XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Alégrense porque sus nombres están escritos en el cielo
Después de esto, el Señor eligió a otros setenta y dos discípulos y los envió
de dos en dos delante de él, a todas las ciudades y lugares adonde debía ir.
Les dijo: “La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos. Rueguen,
pues, al dueño de la cosecha que envíe obreros a su cosecha. Vayan, pero
sepan que los envío como corderos en medio de lobos… Cuando entren en
una ciudad y sean bien recibidos, coman lo que les sirvan, sanen a los
enfermos y digan a su gente: ‘El Reino de Dios ha venido a ustedes’. Pero si
entran en una ciudad y no quieren recibirles, vayan a sus plazas y digan:
‘Nos sacudimos y les dejamos hasta el polvo de su ciudad que se ha
pegado a nuestros pies. Con todo, sépanlo bien: el Reino de Dios ha venido
a ustedes’. Yo les aseguro que, en el día del juicio, Sodoma será tratada
con menos rigor que esa ciudad. Los setenta y dos discípulos volvieron
muy contentos, diciendo: "Señor, hasta los demonios nos obedecen al
invocar tu nombre." Jesús les dijo: "Alégrense, no porque los demonios se
someten a ustedes, sino más bien porque sus nombres están escritos en
los cielos." (Lc 10,1-12.17-20).
Los discípulos acompañan a Jesús hacia Jerusalén, donde será ajusticiado. Para
ellos la muerte del Maestro es el fracaso total; para Jesús es el triunfo glorioso y
definitivo de la resurrección. Pero irán asimilando poco a poco las exigencias del
seguimiento de Jesús: renuncia a los intereses egoístas, e incluso a la presencia
física del Maestro.
Los setenta y dos discípulos enviados - 72: símbolo de las naciones paganas - no
eran del grupo de los apóstoles; sino que eran como los cristianos laicos de hoy.
Clero y laicos estamos llamados a anunciar el reino de Jesús y colaborar en la
salvación de la humanidad. Cada cual según sus posibilidades reales.
Ningún cristiano está dispensado de evangelizar, como dice san Pablo: “¡Ay de mí si
no evangelizo! ” (1Cor 19, 16). Si los que no escuchan a los evangelizadores serán
tratados con mayor rigor que Sodoma, cuánto más los evangelizadores que no
escuchan a Cristo. Es para estremecerse y asumir decididamente la preocupación
gozosa de evangelizar con todos los medios y modos al nuestro alcance.
Y esos medios principales son: la vida interior de unión con Cristo, la oración
intensa, el testimonio, el sufrimiento ofrecido, la palabra, las obras, que consti-
tuyen la misión que debe ser la preocupación fundamental de cada cristiano y de
toda comunidad eclesial. Quien se decide por Cristo (por ser cristiano), no puede
menos de anunciarlo, sea como sea. Quien no lo anuncia, demuestra que no es
cristiano.
La mies resulta cada vez más abundante y los obreros cada más insuficientes. Por
eso es urgente que toda comunidad cristiana tome conciencia de su vocación a la
misión evangelizadora y de su sacerdocio bautismal y lo ejerza; a la vez que
promueve, por todos los medios, las vocaciones totalmente consagradas a la
evangelización.
No podemos ignoraar que una buena mayoría de los bautizados no han sido
evangelizados o se han alejado de su madre la Iglesia. Y son más todavía los no
bautizados que tienen también derecho a ser evangelizados y salvados.
El premio de la evangelización no son las obras ni los éxitos, sino la salvación y la
vida eterna: “Alégrense porque sus nombres están escritos en el cielo”. (Lc 10, 20).
Padre Jesús Álvarez, ssp