DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO (C)
Homilía del P. Joan-Carles Elvira, monje de Montserrat
7 de julio de 2013
Is 66, 10-14c / Gal 6, 14-18 / Lc 10, 1-12.17-20
En la primera lectura, hermanos y hermanas, el profeta Isaías nos exhortaba a hacer
fiesta y a estar contentos porque el amor de Dios es como el de una madre que
consuela a sus hijos. Él, pues, nos consuela hoy a nosotros. Sí, estamos de fiesta
porque podemos celebrar juntos la Eucaristía, renovar nuestra fe y confesar que Jesús
resucitado está presente en medio de nosotros. Él toma sobre sí mismo las penas que
nos agobian y nos llama a seguirlo y a ser portadores de esperanza en el corazón de
nuestro mundo.
En la segunda lectura, san Pablo da un paso más y nos habla de uno de los temas
más desconcertantes de la fe cristiana: una vida entregada hasta el extremo, como la
de Jesús, se convierte fecunda para los demás y para uno mismo. Hoy que tantos se
glorían de satisfacer sólo los propios intereses, Pablo se gloria de la cruz de nuestro
Señor Jesucristo y añade que lo que cuenta no es circuncisión o incircuncisión, sino
una criatura nueva . La cruz, pues, es fuente de vida, como el grano de trigo, que si no
cae en tierra y muere no puede dar fruto. Es expresión de un amor que recrea. Hablar
aquí de dolorismo es sencillamente una caricatura de la vida cristiana. Se equivoca el
que piensa que la fe en Dios limita las posibilidades existenciales... ¡Al contrario! Y si a
veces nuestra vida puede parecer un fracaso, para Dios siempre hay una segunda
oportunidad. Pase lo que pase Dios no nos abandona ni deja de mostrarnos a su Hijo
Jesús como el cumplimiento del Reino. Él entonces se acerca a nosotros y nos ofrece
su amistad: "No temas, confía en mí, ven y sígueme: te amaré eternamente...".
Por último, la tercera lectura nos habla de la llamada a la misión. El Reino de Dios no
puede ser impuesto, porque no se puede descubrir si nuestra libertad no se implica.
Hablamos, pues, de atracción, no de imposición. Hablamos simplemente de lo que da
sentido a nuestras vidas, de nuestra fe: "El misterio del hombre no se aclara
verdaderamente sino en el misterio de Cristo".
Hermanos y hermanas, la Eucaristía dominical nos renueva en esa fe. Todos los que
estamos aquí sabemos que marcharemos de Montserrat más alegres, con más
serenidad en el corazón a pesar de las penas que nos agobian. Volved en paz a
vuestros hogares y sed testigos de la alegría de ser cristianos. Anunciáis así, a vuestro
alrededor, la llegada del Reino de Dios.