XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Pautas para la homilía
“Anda, haz tú lo mismo”
Una moral fundamentada en el Amor.
El deber de auxilio, también conocido en ética como principio del Buen Samaritano,
ha servido para inspirar algunas de nuestras leyes civiles. Así, en muchos países
como el nuestro, está penada la omisión del deber de socorro, ya sea por no
proporcionar auxilio directo a quién está en una situación de peligro grave, ya sea
por no avisar a quien puede socorrer a esa persona para librarle de dicho peligro.
Estamos, por tanto, ante una importante aportación de la tradición cristiana al
progreso moral de la sociedad: no es lícito permanecer pasivo ante un mal ajeno
que puedo remediar.
Podemos decir, a este respecto, que el mensaje del Evangelio ha ayudado a la
razón humana a descubrir esta verdad moral que hoy en día la mayoría de las
personas, cristianas o no, aceptan. Podemos (y debemos) discutir desde la ética
racional cuál es el fundamento de este principio moral. Este debate nos lleva,
generalmente, al núcleo en el que se sustentan los principios morales
fundamentales: la dignidad humana. Para nosotros, los cristianos, dicha dignidad
tiene su origen en la acción creadora de Dios: estamos hechos a su imagen y
semejanza. Dios es puro amor y por puro amor nos crea, nos cuida y nos lleva a
plenitud.
Libertad y gracia.
Las palabras que Moisés dirige al pueblo de Israel forman parte de uno de los
grandes discursos que encontramos en el libro del Deuteronomio y se enmarcan en
una invitación y una promesa que Dios hace a su pueblo: acoge mi palabra y
tendrás vida. El pueblo es libre de aceptar el ofrecimiento que Dios hace. Y su
aceptación supone dos aspectos: ha de ser una aceptación plena e incondicional (la
expresión “con todo tu corazón y con toda tu alma” se repite en varias ocasiones a
lo largo del discurso) e implica una nueva y más recta vida que no es un imposible.
La nueva vida a la que Dios nos llama no es ajena a nuestra naturaleza, no hace
violencia a lo que somos, como muchas veces se nos quiere hacer creer. Dios no
impone normas desde fuera para ponernos a prueba, Dios no es alguien que busca
enfrentarse al hombre. La nueva vida que Dios nos ofrece es la vida auténticamente
humana: “el mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca.
Cúmplelo”. Hemos sido creados para entrar en esa nueva vida que nos ha sido
regalada por Jesucristo: “Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de
compartir la herencia del pueblo santo en la luz”, proclama el himno de Colosenses
-parte del cual que leemos hoy- en sus primeros versículos. Por medio de su amor,
de su gracia, somos transformados a esa nueva vida. Decir que es algo inalcanzable
porque solo depende de nosotros, o que nada podemos porque todo depende de
Dios son vanas justificaciones. Tanto la libertad humana como la ayuda divina
entran en juego.
La provocación de Jesús.
La pedagogía de Jesús una vez más se pone de manifiesto a través de la narración.
La brillante y conocida parábola que recoge el evangelio de Lucas busca provocar a
quien, a su vez, ha tratado de provocar y poner a prueba a Jesús. Quien lee o
escucha la parábola inevitablemente se siente interpelado: y yo, ¿con qué
personaje me identifico? Pero el propio contenido de la parábola también es
provocador por los personajes que Jesús elige: un sacerdote, un levita y un
samaritano. El samaritano es un hereje y un extranjero (Jerusalén y Jericó son
ciudades de la región de Judá) para un judío de la época. El sacerdote y el levita
(maestro de la Ley, como quien interroga a Jesús) podrían justificar su conducta
con pretextos varios, tal y como busca justificarse quien pone a prueba a Jesús. Y
va a ser el samaritano quien muestre el vivo rostro del amor misericordioso de
Dios. Todo un escándalo.
La parábola de Jesús termina con una pregunta ¿quién se hizo prójimo del aquel
hombre malherido? De este modo, le da la vuelta sutilmente a la cuestión: no se
trata de si el otro es o no mi prójimo, sino de si yo me hago o no prójimo del otro.
Mientras el maestro de la Ley quiere indagar acerca del otro, acerca de quién debe
ser considerado prójimo y quién no, Jesús cambia la perspectiva pidiéndole que
ponga el foco en sí mismo en vez de en el otro. Y así convierte lo que le formulaban
como una cuestión eminentemente especulativa, en una llamada a un cambio de
vida. Por eso le envía a actuar: “Anda, haz tú lo mismo”.
Una vez más, el Evangelio insiste en ello: el amor a Dios y el amor al ser humano
no pueden concebirse de manera separada o independiente. Que de tanto repetirlo
no se nos olvide vivirlo.
D. Ignacio Antón O.P.
Fraternidad de Atocha (Madrid)
Con permiso de: dominicos.org