar, como solemos hacer fácilmente,
cerrándonos al perd￳n de Dios: “Si ustedes no perdonan, no serán perdonados (Mt
6, 14); “De la misma manera que ustedes juzguen, serán juzgados” (Mt 7, 2).
Jesús es indulgente incluso con sus enemigos, pero es exigente con sus seguidores:
“Si alguien quiere ser discípulo mío, tome su cruz cada día y me siga” (Mc 8, 34).
“No pueden servir a dos se￱ores: a Dios y al dinero” (Mt 6, 24). “Quien ama a su
padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí” (Mt 10, 37).
El Maestro no es exigente por gusto, sino porque quiere para los suyos lo mejor: “El
ciento por uno en la tierra y luego y la vida eterna” (Mt 19,29); y eso tan s￳lo con
la exigencia se puede alcanzar. Quiere que lo sigan al calvario, porque ése es el
camino real de la resurrección y de la gloria eterna. No hay otro.
Pero no se trata de que el cristiano piense y viva sólo en el tormento de la cruz,
sino sobre todo en una vida pascual gozosa con Cristo Resucitado y presente, que
alivia la cruz y da a nuestro calvario el esplendor de la resurrección y de la gloria
eterna. Así vale la pena cargar tras Él la cruz de cada día.
Padre Jesús Álvarez, ssp