EVANGELIO DEL DIA
¿ Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna. Jn 6, 68
viernes 05 Julio 2013
Viernes de la decimotercera semana del tiempo ordinario
Libro de Génesis 23,1-4.19.24,1-12.15-16.23-25.32-34.37-38.57-59.61-67.
Sara murió a la edad de ciento veintisiete años
en la ciudad de Kiriat-Arbe —o sea, Hebrón—, en el país de Canaán. Abraham hizo
duelo por ella y la lloró.
Dejando el lugar donde estaba el cuerpo, Abraham dijo a los hititas:
«Yo no soy más que un forastero en medio de ustedes. Denme una tierra en medio
de ustedes, para que sea mía y pueda enterrar a mi difunta.»
Después Abraham sepultó a Sara, su mujer, en la cueva que está en el campo de
Macpelá, frente a Mambré, en Canaán.
Abraham era ya un anciano muy avanzado en edad, y Yavé le había favorecido en
todo.
Abraham dijo a su servidor más antiguo, que era su mayordomo: «Pon tu mano
bajo mi muslo,
y júrame por Yavé, Dios del cielo y de la tierra, que no tomarás para mi hijo una
mujer de raza cananea, pues vivo en medio de éstos,
sino que irás a mi país, a buscar entre mi parentela una mujer para mi hijo Isaac.»
El servidor le respondió: «Y si la mujer no quiere venir conmigo a esta tierra,
¿tendré que llevar a tu hijo a la tierra de donde saliste?»
Abraham le contestó: «Por ningún motivo llevarás allá a mi hijo.
Pues Yavé, Dios del cielo y de la tierra, que me sacó de la familia de mi padre y del
país donde nací, me prometió con juramento que entregaría este país a mis
descendientes. Y enviará a su Angel delante de ti, para que traigas de allá una
mujer para mi hijo.
Si la mujer no quiere seguirte, quedarás libre de este juramento. Pero en ningún
caso llevarás para allá a mi hijo.»
El mayordomo colocó su mano debajo del muslo de su patrón Abraham, y le juró
que cumpliría este encargo.
Luego el servidor escogió diez camellos entre los de su patrón y se puso en marcha,
llevando todo lo mejor que poseía Abraham. Y caminó hasta alcanzar la ciudad de
Najor, en el país de Aram.
Era ya tarde, la hora en que las mujeres salen a buscar agua al pozo; hizo arrodillar
a los camellos junto al pozo, en las afueras de la ciudad.
Entonces el mayordomo oró así: «Yavé, Dios de mi patrón Abraham, haz que me
vaya bien hoy y muestra tu benevolencia para con mi patrón Abraham.
No había terminado de orar, cuando salió Rebeca con su cántaro al hombro. Era la
hija de Batuel, el hijo de Milcá, esposa de Najor, hermano de Abraham.
La joven era muy bella y aún virgen, pues no había tenido contacto con ningún
hombre. Bajó a la fuente, llenó el cántaro y subió.
Y le dijo: «Dime, por favor, ¿de quién eres hija? ¿Habrá lugar en la casa de tus
padres para pasar la noche?»
Ella le respondió: «Soy hija de Batuel, el hijo que Milcá le dio a Najor.»
Y prosiguió: «Tenemos paja y forraje en abundancia, y también hay lugar para
pasar la noche.»
Entonces el hombre entró en la casa y desensilló los camellos. Dieron paja y forraje
a los camellos, y a él y sus acompañantes les trajeron agua para que se lavaran los
pies.
Después les ofrecieron comida. Pero él dijo: «No comeré hasta que no diga lo que
tengo que decir.» Labán le dijo: «Habla.»
Entonces empezó a decir: «Yo soy servidor de Abraham.
Mi patrón me hizo jurar y me ordenó: «No buscarás esposa para mi hijo de entre
las mujeres cana neas, en cuyo país vivo,
sino que irás a la tierra de mi padre y buscarás en mi familia una esposa para mi
hijo.»
Ellos le dijeron: «Llamemos entonces a la joven y pidámosle su parecer.»
Llamaron a Rebeca y le preguntaron: «¿Quieres irte con este hombre?» Contestó:
«Sí, me voy.»
