DOMINGO XIV del Tiempo Ordinario/C
San Lucas dice que Jesús escogió otros setenta y dos, además de los apóstoles, y
los envió a evangelizar. Está claro que Jesús no se contentaba con que escucharan
e hiciesen reuniones y dedicaron un cierto tiempo a la oración, sino que quiere que
practiquen y se vayan responsabilizando de su misión. No hemos destacado
convenientemente este aspecto que, por otra parte, está muy claro en el Evangelio.
La tarea primordial de Jesús y de los suyos es evangelizar. Es lo primero para que
el Reino de Dios se conozca y se extienda. Así lo hace Jesús y así lo enseña y exige
a los suyos. Y una vez que suba al cielo y venga el Espíritu Santo a la Iglesia, ésta
va a ser la tarea primera de los apóstoles y de la iglesia. Esto era lo que les había
inculcado el Maestro y para ello los había entrenado. La fe misma exige una misión.
Por tanto, no basta el culto y la oración, es necesaria la misión.
La evangelización es hoy, también, la tarea primera y primordial de los cristianos.
Así nos lo recuerdan los documentos de los papas y de los últimos sínodos. La
necesidad, por otra parte, es bien patente. Sin tener que pensar en países lejanos y
de misiones. Porque es bien claro que nuestras comunidades son como niños en la
fe…: casi todos bautizados, pero muy pocos evangelizados. Muchos de nosotros
necesitamos una segunda, una nueva evangelización. Porque la primera fue infantil,
como de primera comunión, y porque los tiempos que vivimos necesitan una
verdadera confirmación en la fe. Además de que la verdadera evangelización es un
proceso continuo y dinámica y en etapas.
La LF 38 (Lumen Fidei) al respecto se￱ala que “La transmisi￳n de la fe, que brilla
para todos los hombres en todo lugar, pasa también por las coordenadas
temporales, de generación en generación. Puesto que la fe nace de un encuentro
que se produce en la historia e ilumina el camino a lo largo del tiempo, tiene
necesidad de transmitirse a través de los siglos. Y mediante una cadena
ininterrumpida de testimonios llega a nosotros el rostro de Jesús”.
Una fe meramente cultual y demasiado cultural, no es una auténtica fe cristiana.
Muchos de los bautizados, muchas de nuestras comunidades cristianas se han
refugiados en una fe así. Y el Papa Francisco en la LF 37 dice que “Quien se ha
abierto al amor de Dios, ha escuchado su voz y ha recibido su luz, no puede retener
este don para sí. La fe, puesto que es escucha y visión, se transmite también como
palabra y luz”.
Los cristianos más conscientes y las comunidades más vivas se han dado
perfectamente cuenta de esto y están actuando en consecuencia, gastando sus
mejores energías en la evangelización. Necesitamos aprovechar toda ocasión para
evangelizar: misiones evangelizadoras, la catequesis de niños, la recepción de los
sacramentos, sobre todo la Eucaristía o la lectura en familia de la Biblia y del CEC.
Nuestra realidad contrasta con la actitud de Jesús, que prontamente envía a
predicar el reino de Dios a sus discípulos y la de muchos sacerdotes y cristianos,
que no nos esforzamos por abandonar nuestra pasividad. Por esto. Ahora, el Papa
nos hace conciencia de que “La luz de Cristo brilla como en un espejo en el rostro
de los cristianos, y así se difunde y llega hasta nosotros, de modo que también
nosotros podamos participar en esta visión y reflejar a otros su luz, igual que en la
liturgia pascual la luz del cirio enciende otras muchas velas. La fe se transmite, por
así decirlo, por contacto, de persona a persona, como una llama enciende otra
llama. Los cristianos, en su pobreza, plantan una semilla tan fecunda, que se
convierte en un gran árbol que es capaz de llenar el mundo de frutos” (LF 37, 1).
En la hora decisiva de la historia humana, María se ofreció a sí misma a Dios,
ofreció su cuerpo y su alma como morada. En ella y de ella el Hijo de Dios asumió
la carne. Por medio de ella la Palabra se hizo carne (cf. Jn 1, 14). Así María nos dice
lo que quiere Jesús de nosotros, sus 72 discípulos: ir al encuentro del Señor que
viene a nuestro encuentro y compartir nuestra fe con los que están lejos. Como
María acojamos en nuestro interior la palabra de Dios; para que dentro de nosotros
y por medio de nosotros la Palabra pueda encarnarse también hoy en nosotros y en
nuestros hermanos.
María, Estrella de la Evangelización: Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros, para que vivamos el Evangelio. Ayúdanos a no esconder la luz del
Evangelio debajo del celemín de nuestra poca fe. Ayúdanos a ser, en virtud del
Evangelio, luz para el mundo, a fin de que los hombres puedan ver el bien y
glorifiquen al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5, 14)
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)