Entonces dejaron partir a su hermana Rebeca y a su nodriza con el servidor de
Abraham y sus hombres.
Entonces se levantó Rebeca con sus criadas, montaron en los camellos y siguieron
a los hombres. Fue así como el servidor de Abraham se llevó a Rebeca.
Isaac acababa de volver del pozo de Lajay-Roi, pues estaba viviendo en el Negueb.
Al atardecer, como salía a dar un paseo por el campo, vio que se acercaban unos
camellos.
También Rebeca divisó a Isaac, y al verlo se bajó del camello.
Preguntó al mayordomo: «¿Quién es aquel hombre que viene por el campo a
nuestro encuentro?» Le respondió: «Es mi patrón.» Ella entonces tomó su velo y se
cubrió el rostro.
El mayordomo contó a Isaac, todo lo que había hecho.
Isaac llevó a Rebeca a la tienda que había sido de su madre Sara. La hizo suya y
fue su esposa. La amó y así se consoló por la muerte de su madre.
Salmo 106(105),1-2.3-4a.4b-5.
¡Aleluya! Den gracias al Señor porque él es bueno, porque su amor perdura para
siempre.
¿Quién contará las hazañas del Señor y hará que oigamos toda su alabanza?
¡Felices los que respetan el derecho y practican la justicia en todo tiempo!
Acuérdate de mí, Señor, tú que amas a tu pueblo, que tu visita traiga tu salvación.
¡Que veamos la dicha de tus elegidos, nos alegremos con el gozo de tu pueblo y
nuestro orgullo sea el de tu familia!
Evangelio según San Mateo 9,9-13.
Jesús, al irse de allí, vio a un hombre llamado Mateo en su puesto de cobrador de
impuestos, y le dijo: «Sígueme.» Mateo se levantó y lo siguió.
Como Jesús estaba comiendo en casa de Mateo, un buen número de cobradores de
impuestos y otra gente pecadora vinieron a sentarse a la mesa con Jesús y sus
discípulos.
Los fariseos, al ver esto, decían a los discípulos: «¿Cómo es que su Maestro come
con cobradores de impuestos y pecadores?»
Jesús los oyó y dijo: «No es la gente sana la que necesita médico, sino los
enfermos.
Vayan y aprendan lo que significa esta palabra de Dios: Me gusta la misericordia
más que las ofrendas. Pues no he venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores.»
Comentario del Evangelio por:
San Ambrosio (c 340-397), obispo de Milán y maestro de San Agustín,
doctor de la Iglesia
“Sígueme”
He aquí la misteriosa vocación del publicano. Cristo le da la orden de seguirle, no
por una cuestión material sino por el movimiento de su corazón. Y este hombre que
justo entonces sacaba ávidamente su provecho de las mercancías, que explotaba
duramente las fatigas y los peligros de los marineros, deja todo sobre una palabra
de llamada. El que tomaba los bienes de los otros, abandona sus propios bienes. El
que estaba sentado detrás de su triste mostrador, el marcha con toda su alma a
continuación del Señor. Y prepara una gran comida: el hombre que recibe a Cristo
en su residencia interior es saciado en delicias sin medida, de sobreabundantes
alegrías. En cuanto al Señor, entra con gusto, y se pone a la mesa preparada por
el amor de este que ha creído.
De un solo golpe se revela la diferencia entre los que obedecen a la Ley y los
discípulos de la gracia. Agarrarse a la Ley, es sufrir en un corazón en ayunas un
hambre sin remedio; acoger internamente la Palabra, recibirla en el alma, es
encontrar la renovación en la abundancia de la comida y de la fuente eterna, es no
tener jamás más hambre, jamás más sed.
Si el Señor come con los pecadores ¿será para prohibirnos juntarnos a la mesa y
hacer vida común con los paganos? El nos dice: “No son los sanos los que necesitan
del médico sino los enfermos.” (Mt 9,12) Un nuevo remedio se nos ofrece por el
Maestro nuevo. No es un producto de la tierra ni ninguna ciencia sería capaz de
descubrirlo.
servicio brindado por el Evangelio del Día, www.evangeliodeldia.org”